Zarabel

06

Los Cocos era un lugar bastante rústico a comparación de cualquier otro bar. La entrada era un pasillo estrecho, junto a un cuartito que servía de tienda, dónde, a su vez, se preparaban las bebidas. Después seguía el patio, dónde las mesas estaban custodiadas por techos en forma de cúpulas y revestidos de paja, para que el intenso sol no molestara a los clientes. Un montón de macetas con flores coloridas se enfilaban en las paredes de los alrededores, y los demás pasillos que conducían a la barra, estaban hechos de cemento sin pintar.

No era ni por asomo el lugar más cómodo o bonito, pero eso lo hacía especial. Se sentía más familiar que cualquier otro sitio, dónde podías ir como quisieras y salir en el estado que fuera sin sentir vergüenza. Eso era lo que lo hacía tan conocido y apacible.

Lo único que Zara cambiaría, sin embargo, era el terrible olor. Probablemente resultaba difícil mantenerlo limpio, pues la masa de gente que llegaba por día era ridícula, mas agradecería si se lavaran los pisos y baños dos o tres veces al día.

Por algo es tan barato.

—Eh, llegaron. —Kevin se acercó a las tres chicas cuando se asomaron al patio. Con el rostro completamente enrojecido, al igual que sus ojos, cargaba con una botella de cerveza oscura.

—¿Desde cuándo comenzaron a tomar? —preguntó Zara, sorprendida por la rapidez en que el grupo de Diseño Gráfico se veía tan ambientado.

—Mmm, no recuerdo. ¿Hace tres horas? —Kevin se tambaleó un poco antes de fijar su mirada en Valeria—. Vamos a sentarnos juntos.

Pasó el brazo alrededor de los hombros de la chica, quién solo pudo seguirle mientras veía con temor a sus amigas.

—¿No deberíamos ayudarla? —inquirió Zara a Celeste.

—Nah, necesita conocer a las personas por su cuenta —respondió, con una sonrisa confiada—. Aun así, no nos apartemos mucho, por si acaso.

Zara asintió antes de seguir los pasos de los chicos.

En una de las mesas se encontraba todo el grupo, con una bocina a todo volumen. Muchos cantaban, otros reían y un par se habían perdido en uno de los jardines escondidos, seguramente ligando o directamente cogiendo.

El primer rostro familiar fue Henry, con sus peculiares tatuajes en los brazos y los enormes aretes de sus orejas. Al mirarla, él la saludó y se puso de pie.

—Qué bueno que vinieron —dijo en cuanto llegó hacia ella—. ¿Quieres que te pida algo?

—Ahorita voy yo —respondió. Tenía un fuerte olor a tequila que no podía pasar por desapercibido. No le desagradaba cuando era ligero, pero para ese entonces Henry podía ser una botella de tequila andante.

—Te acompaño, entonces.

Zara se giró hacia Celeste, quién hizo un gesto aprobatorio antes de pedirle una cerveza.

Caminaron hacia la barra. Henry caminaba bastante decente considerando la mala apariencia, pero su lengua comenzaba a fallar y arrastraba algunas palabras.

—Me sorprendió cuando volví a verte —mencionó. Acortó la distancia entre ambos más de lo necesario, pero ella no hizo por alejarse, pues comprendía que para ese entonces ya no contaba con noción espacial—. No es la primera vez que alguien se arregla frente a esa puerta, pero tú claramente tenías un aspecto de universitaria.

—Ah, gracias. —Zara rio, ahora incómoda. Odiaba recordar los momentos vergonzosos de su vida, pues terminaba por atormentarse a sí misma más tarde.

—Hacen tatuajes —continuó él. Zara sospechó que se refería al local donde se vieron—. Está medio cariñoso, pero conozco al dueño, así que me dan descuento. Cuando vayas, di que eres mi amiga y también te lo pondrán a buen precio.

Zara se limitó a asentir. No estaba interesada, en realidad. No les temía a las agujas, pero tampoco tenía algo que quisiera conservar en su piel. Aunque la opción ahora le parecía tentadora.

Llegaron a la barra y Zara encargó tres cervezas, una para cada una, como un buen comienzo.

Henry balbuceó sobre el mal sabor de la cerveza oscura y murmuró un par de cosas más que fueron ininteligibles para ella. Por un momento Zara temió que el alcohol surtiera mayor efecto y tuviera que llevárselo a rastras a la mesa. Se giró por completo hacia él una vez que despacharon su bebida y, cuando estuvo por preguntarle si necesitaba algo, se detuvo de golpe.

—Ah. —La voz salió por sí sola. Frente a ella se encontraba Abel, quién los miraba con curiosidad. Ella estuvo tentada en ignorarle y pasar de largo, pero se recordó ser cordial—. Hola.

Abel asintió.

—Ah, Abelardo. ¡Vinisteeee! —Henry exclamó, acompañado de un exagerado gesto de sorpresa—. Pensé que no vendrías. ¿También está Javiruchis?

—Está en tu mesa —dijo él. Zara se sorprendió al escuchar el tono severo con el que se dirigió hacia quien parecía ser su amigo—. Vine por nuestras bebidas.

—POR FIN. Zara, Zara. —Henry se volvió, agitando la mano para incitarla a acercarse—. Él es mi roommie. Roommie, ella es Zara.

—Ah, sí —dijo ella—. Ya nos conocemos.

—¡¿Qué?! Definitivamente el mundo es una piedra... ¿Así se dice? —Henry se rió con fuerza por un par de segundos, luego se detuvo abruptamente y gritó. Tenía los ojos bien abiertos y los señaló a ambos—. AH, entonces eres tú esa Zara.




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