ZOE
La luz del sol fue la que me despertó. Estaba en el cuarto, con mi mejor amigo.
–Harry tienes que levantarte. Es tarde –lo moví, pero no respondió–. ¡Harry!
–Nena, es sábado.
–¿Y eso qué? Tienes que levantarte –se giró hacía mí, removiéndose, pero no abrió los ojos.
–¿Por favor?
–De acuerdo –abrió los ojos y me miró. Tenía los ojos más bonitos que todo humano desearía tener. Eran de un verde aceituna muy oscuro que lo hacía ser único y más Harry. Le sostuve la mirada hasta que se acercó hacia mí, mi corazón se detuvo pensando que iba a besarme. Pero no lo hizo.
–Buenos días cariño –me dio un beso en la mejilla. Sólo eso.
Deja de hacerte ilusiones, dijo mi subconsciente. Decidí ignorarlo.
–Buenos días Eddie.
¿Eddie? ¿¡EDDIE?!
¡Por Dios! Sólo a mí se me ocurría llamarlo así y en voz alta, cuando ese apodo era mi secreto. Sólo yo lo llamaba así cuando llegaba a soñar con él y si es que me acordaba de lo que soñaba. Además, él no tenía por qué enterarse, pero ahí estaba la idiota de mí diciéndoselo. Me sonrojé.
Muy idiota, maldito subconsciente.
Primero me miró, después me sonrió tratando de reprimir una carcajada.
Genial, ahora se burla de mí.
–¿Qué? –pregunté tratando de no sonar avergonzada.
–Nada –dijo entre risas–, solo que... –no aguantó más y empezó a reírse. Específicamente de mí.
–Edward no te rías –solo lo llamaba por su segundo nombre cuando me molestaba con él. Traté de ocultar mi cara entre la almohada, pero él no lo permitió, lo que hizo que me sonrojara aún más.
–¿Por qué no? –me tomó de la barbilla para que lo mirara a los ojos.
–Porque no –dije esquivando su mirada.
–Es que no lo entiendo, de todos los apodos que me dices, se te ocurre decirme el que para ti es secreto –seguía riéndose.
–No fue mi... –espera ¿qué? ¿Cómo es que él sabía eso?
–¿Cómo sabes eso? Nunca te lo he dicho.
–No mi amor, pero a veces hablas de más, para no agregar que también en sueños... –su voz se fue haciendo un susurro. Pasé por alto el mi amor.
¿Qué?
Me sonrojé por segunda vez en el día. No podía ser cierto. Él no podía saber que me traía loca. Literalmente. No podía saber que yo lo amaba. No podía saber lo que realmente sentía por él. No tenía por qué saberlo. No, no, no, NO, ¡NO! Simplemente no. Me odié a mí misma por eso. Lo miré a los ojos, pero ahora su expresión cambio de alegría a preocupación.
–¿Qué pasa sweetie[1]?
Ese maldito apodo. Yo amaba que me llamara así. Era la única forma de hacerme sentir bien, y de hacerme saber que no le molestaba lo que yo había dicho.
–Ya te habías tardado al llamarme así –fingí indiferencia.
–No me cambies el tema –me miró. Su mirada era desafiante, pero eso no hizo que desviara la vista. Llevaba tanto tiempo conociéndolo que ya me había acostumbrado a él. Pero tenía razón, y además moría de vergüenza, si quería saber lo que decía en sueños era mejor preguntárselo. Se adelantó.
–¿Quieres saber cómo es que sé que hablas en sueños y cómo es que sé que Eddie es tu apodo secreto para mí?
–Bueno, ahora ya no es secreto...
–¿Sí o no?