Zarabel

13

Los días pasaron más rápido de lo que a Esther le habría gustado y, para cuando se dio cuenta, debía presentar el proyecto grupal.

Quiso verse como una abogada profesional, así que eligió entre sus conjuntos más elegantes y se probó el que llamó más su atención. No obstante, al verse frente al espejo, hizo un mohín. Realmente no quedaba con ella ese estilo. Pero ya no tenía tiempo para elegir algo más, por lo que se resignó a llevar una falda plana y el saco que le quedaba grande de los hombros, como si fuese herencia de la abuela.

Parezco payaso.

Salió de la habitación, con mochila en el hombro, sin poder hallar comodidad en su andar.

—Ah, buenos días.

Zara había salido de su recámara. Caminaba encorvada mientras se rascaba la barriga, con los ojos rojizos e hinchados, indicio de que acababa de despertar. Era natural, pues ese día en particular tenía clases hasta casi el medio día. Parecía querer dirigirse al baño, pero se detuvo al verla.

—Hola, Ther. —Embriagada por el sueño, logró sonreírle—. Hoy te ves diferente.

—Sí... —La sonrisa de Esther se esfumó de golpe—. Es que hoy toca la exposición y debo ir formal.

—Te ves preciosa.

Ensanchó los ojos y apretó los labios, sin saber cómo reaccionar ante la honestidad brindada.

—¿Tú crees? —logró preguntar, con una tímida sonrisa intentando escaparse de sus labios.

Por fin, Zara se irguió, acariciando su mentón y con actitud pensativa.

—No es justo. Vas a conquistar a todos viéndote así.

Sólo entonces Esther soltó una risilla, mientras el rubor se acumulaba en las mejillas.

—Tengo que irme. Te veo en la tarde.

—Okay.

Bajó del edificio con los tenis puestos, mientras las zapatillas que usaría durante la presentación se mantenían guardadas en una bolsa dentro de su mochila. Por alguna razón, se sentía especialmente positiva aquel día. Quizá se trataba de una buena premonición sobre el proyecto, o tal vez las palabras de Zara cavaron hondo.

Ella de demasiado amable conmigo.

Sonrió para sí misma. No podía negar que tener una amiga como ella era una bendición.

Se detuvo de golpe cuando coincidió con Dana en la entrada de la universidad, al lado del estacionamiento. La chica llevaba una bolsa en la mano, mientras que en la otra sostenía su celular.

—Buenos días.

Dana asintió, sin apartar la mirada del dispositivo.

Esther no supo si debía esperar a que ella se adelantara o irse primero. Creyó que cualquiera de las dos podría verse grosero y Dana se ofendería, por lo que intentó seguirle el ritmo. Le pareció impresionante la habilidad de su compañera para subir las escaleras sin prestar demasiada atención, más aún cuando caminaba tan deprisa y con tacones de ocho centímetros.

—Carajo. —Un par de maldiciones más salieron entre susurros.

—¿Estás bi...?

—¿Ya viste la porquería que mandó Erika? —escupió. La frente mostraba una vena a punto de reventar por el estrés—. Tuvo dos putas semanas para hacer la presentación y mira nada más la cochinada que hizo.

Extendió su celular hacia Esther. Dana no exageraba: la presentación PPT era apenas una hoja en blanco con un texto sin justificar, todo en Arial; un par de imágenes de flores se hacían pasar por decoración, aunque solo resaltaba el mal gusto.

—Ella nos dijo que tenía trabajo... —intentó decir la morena, pero Dana no le permitió seguir hablando.

—Esta mamada ni para imagen de fondo sirve. ¿Ahora qué vamos a hacer? El licenciado nos va a suspender de su clase.

Dana cubrió la frente con su mano, apretando los ojos tanto como la mandíbula. Esther estaba segura de que, en cualquier momento, caería en una crisis nerviosa.

—Puedo arreglarla.

—¿Eh?

—Tenemos veinte minutos antes de que empiece la clase. Pásame el archivo y lo arreglo.

—¿Qué? No, claro que no. La que tiene que arreglar este desmadre es Erika. Por algo nos repartimos el trabajo.

—Vamos a perder más tiempo si discutimos. Es mejor que lo aprovechemos, ¿no crees?

Dana arrugó la cara, claramente sin sentirse convencida en absoluto. Sin embargo, Esther recibió el archivo.

—Bien. Te veo en unos minutos.

Corrió hacia la sala de computación e hizo lo mejor que pudo con el tiempo que tenía. No era lo mejor que podía hacer: era un diseño simplón, pero en definitiva se veía mejor que tres flores torpemente acomodadas en las orillas. Se fue al salón a toda velocidad, con la presentación en el celular, orgullosa de sí misma.

—¿De qué carajo hablas?

Esther se detuvo en la puerta, sorprendida por las palabras que salían de la boca de Erika.

—Por tu ineptitud, puede que suspendamos. No hiciste las diapositivas como debe; sólo copiaste y pegaste sin siquiera justificar el texto. Es lo más básico y ni eso hiciste. ¿Crees que nos van a aceptar esa porquería?




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