A la mañana siguiente me despertó el sonido del celular, pensado que era la alarma, lo apagué y al minuto volvió a sonar.
¿Qué carajos?
–Dile a Dylan que disfrutaré el día en que me toque despertarlo así, mientras siga durmiendo –murmuró Thomas, para después volverse a quedar dormido. No era Dylan. Sólo Harry insistía así. Tomé el teléfono y fui a la cocina para contestar.
–Hola Sweetie –otra vez con sus intentos de coqueteo fallidos.
–Espero que valga la pena que me hayas despertado tan temprano.
–Seré directo –me ignoró como siempre–. ¿Tienes tiempo hoy?
–¿Para qué? –fingí indiferencia.
–Para hablar. Me voy mañana.
–¡Oh! –me mofé–. ¿Tan rápido?
–Sólo fui a buscarte para hablar contigo –lo imaginé rodando los ojos y me reí.
–¿Y me dirás exactamente lo que le dijiste a Dylan para que te dijera como encontrarme? –pregunté en un susurro.
–Sí. Te lo diré.
–¿Dónde? –corté.
–En el hotel donde me estoy quedando –me dio el nombre.
–De acuerdo, ahí te veo.
–Te quiero Zoe –tampoco contesté eso. Colgué y marqué el número de Dylan.
–Hola Zo –contestó mi amigo. Su nuevo apodo me gustó.
–Hola Dyl –contesté–. Oye tengo un problema hoy –me dirigí a la cafetera.
–¿De qué hablas? –preguntó mi amigo extrañado.
–Me dijo Thomas que querías que fuera hoy al albergue –saqué la lata de metal donde venía el café y un filtro de la alacena.
–Sí –contestó–. Ya recordé. Pero supongo que irás a ver primero a Harry y luego vendrás ¿no?
–¿Qué mier...? –Thomas venía entrando a la cocina sin darme tiempo de contestar–. Algo así –conteste al fin.
–Yo lo hago –Thomas susurró en mi oreja y besó mi mejilla. Alcé los pulgares a modo de darle las gracias y me dirigí a la zotehuela a ver a los gatos.
–Perdón por lo de ayer –dijo Dylan del otro lado de la línea. Rodé los ojos. La verdad sí me enojé, ya después se me pasó.
–No te preocupes Dyl –saque a Sampter y a Edward de su cama, quiénes empezaron a pegarse en mis piernas a modo de agradecimiento y provocándome cosquillas–. Qué bueno que le dijiste tú. Yo no hubiera podido.
–Está bien –respondió–. Pero tienes que decirle tú. Es tu novio, no el mío –me reí. Dylan sí que era muy ocurrente.
–Sí pues –rodé los ojos de nuevo–. Al rato llego entonces –dije a modo despedida.
–Te espero –colgué y entré de nuevo a la cocina a sacar la comida de los gatos.
–¿Qué te dijo? –preguntó Thomas detrás de mí.
–Que al rato me espera –respondí.
–¿Por lo de Britt? –preguntó.
–Sí –salí a la zotehuela para darles de comer a mis hijos. Como decía Thomas que eran. Según él, yo los consentía demasiado; cuando el que se dedicaba a hacer eso era él, desde que Sampter llegó a casa.
Volví a entrar buscando a Thomas, pero no estaba por ningún lado. Iba a meterme al baño y un sonido salió de la habitación, específicamente un grito.
¿Con quién estaría hablando?
–¡Ya te dije una y mil veces que me dejes en paz! –gritó–. ¡no volveré a Londres y mucho menos contigo!