ZOE
Caminamos hacia la salida. De haber discutido en el Aeropuerto se hizo de noche. Una y otra vez me preguntaba si había hecho lo correcto al aceptar ir a vivir con él.
Pues sí. No te hagas del rogar. Bien que querías, dijo mi subconsciente.
Seguimos caminado y hablando acerca de nosotros, me contó acerca de sus amigos. Era agradable pero no cambiaba la opinión que había creado con respecto a él. Aún tenía que descubrir por qué quería que viviera en su casa. Su propuesta me dejó sin palabras y me dejó convencida sobre una cosa: estaba completamente loco.
–¿No piensas tomar un taxi o algo? –pregunté.
–No te preocupes nena –sonrió–, ya casi llegamos –el apodo se escuchó más bonito que la primera vez. Me sonrojé. Bajé la mirada para que no me viera. Había algo diferente en su manera de decirlo.
Los chicos y Kaya también me trataban así. Pero no es lo mismo. Porque ellos me lo decían como una forma de hacerme sentir bien. Y de alguien desconocido es incómodo... Y a la vez agradable.
¿Qué?
–¿Cuánto tiempo? –pregunté.
–Cinco minutos hasta llegar al departamento –dejó las maletas en el suelo, sacó una llave y abrió la puerta de un edificio enorme como de seis metros. ¡Wow! Era muy bonito. No pude evitar emitir un silbido de admiración.
–¿Te gusta? –preguntó. No me di cuenta que me miraba.
–Sí –le sonreí–. ¿Vives aquí? –pregunté.
–Sí –se encogió de hombros. Abrió y me dio el paso para que entrara. Él lo hizo después con maletas en mano.
–¡Hazza! ¿Por qué no me dijiste? –me gustó el apodo que acababa de decirle. Era una forma de agradecerle el que tenía para mí.
–Porque sabía que no ibas a aceptar –dijo y volvió a abrir otra puerta con la misma llave–. Vivo aquí. Me regalaron este departamento en mi cumpleaños 19 –sonrió.
–¿Y cuántos tienes ahora? –moría de curiosidad por saber su edad desde que se acercó a mí en el aeropuerto. Harry no aparentaba la edad que tenía. Se veía mucho más joven.
–24 –contestó –subió las escaleras y lo seguí hasta el segundo piso.
–¿Qué? –no pude evitar mi sorpresa–. ¿De verdad tienes 24?
–Sí –rodó los ojos–. Todos me dicen que me veo muy chico, ya sé–. ¿Cuántos me calculas? –agregó.
–Te seré sincera –dije–. Pensé que tenías como 21, a lo mucho 22. Abrió mucho los ojos, sin decir nada.
–Me halagas –dijo al fin–. La mayoría de la gente cree que tengo 19 o 20 –confesó. Subimos más escaleras. ¿Hasta cuándo se iba a terminar?
–¿Qué? –ahora la sorprendida era yo–. ¿Es en serio? –me reí.
–Sí –se encogió de hombros–, así como te digo –habíamos llegado al tercer piso. Entonces si me calculas 21 o 22 ¿Cuántos tienes? –preguntó.
–Eres un curioso –me quejé.
–¿Y tiene algo de malo? –preguntó de vuelta.
–No, pero...
–¿Entonces responderás mi pregunta? –se detuvo a medio camino.
–Tengo 24. Casi 25 –contesté.
–Tenemos la misma edad –comentó.
–Sí, lo sé –me sonrojé. Algo que nunca me pasaba tan seguido. Ni siquiera con Thomas. Sólo con él–. ¿Es que tú pensabas vivir en el cielo? –pregunté cambiando de tema.
–Ya llegamos –se detuvo en una puerta donde tenía el número "19" en medio.
–¿Y eso? –señalé la puerta con la cabeza.