ZARA
—¿Y qué haces por aquí?
Esther me robó las palabras por completo. Aunque yo no estaría sonriendo de la forma en la que ella lo hacía en ese momento, como si su mera presencia le trajera la paz que tanto necesitaba después de un día estresante.
De sólo imaginar que eso fuera cierto, no pude evitar fruncir la nariz, cosa que él notó, pero decidió pasar por alto.
—Fui al gym un rato —dijo y señaló la mochila deportiva que cargaba sobre el hombro.
Mis ojos se clavaron en sus tenis grises y sus pies parecían estar bien firmes en el suelo. Apareció una pequeña punzada en el pecho que obligué desaparecer.
Ni siquiera sé lo que estoy buscando.
—Tus amigos no están contigo, ¿verdad? —Celeste oteó nuestro alrededor.
A él pareció causarle gracia la manera en que mi amiga hizo una visera con la mano, sin dejar de registrar la plaza con la mirada. Su risita me obligó a subir la vista. Después de dos semanas de no tenerle cerca su presencia me era ajena y la incomodidad resurgió de entre las cenizas.
—No, se quedaron en casa —respondió.
—¿En casa? —Esther ladeó la cabeza.
—Pagamos la renta de una casa. No es la gran cosa —completó al ver la sorpresa en mis amigas—. No es tan grande y el precio es modesto.
—¿Toda una casa? —Pero Valeria pareció no escucharle—. ¿En esta economía?
—Debe ser otro mundo —murmuró Cel.
—A Zara y a mí apenas nos alcanza para un cuartito —comentó Ther.
La sonrisa de Abel se volvió cada vez más nerviosa. Sus ojos querían escapar de esa situación incómoda y no tuvieron una mejor idea que encontrarse con los míos. No sé qué tipo de expresión puse en ese momento, pero pareció surtirle efecto: en apenas un microsegundo me mostró la lengua, burlón. Mientras que para mis amigas ese gesto infantiloide pasó por alto, yo me sentí ofendida.
—¿Y ustedes? ¿Qué hacen por acá a estas horas? —preguntó entonces con una serenidad aprendida.
—Compras.
Las tres levantaron las bolsas que mostraban el logo de las tiendas a las que pasamos minutos antes.
—¿No tienen hambre? —continuó él—. Les puedo invitar algo.
Quise negarme, mas no encontré mi voz a tiempo. En cambio, mis amigas intercambiaron una mirada y sonrieron.
—Ya que insistes.
Celeste fue la primera en dar dos pasos adelante.
—En realidad ya nos íbamos. —Por fin pude hablar.
Sí, estaba molesta.
Luego de quince días de no coincidir, una parte de mí creyó que él había decidido dejar las cosas por la paz y desaparecer de nuestras vidas. Ingenuamente pensé que sintió un poco de simpatía después de decirle que, tal como siempre quiso escuchar, a mí me gustaba Esther.
Incluso me atreví a embriagarme de una felicidad momentánea para coquetear con ella, pero la visita de Hinojosa no hizo más que darme un golpe de realidad bastante feo.
—No digas eso. —Esther me tomó del brazo—. No nos hemos visto desde hace un buen.
Quise refutar y mis ojos buscaron apoyo, no obstante, mis otras dos amigas asintieron, como si quisieran decirme que estaban bien con eso.
—Bien —solté sin fingir mi disgusto.
Nos quedamos en un restaurante que ofrecía una gran variedad de comida: desde hamburguesas bañadas en queso derretido, hasta quesadillas veganas. Dentro se encontraban mesas rectangulares de plástico de un rojo llamativo, enfiladas frente a sillones amarillos empotrados en la pared. A su vez, pintado en las paredes, podías ver el sol de lentes oscuros que sonreía grotescamente mientras sostenía una hamburguesa.
Si eso no te bastaba para abrir el apetito, el aroma a carne frita lo despertaba de una vez por todas.
—Parece el paraíso —chilló Valeria con una voz especialmente aguda.
Nos acercamos a una de las mesas que se encontraba en el ala oeste. A nuestra derecha, una familia de niños gritones parecía discutir por sus alitas con salsa de mango habanero.
Cuando Esther tomó asiento en el sillón palmeó a su lado.
—Siéntate aquí —le dijo a Abel.
Me quedé bien quieta, todavía de pie. Esther se había acurrucado en la esquina, así que él quedaría en el medio de ambas.
—Anda, ve. —Abel me dio un leve empujón en el hombro.
—¿Eh?
—¿No te quieres sentar junto a Esther?
La pregunta resonó demasiado fuerte. Las tres chicas se nos quedaron viendo, en especial Valeria y Celeste, acompañadas de un silencio expectante que me cohibió. Hasta podía jurar que el resto de los comensales pararon la cháchara en ese mismo instante.
—No. —Agaché la cabeza—. Como sea está bien.
Di un paso atrás y no avancé hasta que él lo hizo. Y sólo entonces fui mucho más consciente de la situación.
¿Está jugando conmigo o qué?