Zara se despidió de los chicos, agradeciendo el aventón.
Al parecer, ellos habrían supuesto ver algo más afectuoso que un asentimiento de cabeza para Abel, pero de cualquier manera lo entendieron y no dijeron más.
Ella esperó a que arrancaran el auto para atreverse a subir las escaleras. Fueron unos segundos incómodos, y sólo hasta que desistieron, es que se preparó para enfrentar a su viejo enemigo.
—Zarita, ya llegaste. —Pero la gentil voz de doña Martina la paró en seco.
—Ah, sí. Perdón por haberme ido así de rápido, pero mis amigas me llamaron.
—Bueno, pues ahora nos debes a Dieguito y a mí un buen desayuno.
Ambas se rieron. Zara no se retiró hasta que hubo hecho la promesa y, tras recibir un par de roles de canela que la mujer le regaló, subió al apartamento. No fue raro que cada parte de su cuerpo temblara, pero poco a poco ya sentía que estaba acostumbrándose.
Tal vez no es tan malo, después de todo.
Tuvo el impulso de avisar sobre su regreso, hasta que recordó que Esther todavía estaba en casa de su familia. Soltó un largo suspiro. Sin ella ahí, el departamento se sentía aburrido y sin chiste. Sabía que, si no compartía sitio con su mejor amiga, no soportaría ni una semana en ese insípido lugar.
Luego de prepararse un té de manzanilla y poner uno de los roles en un platito, se encerró en su habitación. Dejó la comida en el suelo, al lado de su colchón, y se dejó caer. Estaba dispuesta a ver una serie en su teléfono, cuando, sin pensarlo mucho, abrió el chat con Esther y le mandó un mensaje.
Holiii
¿Cómo vas?
En menos de un minuto, recibió la respuesta que la hizo sonreír.
Zariiissss
ESTOY AGOTADA
Acabo de terminar de lavar y no me quiero levantar de la cama
Pero ya me pusieron más quehacer
QUIERO REGRESARME YAAAAA
Zara se aguantó el impulso de pedirle que volviera y, en su lugar, contestó:
Pero no querías llevarla a la lavandería 77
Es que no me confíooooOoOo
Ojalá tuviésemos una lavadora
Aunque de seguro ni cabría en la sala
Enseguida, mandó un sticker de un perrito llorando. Era tan parecido a ella que Zara soltó una carcajada.
Cuando nos cambiemos de departamento ahorramos y nos compramos una.
Esta vez no hubo una respuesta, pero no hizo falta. Al fin y al cabo, seguía siendo la misma promesa desde el año pasado.
Zara se giró hasta quedar acostada mirando al techo. Puso ambas manos sobre su barriga y sacó todo el aire de sus pulmones.
Deseaba que el martes llegara pronto.
***
—Ahora sí, dinos por qué te quedaste con Henry y los otros.
El saludo de Celeste fue menos cálido de lo esperado, estampando ambas manos en el pupitre y provocándole un susto.
—Buenos días.
Valeria agitó la mano, igual de sorprendida ante la interrogante de Cel. Ya lucía más calmada que el día anterior.
Era lunes por la mañana y, además de sentirse con menos energía que de costumbre, Esther no había regresado al departamento, lo que la puso especialmente de malhumor.
—¡Te advertimos que era mala idea involucrarse con él!
Tal parecía como si Celeste hubiese salido con el tal Kevin. Se le notaba tan furiosa que incluso Val estaba incómoda.
—También estaba Abel —dijo Zara. Aunque le supo mal ocuparlo a él como un buen referente, estaba claro que sus amigas lo adoraban.
—¿Y qué? Sigue siendo amigo de Henry, que es amigo de ese pendejo. Al fin y al cabo, todo es lo mismo.
Zara alzó ambas cejas, sorprendida ante el frenesí de su amiga. Quiso refutar y defenderse, incluso cuando no sabía cómo.
La rubia, por su parte, dio un largo suspiro antes de girarse y tomar asiento. Las clases comenzaron con naturalidad, pero Zara no pudo concentrarse. Pensó en maneras de disculparse, aunque nunca le pareció malo salir con los chicos. Ni siquiera sabía qué tan idiota debió de ser Kevin como para que ella se pusiera de ese modo, pero lo que sí sabía era que ni Henry ni Javier eran malas personas.
Una vez las clases terminaron, Celeste se levantó deprisa y guardó sus cosas en silencio. Zara intentó llamarle, pero salió hecha una furia sin siquiera mirarle.
El largo suspiro de Val no se hizo esperar.
Zara la miró. Quiso preguntar lo que había pasado para dejar tales secuelas en su amiga, pero recordó que, en realidad, la verdadera afectada era la mismísima Valeria.
—Perdónala. —Para su sorpresa, fue Val la que comenzó a hablar. Ambas salieron del salón—. Está muy tensa y se la pasó toda la tarde pensando en que sus amigos te harían una grosería, incluso si es irracional.