ESTHER
La hipocresía nace cuando el cobarde teme mostrar la parte más oscura de sí mismo. A veces, confundida con bondad bajo el supuesto de no querer herir al otro; sin embargo, mientras que una representa el acto de la más sincera belleza humana, la otra es el resultado de un sentimiento aberrante.
Zara no era una hipócrita y por eso nuestra amistad seguía intacta después de todos estos años. Cada vez que algo le molestaba o no le parecía correcto, lo comunicaba. Buscaba las palabras adecuadas para no herir, pero jamás dejaba de ser honesta. Eso era algo que siempre admiré de ella.
—¿Zarita? —Mi voz se hizo un hilo al comprender el efecto de mis palabras.
No se movió durante unos segundos y eso me aterró.
—No me lo creo. —Su voz salió en un susurro apenas audible—. Después de todo…
—Oye, está bien. —Busqué su tacto y apoyé la mano en su brazo. Por fin nuestros ojos se encontraron y le mostré una diminuta sonrisa con la esperanza de tranquilizarla—. Eso fue hace mucho.
Pero ella se apartó como si la hubiese abofeteado y negó con la cabeza.
—No lo entiendo, Esther. ¿Cómo puedes sentir algo de nuevo por él?
Cuando el tono brusco me llamaba por mi nombre y su mirada se endurecía, algo dentro de mí estaba a punto de derrumbarse. Intenté responder, pero no encontré las palabras. El nerviosismo hizo que mis movimientos se volvieran torpes y me limité a mostrar una sonrisa extraña antes de huir a mi habitación.
Me fue imposible enfrentarla cuando mis sentimientos estaban hechos un desastre. Temía que, si contestaba algo incorrecto, Zara descubriera toda la malicia con la que actúe durante este último mes. El rechazo sería la respuesta más lógica ante los actos repudiables que no hacían más que generarme este sentimiento de culpa.
No quería que supiera que llevé a Abel a su universidad para comprobar que ambos seguían detestándose, y que me puse contenta al percatarme de que así era.
No quería que supiera con cuánto anhelo esperaba que el resentimiento no hiciera más que crecer entre ambos, para que su afecto se quedara sólo conmigo.
Y no quería que supiera que me estaba muriendo de celos al ver que el odio compartido disminuía en cada encuentro.
Sin importar lo que los demás pudieran decir o pensar de mí, yo no era tan ingenua como para no ver que Abel sólo la miraba a ella. En algún punto perdí el control de la situación y la cercanía entre ambos se hizo mucho más evidente. Tanto, que hasta las amigas de Zara se dieron cuenta. Lo supe porque, en aquel restaurante familiar, quedaron atónitas cuando ambos fueron al baño, e intercambiaron miradas llenas de asombro.
—Entonces es él —enunciaron casi al mismo tiempo.
—¿Qué? —pregunté, fijándome también en la entrada del pasillo. No pude ver a nadie, cosa que me confundió todavía más.
—Ah… —Celeste titubeó y una risita nerviosa se escapó de entre sus labios—. ¿No te parece que se ven bien juntos?
Me fui para atrás, sin poder entender lo que acaba de escuchar.
—¿Qué quieres decir?
—Hacen bonita pareja —secundó Valeria muy convencida.
Intenté ver más allá de donde escaparon, pero fue inútil. Sólo entonces entendí que algo no estaba marchando como lo planeé y eso me puso mucho más ansiosa. Necesitaba encontrar una solución para que, lo que sea que se estaba formando entre esos dos, se detuviera.
Llena de pánico porque, si ambos dejaban de odiarse, me quedaría sola. Y no podía permitir que mi única amiga...
No.
No iba a dejar que la única persona en la que confiaba se alejara de mí.
Sentada en el colchón, los nervios hormigueaban por toda mi mano y no me quedó de otra más que contenerlos al morderme las uñas. Paré hasta que arranqué un pedazo de piel y la sangre ensució mi pulgar.
No, no se puede enterar.
Odiaba actuar de este modo egoísta, causando dolor a quien quiero tanto.
Para no seguir haciéndolo, entonces debía alejarlos otra vez. Sólo así no tendrían que enterarse de mis intenciones en primer lugar.
Y no mentí —reflexioné—. Me estoy enamorando de Abel.
Con cada día que pasaba, este sentimiento crecía y crecía. La atracción era cada vez más difícil de ocultar.
¿Qué más daba lo que pasó en la preparatoria? No importaba quién cometió que error en el pasado. Yo lo quería a él.
Centré la mirada en el sobre a mi lado. Como de costumbre, la carta permanecía sellada con una pegatina en forma de corazón. Con los dedos hinchados por los mordiscos, apenas logré despegarla y tomar la hoja.
Todo el lío que se formó en mi cabeza desapareció al leer la primera línea.
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Para mi más querida Esther.
¿Cómo te fue hoy?
¡Ya pasó todo un mes desde que me atreví a escribirte! Quiero pensar que cuenta como nuestro primer mesiversario, jeje.