Definitivamente esa no era su letra.
Luego de que los exámenes terminarán, Zara pudo reflexionar un poco. Recordó entonces los apuntes de Abel. Así como los de ella, sus garabatos eran horribles; nada tenía que ver con las palabras en cursiva y bien detalladas que vio en la carta. Aunque también pudo esforzarse por escribir tan bonito para que nadie se diera cuenta de la verdad.
Sólo es un pretexto para evadir la realidad.
Todavía le faltaba recibir algunas de sus calificaciones, pero ya tenía suficiente para sufrir por un buen rato. Obtuvo más de siete, con el riesgo de irse a ordinario si sus calificaciones bajaban en el siguiente parcial. De tan sólo pensarlo, sintió la cabeza palpitar.
Su único consuelo fue recuperar el hambre. ¿Lo malo? Los demás también parecieron hacerlo.
La cafetería, que casi siempre estaba llena, en ese entonces parecía un bar a medianoche. Era difícil caminar y la barra estaba peligrosamente repleta, dónde algunos se aprovechaban de la confusión y se colaban.
—Puta madre, ya se metió otro —refunfuñó Valeria en un siseo.
—Tal vez no debí regalarle las galletas —balbuceó Zara en su lugar, a pesar de que ya habían pasado cuatro días desde aquello.
Avanzaban un paso cada diez minutos y ella estuvo a punto de rendirse.
—Oye, hay un huequito allí. —La voz de un muchacho sonó a su lado—. Vamos a meternos.
Zara le dio una mala mirada y quiso protestar y maldecirlos, hasta que vio a su acompañante de cabello negro y rebelde, rapado a un costado; unos aretes que estiraban los lóbulos de sus orejas; tatuajes que se asomaban en la manga corta de su playera. La cara comenzó a palidecer cuando lo reconoció. Era aquel muchacho con el que se topó en la calle, mientras ella intentaba arreglarse.
—Ah. —Él abrió más los ojos al verla—. Hola.
Zara sonrió, todavía apenada.
—¿Quién es él? —preguntó Celeste en voz baja.
—¿Quieren que les saquemos algo? —ofreció éste, con sumo cuidado de no ser escuchado por los demás.
Las tres no dudaron en aceptar, hicieron sus peticiones y, unos minutos después se encontraban afuera de la cafetería con comida.
—Muchas gracias por esto. Ya casi íbamos una hora de estar formadas —dijo Celeste, dando la primera mordida a su torta.
—No hay de qué. —El muchacho sonrió—. Ya llevamos práctica de hace meses. Muchos nos mentan la madre por eso, pero es la única manera de obtener algo antes de que se acabe.
—Sobre todo al final de los parciales —señaló el otro, quien había identificado el hueco de la fila.
—¿De dónde son? Dudo que estudien Comunicación, nunca antes los habíamos visto. —Celeste, quien era una gran observadora, se atrevió a continuar la conversación. Cuando Zara se dio cuenta ya se encontraban sentados en el césped, frente a las canchas.
—Estamos en Diseño Gráfico, pero venimos acá porque la comida es mucho mejor —dijo el de cabello negro—. Mi nombre es Henry, por cierto.
—Y yo Kevin.
Las chicas se presentaron también. Zara lo hizo un poco más reservada, por la vergüenza que le producía recordar aquel momento. Tampoco era la gran cosa, se decía, pero el simple hecho de reencontrarse con alguien que vio un rato vergonzoso le parecía abrumador.
—Ah, pero, ¿cómo es que se conocen? —Celeste paró de comer para mirarles.
Zara tragó saliva.
—E-es que nos vimos en la calle y nos reconocimos —dijo apresuradamente.
Entonces se giró hacia el otro, con la esperanza de que no decidiera contar los detalles. Pero Henry asintió.
—Sería difícil olvidar la cara de una estudiante en época de exámenes —dijo entre risas.
—Me veía horrible —aceptó finalmente ella, también riendo. En retrospectiva, le resultaba chistoso, ya que no estaba en su mejor momento.
—¿No quieren venir el viernes con nosotros? —habló Kevin, de repente—. Los de nuestra carrera vamos a ir a Los Cocos a celebrar que terminaron los parciales.
—Sí, vayan. Siempre se pone bien bueno cuando nosotros estamos presentes —terció Henry, completamente orgulloso.
—Claro que iremos —asintió Celeste, con renovada energía—. Ya nos hace falta un desestrés. ¿Verdad, Leri?
Codeó las costillas de Valeria, quién solo asintió y bajó la mirada. Fue entonces cuando Zara se percató de las miraditas que Kevin le daba.
Oh.
—El alcohol es perfecto para hacerlo —dijo Kevin, lleno de entusiasmo. Con una mirada brillante y una sonrisa simpática, Zara pensó que era alguien agradable.
—Tanto así que nos ha tocado cuidar a nuestros profesores —se rio Henry, como recordando el suceso.
—¿Los profesores han ido con ustedes? —inquirió Celeste, bastante sorprendida.
—¡Pues claro! No hace falta convencerlos, ellos solitos van. Ah, pero no le digan a nadie. —Henry se puso el dedo índice en los labios, mientras escrutaba los alrededores con la mirada—. No queremos que los suspendan y luego se desquiten con nosotros.