Zarabel

CAPÍTULO 02. La ranilla que se transformó en un marihuano

ZARA

El título de «ex novio» es muy importante. Por eso no creía que él se lo mereciera.

Es decir, Esther y Abel estuvieron juntos poco más de una semana y, después de eso, no volvieron a cruzar ni una mirada.

O eso creía.

Tal como un animal escurridizo, Hinojosa se acercó a mis amigas para saludarlas y presentarse adecuadamente. En cambio, yo permanecí detrás, sin apartar la mirada de su espalda.

—Abel nos conoce desde la prepa, ¿verdad, Zarita? —Esther habló llena de entusiasmo, pero cuando nuestras miradas se cruzaron, apartó los ojos casi al instante—. ¿N-nos sentamos?

Fue la primera en avanzar hacia la mesa disponible. Mientras tanto, mis piernas se movieron en automático, siguiendo al resto, sin poder dejar de observar el torpe andar de mi amiga. Teniendo una mente débil, era propensa a sentir culpabilidad más rápido y con mayor intensidad que los demás. Por eso, su cuerpo operaba con dificultad, como una máquina que necesitaba mantenimiento.

Nos sentamos bajo una sombrilla llena de agujeros. Para nuestra fortuna, el sol se asomó de entre las nubes grisáceas para calentar el pavimento. No me gustaba la apariencia rechoncha que advertía una pronta tormenta, pero ese era el menor de mis problemas en ese momento.

Apenas me di cuenta que Celesta y Valeria se encargaron de limpiar los restos de comida que quedaron en la mesa con las toallitas húmedas que la segunda solía llevar consigo, y fueron lo suficientemente consideradas para hacer mi parte. Me habría gustado hacer algo, si no fuera porque mi cuerpo apenas y se movía con naturalidad. La única parte que parecía viva en ese momento, eran mis ojos, los cuales se negaban a cruzar miradas con aquel.

—Se conocen desde la prepa, entonces —Celeste inició la conversación tras acomodarse y apoyar los brazos sobre la mesa.

«¿Cómo se enteró?» Mi cabeza estaba hecha un lío y por un segundo olvidé la mención de aquello. Me esforcé por recordarlo, centrada en el rostro de Esther. ¿También habría mencionado su noviazgo infructuoso?

—Estábamos en el mismo grupo. —Ella habló con dulzura, como si todo hubiese sido miel sobre hojuelas.

Hojuelas podridas, será.

—Zara y Abel se llevaban mejor.

Al oírle, arrugué la nariz y torcí la boca.

—Sí, me lo creo. —Valeria nos observó, tan sorprendida como divertida—. Hasta hacen los mismos gestos.

Ahora sí me atreví a verle. No mentía, lucíamos como si nos acabaran de mostrar fotos perturbadoras. Las risillas llegaron después, obligándome a relajar la cara.

—Hasta estaban en el mismo equipo de tocho-bandera —continuó Esther. En su tono busqué una pizca de celos o envidia, pero estaba serena al hablar.

—¿Tenían un equipo de tocho? —Celeste se emocionó—. ¿Iban a torneos y cosas así?

—No mucho, la verdad. —De algún modo encontré mi voz—. Creo que sólo competimos dos o tres veces con otras escuelas.

—Vivíamos en un pueblo pequeño —terció Abel, cargando una sonrisa amable—, así que jugábamos en contra de las prepas más cercanas.

—Ah…

Otra mirada intercambiada entre mis dos amigas, llena de malicia y expectativa. Quise hundirme en el asiento que carecía de respaldo, pues conocía aquel gesto y lo que esperaban escuchar más adelante: una historia entre ambos, llena de romance y cosas que me harían vomitar si me atrevía a seguir su hilo de pensamiento.

—Entonces eran amigos muy cercanos —especuló Valeria, siendo la primera en querer obtener la historia picante.

—Mmm, éramos como rivales atrapados en el mismo equipo, de hecho.

Las chicas rieron ante el comentario de Abel. Yo no pude estar más de acuerdo. Si tuviera que resumir nuestra relación, sería de esa manera.

¿Por qué se ríen tanto? La incomodidad me provocó comezón la palma de la mano.

Aunque las palabras siguieron fluyendo, dejé de prestarles atención. Me centré descaradamente en Abel. Todo en él había cambiado. Ya no era el chico escuálido que parecía una ranilla mal parada. Su cabello negro ahora era rojo, aunque las raíces hicieron su lucha para dejarse entrever en su color natural; se hizo tres perforaciones: una en el labio inferior, otra en cada oreja; una línea diagonal partía su ceja derecha; y, por si fuera poco, descubrió el sentido de la moda. Antes se aferraba a un estilo deportivo de conjuntos grises o azules, digno orgullo de algún profesor de educación física. En cambio, ahora iba vestido con una simple camiseta oscura que se ceñía a su torso y un pantalón cargo del mismo tono. Si te lo encontrabas en la calle, seguro te asustarías.

Parece un marihuano agresivo.

Quizá lo único que no cambió fue lo bien que encajaba con los desconocidos.

—¿Y cómo fue que se reencontraron hasta ahorita?

La pregunta me sacó de mi ensimismamiento. Me di cuenta que estaba dirigida a Esther cuando los ojos del resto se centraron en ella.

—Ah, bueno…

Bajó la mirada y acomodó uno de sus mechones castaños tras la oreja. Aun así, algunas hebras largas consiguieron colarse en mi campo de visión, donde apenas pude darme cuenta del enrojecimiento en su rostro.




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