ESTHER
La crueldad se ha convertido en una tendencia peligrosa, defendida bajo el débil argumento de salvaguardar la honestidad. ¿Realmente se le puede llamar así a un acto tan inhumano que busca herir a otros?
Para mí, la mayor virtud era la bondad. Y si estaba en mis manos repartirla hacia otros, no dudaría en hacerlo.
No me importaba arriesgar mi propia estabilidad para que la calma continuara en mi equipo de trabajo; las palabras crueles que Dana pudiera lanzar en mi contra, así como el desprecio que proyectaban sus ojos al mirarme, nada de eso importaba mientras la paz reinara entre nosotros.
De un modo u otro, los días pasaron más rápido de lo que me habría gustado, entre riñas y disgustos, hasta que llegó el momento de presentar nuestro trabajo.
Me esforcé para verme como toda una abogada profesional. Elegí el conjunto más elegante que tenía a la mano, todo de un insípido color beige. Fruncí los labios después de analizar la foto que me tomé de cuerpo completo; en definitiva, ese estilo no era para mí. Pero ya no tenía tiempo para retractarme, por lo que me acomodé el saco que me quedaba grande y planché la falda plana con las manos. Cualquiera que me viera con esas pintas, sabría que heredé el conjunto de mi abu.
No queda de otra.
Salí de mi habitación con mochila en el hombro y el ánimo hasta el piso. Mi andar fue torpe y sólo pude recordar aquellos momentos de la niñez cuando me atrevía a probarme los suéteres de mi tía. Sin lugar a dudas, parecía un chiste. Y no de los buenos.
—Ah, buenos días.
Me encontré con Zarita en la sala. Acaba de salir de su recámara y caminaba encorvada mientras se rascaba la barriga. Los ojos rojizos e hinchados daban el indicio de que acababa de despertar. Qué suerte, ese día sus clases empezaban al mediodía. Sus pasos la le encaminaban al baño, pero se detuvo a mirarme.
—Ther. —Apenas logró esbozar una floja sonrisa—. Hoy te ves diferente.
Bajé la mirada, avergonzada.
—Sí… Es que hoy toca la exposición y debo ir formal.
—Te ves preciosa.
Mis ojos se ensancharon y los labios formaron una línea recta. Un calorcito se instaló tanto en mis pómulos como en el pecho.
—¿Tú crees? —Al elevar la mirada me di cuenta de que ahora Zara estaba bastante seria.
—No es justo —dijo tras analizarme—. Te ves tan bonita que todo el que te vea va a babear por ti.
No aguanté la carcajada al escuchar su dramática aseveración.
—Qué cosas dices —hablé al cabo de un rato, mientras intentaba componerme. Una inadvertida picazón en las manos—. Ya tengo que irme. Te veo en la tarde.
—Okay.
Acompañada de una renovada seguridad, bajé las escaleras del edificio con mis tenis puestos, mientras que las zapatillas que usaría durante la presentación permanecían dentro de una bolsa en mi mochila.
—Me veo linda —murmuré convencida.
Era una bendición tener a alguien como Zara a mi lado. No sólo me brindaba dulces afirmaciones en cada oportunidad, sino que hallaba la manera de reconfortarme cuando más decaída me sentía, como días atrás, cuando me acompañó a mi reunión con el equipo. De seguro que mi apariencia era de lo más lamentable, así que se vio obligada a abrazarme. Y lo agradecía.
Agradecía cada día que pasaba a su lado, incapaz de pensar en un futuro donde una no contaba con la otra. Lo consideraba una regla universal e indestructible: «Zara necesita de Esther tanto como Esther la necesita a ella», y no tenía planeado que eso terminara.
Detuve mis pasos cuando coincidí con Dana en la entrada de la universidad, a pocos metros del estacionamiento oeste. Con una llave inalámbrica puso seguro al lujoso auto rojo que destacaba entre los otros, de colores monocromos. No me sorprendió ver uno distinto esta semana, pues Dana era una niña rica y no se molestaba en ocultarlo.
Avancé con la intención de alcanzarle. Quizá nuestras interacciones nunca fueron las ideales, pero seguía manteniendo la esperanza de que nuestra relación mejorase con el paso del tiempo.
Ella no apartó la mirada del celular incluso cuando empezó a subir las escaleras, demasiado concentrada en la pantalla.
—Buenos días —entoné bajito.
Supe que me escuchó al ver el sutil asentimiento de su cabeza, mas no hizo acopio de detenerse. Era impresionante notar la agilidad de su andar incluso cuando llevaba tacones de ocho centímetros. Sin contar que, de por sí, ya era bastante alta.
Formé una mueca. Envidiaba las piernas largas y delgadas que hacían lucir la falda azul.
—Carajo —maldijo a mi lado, tres escalones más tarde.
—¿Estás bi…?
—¿Ya viste la porquería que mandó Erika? —Pude ver la vena que sobresalía de su frente—. Tuvo dos putas semanas para hacer la presentación y mira nada más la cochinada que hizo.
Extendió su celular hacia mí. Al principio quise refutar, pero me di cuenta de que no exageraba: la presentación era apenas una hoja en blanco con muchísimo texto sin justificar, todo en Arial. En las esquinas, imágenes de flores rojas hacían de decoración, aunque era desagradable a la vista. Incluso encontré un texto en latín, el que venía predeterminado.