Zarabel

15

Zara dejó de respirar sin darse cuenta. Creyó que el dolor en el pecho se debía a la noticia, pero, al abrir la boca, el aire de sus pulmones salió, furioso, arrebatándole las fuerzas.

—¿Zarita? —La voz de Esther se sentía lejana y, al ver el gesto contraído de su amiga, apretó los labios.

—No me lo creo —alcanzó a decir—. Después de todo...

—Oye, está bien. —Esther apoyó la mano en su brazo, haciendo que por fin sus ojos se encontraran. Una pequeña sonrisa que denotaba calma—. Eso fue hace mucho.

Zara se sentía aturdida. ¿Cómo podía hablar con tanta calma? ¿Cómo podía sonreír de esa manera? ¿Cómo es que era capaz de sentir algo de nuevo?

Esther no esperó una respuesta y corrió a su habitación para leer las palabras que un desconocido le escribía diariamente.

Cuando se quedó sola, los pies de Zara la llevaron a su cuarto. La ira parecía quedarse estancada en su garganta, perdiendo la voz. Recordar las lágrimas que llegaron por el desprecio de Abel paralizaban su cuerpo entero, pues era incapaz de procesarlo como algo natural. Lo esperado sería, en su lugar, un completo sentimiento de aislarse de quien causó tanto dolor, ¿no es así?

Una vez más, Zara inhaló y exhaló profundamente. Incluso sus ojos se cerraron un par de veces. Y luego llegó la frustración.

¿Por qué él?

¿Qué tiene de especial?

Luego recordó la facilidad con la que Esther cambió de humor al verlo. No necesitó palabras de consuelo, ni que Abel luchara para sacarle una sonrisa: sólo pasó.

Y se ven bien juntos. No puedo negarlo.

Diferencia de estatura ideal, palabras que fluían con naturalidad... Pero ella también tenía eso con Ther.

Si fuera un hombre, todo sería más sencillo. Sin duda, se confesaría, incluso si arriesgaba su amistad. Estaba segura, sin embargo, que Esther la aceptaría, porque se llevaban bastante bien y el cariño y amor que sentían la una por la otra era más que evidente. Tal vez al principio a Esther le costaría un tiempo darse cuenta de ello, pero Zara sería paciente y la esperaría el tiempo necesario.

Pero no soy un hombre.

La realidad aplastó su pecho hasta dejarle sin aire.

***

—Nos debes una buena explicación. —Como parecía haberse hecho usual, el saludo de Celeste fue una frase agresiva que hizo sobresaltar a Zara.

—Un chisme —corrigió Valeria, deshaciéndose de su mochila.

—¿De qué? —Aturdida, Zara se quitó uno de los audífonos inalámbricos de su oreja.

—No tienes que hacerte la que no sabe. Ayer nos dimos cuenta.

Ah, eso.

Soltó un largo suspiro, ahora con toda la atención puesta sobre ella. Celeste estaba claramente emocionada, mientras que Val se sentaba sin apartar la mirada.

—No sé qué quieren que les diga. —Zara no sabía cómo comenzar. ¿Debía admitir que era Esther quien le gustaba? ¿Para qué? Si la misma confesó gustar de otro.

No, de cualquier manera, no estaba lista para hablar sobre ello.

—Oh, vamos. Sé que se me salió decir que apoyaba totalmente a Esther y Abel, pero ya no. —Celeste lucía culpable, juntando ambas manos y con una mirada suplicante—. Te apoyamos totalmente, Zarita.

Valeria asintió, pero Zara dudó. Con la mirada gacha, hizo un ligero puchero.

—No es necesario.

Celeste se giró a su otra amiga, extrañada. Ambas haciéndose la misma pregunta, pero sin atreverse a formularla, por lo que la rubia infundió toda su energía a las siguientes palabras:

—¡No!, seguimos de tu parte. Como amigas, nuestro deber es hacerlo.

Se llevó la mano al pecho y asintió cuando Zara le dirigió la mirada. Aquellas palabras se impregnaron profundamente en su interior. Antes de todo, Esther era su mejor amiga. Entonces, debía apoyarla de manera incondicional... Incluso si salgo lastimada, eso no debe de importar. Así es como resultó ser.

No obstante, el sentimiento arrollador pareció volverse más insoportable.

Bastará con ignorarlo, reflexionó, sin dejar de apretar los puños.

—¿Pasó algo? —Finalmente, Val se atrevió a formular la pregunta.

Por alguna razón, Zara se sintió abrumada; incluso cuando el resto de salón ignoraba por completo su conversación, la sensación de miradas puestas en su cuerpo le hizo estremecerse. Giró la cabeza, en busca de algún metiche, pero sólo confirmó que se trataba de su paranoia.

—Bueno... No me siento muy confiada —admitió, sin poder mirarlas a los ojos. El rubor empezaba a acumularse en las mejillas.

—¿Qué?

—Tal vez... no le pueda gustar —susurró aquello que la atormentaba. Ya no le importaba si sus amigas lo malinterpretaban: necesitaba desahogarse.

—Oye, no digas eso. —Celeste se acercó para darle un medio abrazo. Todavía una sonrisa positiva se mantenía en su rostro redondo—. ¿Por qué no habrías de gustarle? ¡Eres muy bonita! Tu personalidad es buena, y hasta se llevan muy bien.




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