ABEL
La culpabilidad es un sentimiento adherido a los errores. Cuando un individuo causa daño a otro, lo esperado es el arrepentimiento y su búsqueda por redimirse. De lo contrario, se le tacha como un villano y se le rechaza.
Yo, que me consideraba una persona sin deficiencias, comencé a dudar de mi propio juicio.
—¡Hasta que asomas tu narizota por acá! —Santiago se paró frente a Javi, apoyando las manos en las caderas.
Mi amigo chasqueó la lengua.
—Estuve en exámenes —dijo de mala gana antes de escrutar su alrededor. Le daba vergüenza ser expuesto frente a todos los clientes y, para su fortuna, sólo uno cuantos nos dieron un vistazo antes de continuar con su rutina.
—Esa no es excusa. —Su hermano posó la mano en mi hombro—. Abel vino incluso cuando se parecía a Nosferatu.
—Chinga a tu madre. —Me aparté con un empujón.
—De cualquier forma, no vine para entrenar —refutó Javier—. Sólo los estoy acompañando.
Nos señaló a Henry y a mí con la mirada. El último había estado muy calladito y supe la razón en cuánto lo vi: no paraba de fijarse en una de las clientas que trabajaba con las pesas.
—Eres un malagradecido. Mientras el resto tiene que pagar la mensualidad, yo te lo dejo gratis —resopló Santiago, lo suficientemente bajito como para no causar discordias con sus clientes.
—Pues casi no vengo. Sería una grosería que todavía me cobraras.
Santi hizo ademán de golpearlo, pero detuvo la mano en el aire. Escuché el susurro de «Ya no somos niños» y vació el aire furioso de sus pulmones.
—Está bien, tú ganas. —Se paró bien derecho y alzó la cabeza con suficiencia—. Si entrenas hoy, te compro la consola que quieras.
—Ni siquiera me gusta tanto…
—¡Hazlo, Bebote! —intervino Henry, enérgico—. La que tenemos en la casa está a nada de morirse.
La insistencia fue tal que Javier terminó desistiendo. Incluso cuando no traía la ropa adecuada para ejercitarse, su hermano le indicó que tenía un conjunto guardado. En cuanto salió de los vestidores, Henry escupió el agua que estaba bebiendo y yo no contuve mis risas. Nuestro amigo era un grandulón de espalda ancha, sacándole una cabeza de altura a su propio hermano, por lo que la camiseta de licra le quedaba como una ombliguera que se aferraba para no rasgarse.
—¡Ya cállense! —Con el rostro encendido, se acercó para cubrir violentamente la boca de Henry, quien, sin parar de toser, se reía a carcajadas.
Mi sonrisa se desvaneció cuando recibí un par de notificaciones en mi teléfono. No me sorprendió ver los mensajes de Esther entre ellas.
Hoy me vine al pueblo para ver a mi abu.
Y ya me puso a hacer el quehacer. ¡Es muy crueeeel!
¿Cuándo vienes?
Dudé antes de responder. Por un momento recordé lo que sucedió el viernes pasado: un nuevo conflicto con Zara.
—¿Quién es?
Mis gestos llamaron la atención de Santiago que, con su mala costumbre, trató de ver la pantalla.
—Una amiga —dije antes de bloquearlo.
—¡¿Es Zara?! —Javier dejó su guerrilla con Henry y se volvió, emocionado.
—No, es otra.
—Ah…
Tanto Javi como Henry se mostraron decepcionados y eso me irritó todavía más.
—¿Quién es Zara? —preguntó Santi, curioso.
—Es la amiguita…
—Ya voy a empezar mi rutina —atajé y apreté la manga de su playera con urgencia. No quería que esos dos lo contaminaran con ese tema—. Anda, vamos.
—Hoy tendrás que hacerlo tú solo —refutó antes de apartarse, extrañado—. Tengo que asegurarme que Javi lo haga bien.
Apreté los dientes y forcé una sonrisa.
—Sí, es cierto, ja, ja. Entonces voy a empezar. —Antes de alejarme, lancé una mirada de advertencia para esos dos, pero en lugar de intimidarlos, parecía que disfrutaban molestarme.
Tenía la teoría de que sabían que entre Zara y yo no había nada, mas les complacía hacerme perder la paciencia. Tal vez si supieran que esa chica babeaba por otra mujer, me dejarían en paz.
Pero decírselos no es una opción.
No quería cargar con una responsabilidad así de grande. Suficiente tenía con la fricción que provoqué el viernes, pues, con sólo emitir una simple pregunta, me sentí extrañamente mal. El semblante imperturbable de Zara se descompuso al instante, como si toda la fortaleza que la caracterizaba decidiera abandonar su cuerpo de repente. La confusión no le permitió maldecirme como era su costumbre, pero sus ojos reflejaron aquello que se calló.
En otras circunstancias, no me habría importado en absoluto. Pero esta vez me sentí como un bravucón. Mientras ella intentaba buscar la paz que nunca existió entre ambos, de algún modo, terminé arruinándolo.
Quise hacerme sentir mejor pensando que sólo se trataba de otro berrinche de su parte, mas no podía olvidarme de su expresión indefensa.