Zarabel

12

Zara entró al salón con un aura brillante. Val y Celeste jurarían que incluso veían las flores brotando, brillos rosas e incluso un coro angelical invisible a su alrededor.

Ambas estaban impresionadas. Se la pasaron preocupadas por el desánimo que presentó la tarde anterior, pero ahora parecía haber ganado la lotería.

—Buenos días, alegríaaaas —canturreó antes de tomar asiento detrás de Celeste.

Las chicas intercambiaron una mirada significativa, para después verle fijamente.

—¿Qué? —Zara tomó la carpeta de su mochila, deteniéndose cuando se dio cuenta de la intensidad que le erizaba la piel.

—Hoy vienes MUY contenta.

—Bueno, es un día bonito, ¿no?

Valeria se fijó en la ventana al otro lado del salón. Cielo despejado, sin nubes y un calor sofocante que podía respirarse desde el interior del aula.

—¡Ya, no te hagas! —Celeste perdió la paciencia de inmediato—. ¿Cómo te fue?

—¿Con qué?

—Con tu amorcito. Ya te confesaste, ¿no es cierto?

—Ah... —Toda alegría que pudo experimentar se desvaneció en el acto, suplantada por una incomodidad palpable—. No. No se lo voy a decir.

—¡Eh! ¿Por qué?

—Prefiero que las cosas se queden como están.

—Wow.

—Imposible —murmuró Celeste, como si hubiera escuchado una terrible noticia—. Si fuera tú, lo habría dicho desde el momento en que me di cuenta.

Pero ella meneó la cabeza.

—Por ahora, estoy satisfecha con esto.

—¿De veras? Porque puede que, si no le dices nada...

—Cel, ya. —Valeria se hizo escuchar.

—Sí, lo siento. Es que me pone ansiosa. Tienes razón, Zara, las cosas deben surgir a tu ritmo.

La rubia le dio una media sonrisa. Zara lo agradeció, incluso cuando supo que no era sincera.

Sí, no hace falta apresurar las cosas.

***

El punto de reunión fue redirigido a una modesta cafetería en el centro de la ciudad, de un solo piso y rodeada por edificios que en cualquier momento podrían derrumbarse y reducirla a meros escombros. Zara tragó saliva al analizarlo, pensando que, en definitiva, no tendrían escapatoria si ocurriera un sismo.

El ligero tintineo procedente de la campanilla de la puerta se hizo escuchar en cuanto ambas ingresaron. Cuatro personas ya las esperaban en una mesa pegada al escaparate del local. Al ser tarde, los focos estaban encendidos, y las paredes blancas le hicieron parecer incluso más brillante; sobre todo, cuando se comparaba con el resto de locales a su alrededor.

—¡Hola!

Zara estaba impresionada por la manera tan amigable con la que Esther les saludó, como si realmente no le importara el terrible horario que escogieron para reunirse.

Uno de ellos, el más alto, se alzó de su asiento. Con un cuerpo flacucho y una piel pálida, daba la pinta de ser un espectro. Se acercó a Esther para recibirla con un beso en la mejilla y una sonrisa especialmente alegre. Zara achicó la mirada al verle.

—Ella es mi amiga, Zara —dijo la chica bajita, señalándola—. Espero que no les moleste que nos acompañe.

La aludida dio un paso al frente y también los saludó. Todos respondieron que estaba bien y ella se limitó a sentarse en la mesa de atrás, para no interrumpir su reunión. Sin embargo, sus ojos no pudieron apartar la mirada de uno de los chicos del grupo, quien parecía prestar especial atención a Esther.

Completamente desagradable.

Se mordió el labio, disgustada. Decidió que, si quería dar un buen espacio a los chicos, lo mejor era distraerse un rato con su celular. No obstante, pronto escucharía las primeras quejas sobre una presentación PPT.

—No soy buena con esas cosas. —Una de ellas, la que parecía ser mayor al resto, parecía completamente abrumada.

—Ya lo habíamos decidido desde el primer día. —Otra, quien parecía ser la jefa del equipo, presionó el tabique de su nariz con la mano—. De hecho, tú pediste hacerlo.

—Bueno, sí... Es que mi trabajo consume un montón de tiempo. ¿Y si no la termino?

—¿Es en serio?

—N-no se preocupen, yo puedo hacer la presentación.

Zara levantó la mirada al reconocer la dulce voz de su mejor amiga, quien, un tanto tímida, las interrumpió.

—¿De verdad? —La chica de la presentación le sonrió. —Muchas gracias, Esther.

—No, la vas a hacer tú, Erika. A menos que quieran intercambiar tareas. —La líder no dio un paso atrás, con una postura erguida, el mentón en alto y cruzada de brazos sobre el pecho. Zara entendía por qué tenía el rol de superior.

Un silencio sepulcral pareció ensombrecer de a poco el lugar. Los otros cuatro se miraron por largo rato, pero no protestaron.

El tiempo transcurría mientras se decidían sobre el tema que iban a abordar. Al parecer, interpretarían el caso de un accidente automovilístico. Naturalmente, la líder haría de juez, mientras Esther y el chico fantasmal serían los abogados de cada parte afectada.




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