Zafiro: La Implosión De Una Vida Vieja

PROLOGO: DONDE REALMENTE COMIENZA LA HISTORIA ES AQUÍ

Nadie tenía pensado tener un accidente ese día lluvioso. Muchos menos ellos. En la autopista que hay entre Meadow King´s y Coppermine un vehículo impacto fuertemente contra un tráiler de carga cuyo conductor venía bastante ebrio gracias a las seis latas de cerveza que venía bebiendo desde que arrancó el motor.

El conductor del tráiler murió en el impacto al igual que el conductor del otro vehículo, se podría decir que ninguno de ellos tuvo la culpa porque realmente ninguno de ellos tuvo la culpa.

Fue algo repentino, algo que salió de la nada, algo que se interpuso frente al tráiler y sorprendió al conductor ebrio. Todo sucedió tan rápido que ese algo no tuvo tiempo de ver lo que sucedía. El volante girando bruscamente, las llantas rechinando, el impacto entre vehículos y las gotas cayendo del cielo sin importar lo que ocurría.

¿Hay muertos? Sí, los dos conductores. ¿Hay sobrevivientes? Si, uno. ¿O debería decirse que más?

No sé sabe.

El nombre del trailero no tiene importancia, tampoco la del otro conductor aunque eso no lo hace menos apreciable. En este punto quién importa es la mujer, la que se sitúa entre la vida y la muerta, la que tiene seis meses de embarazo y está a pocos segundos de dar a luz.

Ella es quién importa en esta parte de la historia.

De sus labios salen susurros de auxilio que nadie escucha. O eso es lo que ella cree porque en medio de todo el caos esta ese algo responsable de todo esto.

Ese algo es una chica de dieciséis años cuyo cabello esta grasoso, cuya condición física presenta salud y nutrición, y cuyo atuendo quedó hecho pedazos a varios kilómetros del lugar. Su nombre es Joe. Y ella no es una típica chica que anda desnuda mientras corre por los bosques de Canadá para saltar enfrente de los tráileres y ocasionar accidentes como esos.

No.

Tiene licantropía corriendo por sus venas y la manada a la que pertenece y que está constituida por más de ciento cincuenta Licántropos habita cerca del Gran Lago del Oso. Joe sólo se dirigía allá. A casa. No deseaba ocasionar eso.

Un remordimiento de culpa invade todo su cuerpo, siente el peso de la gravedad caer sobre sus hombros mientras contempla el accidente. Gracias a sus agudos sentidos de loba sabe que los conductores han muerto, no escucha sus ritmos cardíacos y se siente dos veces peor que hace cinco segundos.

Pero entonces oye los murmullos lamentosos de alguien que implora una salvación. Es la mujer del vehículo, entrando en labor de parto.

Joe se acerca al vehículo volcado y cuando los ojos de la mujer y los de Joe se conectan por un breve segundo la sensación que ambas comparten es inevitable. El sentido de ambas les indica que todo estará bien.

Aunque realmente no lo saben.

Joe saca a la mujer con suma delicadeza, se percata que está bien de salud y eso la alivia demasiado hasta que nota otros latidos más. ¿De dónde provienen esos ritmos cardíacos? ¿De los conductores? No, ellos están más tiesos que antes.

Y entonces lo sabe. Mira el pequeño bulto que hay en su estómago. Son gemelas. La mujer está embarazada y tendrá dos hijas. Joe está segura de que la vida de esas pequeñas está contra reloj. Eso es algo bueno de los instintos de un Licántropo, son hipersensibles en cosas donde normalmente uno no lo es.

La cabeza de Joe piensa a mil por segundo. ¿Qué debería hacer? ¿Ir por ayuda? Tardaría demasiado en encontrar a alguien. ¿Ir con su manada e ignorar esto? La culpa se la comería con vida.

Está mujer necesita ir a un hospital.

—Escúcheme bien—le dice Joe a la mujer mientras la sube a su espalda para cargarla—. Sosténgase, lo más fuerte que pueda. Si quiere encajarme las uñas, adelante. No se moleste en no hacerlo. Pero sobretodo, no se sorprenda y júreme que no le dirá de esto a nadie. Es un secreto que le estoy fiando a usted.

Y antes de que la mujer se negara a que Joe la cargará en su espalda o de que prometiera que no contaría un secreto que todavía no se le confiaba, una escena sorprendente pasó frente a sus ojos.

Joe brincó, dio un salto como de tres metros de alto y cuando cayó al suelo lo hizo en cuatro patas pero ya no era un humano. Era un lobo. Uno de pelaje gris con una altura mucho más grande que la de un auto en promedio, con ojos rojos aterradores pero que impresionantemente daban ternura al verlos.

La mujer no cree en lo que ve. Quiere estar asustada pero en el fondo sabe que no debe de temerle a esta criatura que la ayuda aunque… ¿ella sabe que Joe es la responsable de este caos? Bueno, si sabe que Joe es la responsable del accidente, por el momento no puede objetar porque algo más que su vida corre peligro. Sus hijas.




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