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XXIII

THOMAS

Desde el día que Zoe y yo nos encontramos en el albergue y arreglamos nuestras diferencias, el tiempo se fue volando y sin que nos diéramos cuenta ya había pasado un año. Esa fue la última vez que vimos a Dylan, sí señores, dije la última vez, porque ese día resultó ser que Dylan se estaba despidiendo de nosotros, dejando el albergue a nuestro cuidado para irse con Britt a Estados Unidos. Como pudimos y con lo poco que tenía de conocimiento en animales, gracias a mi tramposo mejor amigo, entre Zoe y yo nos hicimos cargo del lugar, el cual se hacía aún más concurrido cada mes que el anterior. Cuando teníamos de verdad un problema le hablábamos a Dylan para que nos ayudara, y sí lo hacía, sólo que cuando Zoe o yo le preguntábamos cuando pensaba volver, nos colgaba el teléfono.   

    Tres meses después de que se fue, habló para avisarnos que había tomado en cuenta la sugerencia de Zoe y que en dos meses más él y Britt se casaban. Hablaba en serio cuando dije que ella era la única que lo aguantaba, y sí Britt había aceptado era porque de verdad lo quería.       

    Volver a recuperar a mi mejor amigo me había devuelto la felicidad que ya daba por perdida desde que me alejé de mis amigos. Si no hubiera conocido a Zoe y me hubiera quedado en Londres con ella, me habría perdido de muchas cosas que jamás hubiera recuperado. Con Zoe recuperé por completo toda mi vida y era algo de lo que siempre iba a estar agradecido con ella. Haber huido de Londres a la ciudad de mi vida, fue algo que desde siempre había querido hacer, y sin embargo no lo hacía porque siempre me dejaba llevar por lo que ella decía y todo el tiempo terminaba dándole la razón.

    Ahora estábamos en un vuelo con destino a Nueva York, para asistir a la boda de mi amigo. Recuerdo que cuando los demás se enteraron nadie podía creer que se trataba de la misma persona que ya conocíamos: Will y Dexter no lo creyeron hasta que Dylan les mandó una foto del lugar donde se casaría. Kaya... bueno, mi amiga siempre se alegraba de los logros que cada uno de nosotros tenía, incluyendo a Dylan; aunque me confesó que tampoco lo creía hasta que dijo que se encontró a Dylan en Estados Unidos porque andaba de gira y él mismo se lo dijo. Y Ki, él tampoco lo creyó hasta que él mismo Dylan le llamó para confirmarlo.

    Bella dejó de llamarme gracias a Zoe y sentí haberme quitado una carga de encima. Además de que una semana después fui obligado por Zoe a cambiar mi número de teléfono, porque si no lo hacía, según ella iba a dejarme. Desde que la conozco sus amenazas siempre me dan miedo, así que no tuve más remedio que hacerle caso. Le dije a Dylan lo que mi amada novia le dijo a ella y sólo empezó a reírse, seguido de que era increíble que Zoe le hubiera puesto un alto y yo no. Desde entonces no he sabido nada de ella, y sonará mal, pero ni siquiera me interesa saberlo.

    Hablando de amores del pasado, Zoe seguía en contacto con Harry, y como lo dije aquella vez, no estaba en contra que aún hablara con él. Él era alguien importante en su vida, y eso me quedaba demasiado claro.

 

Regresando al tema del vuelo Zoe estaba dormida a mi lado, con su cabeza recargada en mi hombro y uno de sus audífonos del mp3 que nunca olvida en una oreja, el otro está en la mía y por supuesto escuchando a Taylor Swift. Un día me dijo que la escuchara, al principio me resistí, después le di una oportunidad y entonces entendí porque le gusta tanto; según Zoe, Taylor siempre tiene una canción para cada situación en la vida, ya sea buena o mala. Además de que dice que nuestra canción es Enchanted[8], según ella esa canción marca el inicio de nuestra historia juntos y sí que tiene razón. Yo siempre estaré encantado de haberla conocido. Desde entonces escucho sus canciones. Ella se removió y supe que estaba a punto de despertar, se volvió a remover y entonces abrió los ojos. Me miró y le sonreí.

    –Hola dormilona –besé su mejilla.

    –Hola nuevo fan de Taylor –me sonrió de vuelta. Ella y su forma peculiar de saludar me sacaron de onda. Siempre lo hacía, era una de las muchas razones que me hacían amarla.

    –¿Dormiste bien? –pregunté.

    –Sí –se acercó para besarme–. ¿Ya vamos a llegar? –preguntó.

    –Ya casi –la besé de vuelta. Por Dios, nunca me cansaré de hacerlo–. Es mejor que ya no te duermas.

    –De acuerdo –me abrazó pasando su brazo por mi cintura por la parte de enfrente y yo la abracé de vuelta atrayéndola más hacia mí. Habíamos llegado al aeropuerto y Dylan ya nos estaba esperando.




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