Zarabel

08

La plaza donde se encontraron estaba atiborrada de personas, así que ella caminó donde pudiera ocultarse. Se había tomado una pastilla contra la migraña antes de salir, pero lamentablemente todavía no le hacía efecto.

—¡Zara, hola! —Celeste agitó su mano para que pudiera verla.

A su lado, Valeria permanecía sentada en una de las bancas. Zara sabía que no sonreía mucho, pero esa vez parecía deprimida.

No hubo muchas palabras al inicio.

Mientras Valeria y Celeste miraban entusiasmadas cada aparador, señalando la ropa que comprarían y la que cambiarían de estilo, Zara no pudo dejar de imaginarse ahí junto a Esther. Su cariño hacia ella era tan grande que, cada vez que estaban lejos, su mente la extrañaría en cada ocasión.

Pero eso es normal, se recordó. Tras cuatro años de amistad, el haberse acostumbrado a estar a su lado la inclinaba a anhelar tenerla junto a ella siempre.

Después se dirigieron a los cosméticos, donde las tres adquirieron un poco; sobre todo, Zara se guio hacia los productos para el cabello, pues pintárselo de color ciruela requería de cuidados delicados. Le compró un aceite a Esther ya que ella también velaba mucho por su cabello; después de todo, era liso y brillante, llegándole por debajo de la cintura.

Un par de horas más tarde, las tres se encontraban en una tienda de helados. Valeria lucía un poco más animada y tranquila, por lo que Zara se atrevió a preguntar:

—Ayer tuviste tu cita, ¿cierto?

La paz que alguna vez pudo sentir, se esfumó en ese momento.

—Sí —respondió cabizbaja.

Zara lo comprendió en ese momento. Aun así, quiso entenderlo perfectamente.

—¿Y cómo te fue?

Valeria se removió, incómoda.

—Prefiero no hablar de eso.

—Es un idiota —Celeste exclamó—. Le sugirió tener relaciones desde la primera cita.

Zara puso mala cara. Ugh, ¿por qué siempre hay un tipo desagradable?

—Y por si fuera poco, después la despreció. Sinceramente, deberían cortarle la cabeza con la que parece pensar.

Ella frunció las cejas, confundida. Volteó a ver a Val, quien mantenía la mirada sobre su comida. Los hombros tensos y puños cerrados, muestra de cuán difícil le era hablar sobre ello. Por eso, no insistió más y asintió en silencio, de acuerdo con la rubia.

—Por eso te recomiendo que tengas cuidado con Henry... Al fin y al cabo, son amigos.

Zara comprendió que no debía dar un bocado más al sentir las miradas significativas de ambas.

—¿Eh? ¿Por qué debería de tener cuidado?

—Bueno... nosotras creímos... —empezó a decir Valeria— que él y tú...

—Los emparejamos —admitió Celeste, sin reparos.

—¡¿Qué?!

Ambas se encogieron de hombros.

—Es divertido hacerlo —se defendió Valeria.

—Ustedes son imposibles —suspiró entonces, pegando la espalda en el respaldo de la silla—. Pero no tienen por qué preocuparse. Él parece ser una buena persona.

Celeste frunció los labios. No podía creérselo. Al fin y al cabo, el que con lobos se junta, a aullar se enseña, recordó el dicho de su abuelita.

Cuando terminaron y bajaron por las escaleras eléctricas, los ojos de Zara detectaron al instante tres siluetas conocidas. Una sensación amarga apareció en su estómago tan pronto como distinguió la última.

—Ah. —El chico de largas piernas, que encabezaba el trío, se fijó en ellas. De inmediato pudieron reconocerse—. Hola, ¿cómo están?

Los tres se acercaron; Henry acompañado de una sonrisa, cargando una mochila deportiva en el hombro, mientras sujetaba una bebida energética con la otra mano. Abel también cargaba con una mochila enorme y su expresión delataba la incomodidad al encontrarse. Javier, por su parte, era totalmente ajeno al tenso ambiente, no obstante, les sonreía con completa inocencia.

De reojo, Zara notó la incomodidad de Valeria, como si con solo mirarles, recordara a su amigo y la terrible experiencia que tuvo el día anterior. Debió ser completamente desagradable, comprendió entonces, así que dio un paso adelante, para que ellos no se acercaran demasiado.

—Qué bueno que las encontramos —comenzó a decir Javier—. Estábamos pensando en ir a almorzar. ¿No quieren ir con nosotros?

Pero Celeste negó rápidamente con la cabeza.

—Ya nos íbamos. —Habló con un tono sorprendentemente esquivo. Quien usualmente respondería con una enérgica amabilidad, también se plantó frente a Valeria, queriendo protegerla, pese a que era mucho más bajita.

—Ah, ¿en serio? —La cara de decepción fue evidente, pero ni así ella desistió.

—Tenemos cosas que hacer.

—Oh, bueno... ¿Y tú, Zara?

Pero a Zara le dio pena ese rostro deprimido. A pesar de que Abel estaba incluido en el paquete, comprendió que, además, si regresaba a casa sólo se hundiría en sus pensamientos, cosa que quería evitar a toda costa.




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