THOMAS
Le había contado a Zoe una parte importante de mi vida. Y aquello era mucho. Demasiado. Pero había algo que me decía que sí podía confiar en ella. Y bueno, sólo a mí se me ocurría llevarla a mi departamento, sin haber ido antes, y actuar como un tonto.
¿Por todos los cielos Sampter qué te pasa?
No lo sabía, pero era ella la que me hacía eso. Zoe estaba sentada del otro lado de la barra de la cocina, esperando. Tomé una respiración antes de continuar y desvié la mirada, el hecho de que era bonita, me distraía. Mucho. Me daban ganas de mirarla todo el tiempo y olvidarme de toda la carga de malditos problemas que tenía. Hacer como que Bella nunca hubiera existido y olvidarme de ella. Decirle a Zoe la verdad, que en su momento lo haría. Pero aún no tenía el valor suficiente para hacerlo. Ella me miró y la carga de problemas se hizo más liviana.
–¿A caso soy muy bonita? –preguntó. Su peculiar pregunta me sacó de la burbuja en la que ya estaba viajando y me sonrojé. Fue lo mismo que le pregunté en la salida del aeropuerto, cuando me miraba exactamente igual.
Mucho, pensé.
Demasiado, agregó mi subconsciente.
–Lo siento –dije–, estaba pensando –le sonreí.
–¿En mí? –volvió a preguntar. Sus preguntas fuera de lugar me dejaban sin habla.
–No –mentí–, en otra cosa.
–¿Ya me vas a cuestionar o me voy a dormir? –preguntó de nuevo. Negué con la cabeza.
–Estás bien loca –repetí.
–Ya van cuatro –dijo con fastidio.
–¿Qué estudiaste? –pregunté cambiando de tema.
–Lenguas extranjeras –respondió–. Termine hace un año.
–¿Y qué me cuentas a cerca de tus amigos? –pregunté.
–No te he dicho que los tengo –replicó.
–Pues ya lo hiciste –respondí.
¿Por qué siempre que se trataba de ella, se comportaba así?
–¿Cómo le haces para salirte con la tuya? –preguntó.
–Es un don natural –me encogí de hombros.
–Sí claro –se burló–. Lo que pienso es que eres un caprichoso –soltó.
¿Qué carajos? ¿Quién se creía para tratarme así?
Traté de tranquilizarme antes de continuar.
–¿Por qué lo dices? –pregunté inocentemente.
–Porque querías pegarte conmigo desde la sala de espera del aeropuerto y lo hiciste en el avión. Querías que viviera contigo y aquí me tienes –gritó.
–¡Pues sí quieres irte allá esta la puerta! –la señalé.
–¡Sabes muy bien que no tengo a donde ir! –gritó de vuelta.
–¡Pues entonces no me digas algo que no soy! –grité más fuerte y al instante me arrepentí. Empezó a llorar–. Zoe…
–¡Cállate! –gritó de nuevo y esta vez se lo permití.
Eso te pasa por meter la pata, me regaño mi subconsciente. Rodé los ojos mentalmente. Zoe estaba con la cabeza baja y se cubría con las manos. ¿Por Dios qué había hecho? Me acerqué a ella.
–Lo siento –la abracé e inmediatamente me sentí un poco mejor–. No quise hacerlo –no se movió, ni hizo un gesto, pero siguió llorando–. Entiendo si no quieres volver a hablarme, sólo quiero que sepas que lo lamento, sinceramente –yo también empecé a llorar sin razón.
Esto me recordaba cruelmente a una escena similar que tuve con Bella, cuando el gato se murió. Hizo un drama y todo y terminamos gritando él uno al otro sin razón, como ahorita; sólo que era Zoe, no ella. Y Zoe era muy diferente a ella.