Zafiro: La Implosión De Una Vida Vieja

VEINTE

Estaciono el Nissan frente a la casa de Janeth. Apago el motor y veo que las luces de su casa están encendidas. La Jeep roja de Tiffany esta estacionada al otro lado de la calle y hay una camioneta todo terreno negra aparcada frente a esta.

Me quedo adentro del auto por un par de minutos hasta que un taxi llega y se estaciona frente al Nissan. Pasan unos cuantos segundos y cuando creo que nadie va a bajar la puerta lateral trasera se abre y el padre de Janeth baja.

A regañadientes bajo del auto mientras que el taxi se aleja y el Sr. Pacheco me espera junto a la banqueta. Únicamente tiene una maleta cargando en su mano derecha mientras que en la otra un abrigo negro que combina perfectamente con su traje oscuro y corbata roja.

—Hola, Alice—me saluda cordialmente.

—Hola, Sr. Pacheco—digo, de mala gana.

Ambos empezamos a caminar rumbo a la puerta principal de su casa en silencio durante algunos momentos.

—Cuando Janeth dijo que te convertiría en su Siervo creí que estaba bromeando—dice, suspirando alegremente—. Yo nunca tuve uno.

—Y yo nunca pensé que sería uno—digo, tratando de bromear inútilmente para romper la tensión que solo yo puedo sentir.

—Es bueno que te hagas el Siervo de un Nigromante—dice el Sr. Pacheco, si tan sólo él supiera lo que realmente ocurre—. Así podremos defenderte de los demás Inmundos que andan por ahí y que tengan intenciones de lastimarte.

— ¿Y por qué no sólo me protegen?—el Sr. Pacheco se detiene bruscamente y me mira, algo perplejo y con el ceño fruncido— Digo, podrían simplemente protegerme y no hacer el Aquelarre.

— ¿Te estas retractando?—pregunta, con voz de ofendido.

— ¡No!—exclamo, rápidamente— Sólo quiero saber si todos los humanos que saben sobre los Inmundos le tienen que ser leales a uno de los clanes.

—Sí, si quiere ser protegido del resto de los Inmundos.

— ¿Qué quiere decir con eso?

—Mira, Alice, entre  los clanes hay reglas, y las más importante es: no pelear, por la muerte de un simple mortal.

— ¿Eso quiere decir que si moría a manos de otro Inmundo ustedes no harían nada?

—No eres el único humano que muere en este planeta—asegura.

— ¡Vaya!—susurro impresionada.

—Somos precavidos, ¿sabes? Porque imagínate que Nigromantes se pelearan contra Brucolacos por tu muerte, eso sería absurdo. Aquí lo único que vale la pena pelear es por el zafi…—se detiene de golpe, luego sonríe y continúa con otra frase diferente— hay que ser precavidos. Existen reglas aunque parezca que no las hay.

Asiento, levemente y él pone una mano encima de mi hombro.

—Qué bueno que escogieras la Nigromancia—dice, sonriéndome. Yo vuelvo asentir con la cabeza y después volvemos a seguir con nuestro camino en silencio.

Cruzo el umbral y todas están reunidas en la estancia con la excepción de la madre de Janeth.

—Mamá está dormida, Tiffany el hechizo para que no despierte hasta mañana—dice Janeth, al instante que ve a su padre. Luego desvía la vista hacia mí y una amplia sonrisa se le impregna en los labios.

Algo va a salir muy mal.

—Bien, será mejor que empecemos a irnos—dice el Sr. Pacheco, dejando su maleta y chaqueta encima del sofá para después abrir la maleta y sacar un libro más antiguo que los dinosaurios.

—Ese es el Vademécum, ¿no?—pregunto, señalando al libro.

—Si—dice el Sr. Pacheco, sostiene el libro a poca distancia de mis ojos sin entregármelo. Es un libro amarillo/café y tiene tamaño de un VHS sólo que más grueso, como si tuviera unas quinientas páginas o más. Su portada es un tanto siniestra y aterradora, en cada esquina hay un cráneo con la boca abierta, en cada boca de cada cráneo sale una serpiente verdosa con diminutas manchas negras que se entrelazan en el centro donde hay una copa plateada, las cabezas de las serpientes se enrollan mientras cada una muerde a la otra ferozmente con unos afilados colmillos. En el lomo hay una enredadera con bastantes espinas que creo que se mueve ante mis ojos. Mientras que en la contraportada está la misma copa en el centro, los cráneos ahora tienen las bocas cerradas y las serpientes están muertas, destripadas y con sangre púrpura corriendo por las heridas.

—Será mejor que nos vayamos—dice Ariana, caminando a la puerta principal—. Recuerden que tendremos visitas más tarde.




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