Muchas veces le dije a Zoe que estaba loca. Pero esta era la más grande de todas las locuras que había hecho en su vida.
–¿Estás segura? –pregunté.
–Sí ¿acaso no lo has hecho? –preguntó con curiosidad. Si supiera las veces en que me iba con mis amigos cuando vivía en Londres. O las veces en las que terminábamos, casi siempre, en casa de Louis y con la gran cruda encima, lo hubiera pensado dos veces antes de proponérmelo.
–Sí, sí lo he hecho –la miré–. Pero...
–¿Qué? –frunció el ceño–. ¿A caso quieres que termine en un bar de mala muerte? –otra vez sus preguntas peculiares que me dejaban sin habla. Empecé a reír y negué con la cabeza.
–¿Ya te dije que estás loca? –pregunté. Ya lo sabía. Pero me gustaba la sarta de palabras que soltaba cuando se enojaba conmigo, cada vez que se lo decía.
–¡Como jodes con eso Sterling! –gritó molesta–. Te juro que de tanto que me lo dices me la estoy creyendo.
Oh nena. No lo creas, ya lo estás.
Empecé a reír y me acerqué a ella.
–Iré por la botella –besé su mejilla.
–No –anunció–. Aquí no. Allá adentro.
–Entonces allá adentro –acordé.
–¿Y ella? –señaló a la gata con la cabeza. ¡Mi hija! La había olvidado. Sí, dije mi hija. Llevaba mi apellido ¿por qué no tendría que ser mi hija? Al principio lo hacía sólo por molestar a Zoe, después el apodo se quedó.
–Déjala dormir –pedí. Estiré mi mano hacia ella, la tomó y salimos por el pasillo hasta llegar a la sala. Se apartó de mí para sentarse y yo me dirigí a la cocina a sacar una botella de Vodka, que estaba debajo de la estufa.
–El mejor de la ciudad –me encogí de hombros–. O eso dice Louis –sus ojos se abrieron más de lo normal.
–¿Louis dijo eso? –preguntó con asombro.
–Sí –respondí tranquilamente–. El día en que vino, y descubrió la zotehuela –ella también entró a la cocina y sacó un vaso de la alacena, lo tendió hacia mí para que le sirviera.
–Gracias –dijo y sin chistar lo tomó todo.
–¡Hey nena! Tranquila, se supone que debes disfrutarlo –le sonreí y sus mejillas se estaban haciendo rosadas. Si así seguíamos, esto se iba a convertir en un gran desastre, y el departamento estaba muy nuevo, como para hacerle reparaciones tan rápido. Yo también tenía ganas de emborracharme, hace ya un tiempo que no lo hacía.
Por Sunny, oí decir.
Sí, lo admito, fue por ella. Yo dejé muchas cosas que amaba hacer, por ella. Y con Zoe las estaba recuperando. Estaba volviendo a ser yo. Y era algo que quería hacer siempre. Saqué un vaso de la alacena y lo serví, tomando todo el contenido.
–Tú también deberías de disfrutarlo –aconsejó.
–Créeme que no es la primera vez que lo hago –dije y serví otro vaso. El líquido desapareció en segundos.
–No compitas conmigo Sterling –me quitó la botella y tomó directamente de ella.
Ay no.
Intenté quitársela, en vano. Saqué otra botella de la estufa, eran cinco en total. No había pasado ni media hora y ya íbamos dos.
–Eres una loca de remate –espeté.
–Gracias –replicó con sarcasmo–. Me lo dicen muy seguido.
Había pasado ya media hora y terminamos en el suelo. Zoe estaba acostada, con los ojos entreabiertos, fingiendo dormir y yo estaba a su lado sentado. A veces ella se daba la vuelta y abrazaba mi pierna y yo me reía acerca de su peculiar forma de tratarme. Me dolía la cabeza, todo me daba vueltas y lo veía muy pequeño. Si Louis estuviera aquí, mi departamento ya se hubiera convertido en un antro. Reí por la posibilidad de que tal vez fuera así, si se le ocurría venir, cosa que no deseaba en estos momentos. Volví a ponerme serio, lo que estábamos haciendo era una forma de huir de nuestros verdaderos problemas, en vez de afrontarlos, algo que yo no quería hacer y viendo la posición y las muestras de cariño de Zoe, ella tampoco. Bien, dicen que, los niños y los borrachos son los únicos que dicen la verdad y ahora nos estábamos comportando de las dos maneras.