ZARA
Perdonar se sentía como una pesada obligación por realizar.
Todos esperaban que pretendiera olvidar aquellos momentos que marcaron mi existencia para concederle paz a quien hizo tanto daño. Y aunque sea difícil de creer, yo también lo deseaba. Quería cerrar el ciclo que carcomía mi cabeza y me arrebataba el sueño. Aprender a confiar en mí misma y en los demás. Pero, en cada oportunidad de redención, siempre me encontraba retrocediendo.
—Buenos días, Zarita.
Me froté los ojos, alucinada. Al abrirlos de nuevo ahí estaba Esther, esperando en la parada del autobús. En un principio creí que se trataba de un espejismo, hasta que confirmé que no era el caso.
—¿Qué haces aquí? —pregunté desconcertada.
—Pues ya me voy a la ciudad. De hecho, te mandé un mensaje, pero no me respondiste.
Revisé mi teléfono, con su mirada acusadora sobre mí. Tenía razón: diez mensajes esperaban en nuestro chat.
—Ay, perdóname, Ther. Tenía un montón de cosas en qué pensar.
Aunque meneó la cabeza con desaprobación, terminó por desistir y darme unas palmaditas en el hombro.
—Ya, ya. No pasa nada. De cualquier modo, le dije a Abel que nos vayamos juntos. No tarda en llegar.
Fue inútil tratar de dedicarle una sonrisa cuando mis labios se negaron a moverse. Lo que menos necesitaba en ese momento era encontrarme con él.
—¿Qué dijo tu mami del pastel? —preguntó ella, tan ajena al torbellino que se formó en mi interior—. ¿Le gustó?
—Ah... —Desvié la mirada hacia el cielo abierto sobre nosotras. El sofocante calor me obligó a llevar una camiseta sin mangas—. Tenía mucho trabajo, así que no pudo venir. Pero no te preocupes, le dejé tu regalo con una nota, para que sepa que iba de tu parte.
—¿Qué? Me hubieras dicho y te invitaba a pasar el día con mi familia.
Parecía tan triste que me conmovió.
—No te apures. Estaba muy cansada ayer, así que me iba a dar flojera salir de la casa.
Esther no pareció convencida, mas no comentó nada al respecto y, en su lugar, me enseñó un botecito de plástico dentro de una bolsa.
—Lo bueno que me traje un poco de la sopa de ayer. Es de codito con crema.
Esta vez mi sonrisa apareció por sí sola, menos radiante de lo que Esther se merecía. Todos los recuerdos amargos que regresaron para fastidiarme lograron sepultarme una duda que empezó a envenenarme de a poco.
¿Una persona como yo siquiera merecía tener sentimientos por ella?
—¡Ah! —De repente, los ojos castaños de Esther se iluminaron—. ¡Abel ya llegó!
Contuve la respiración por unos segundos, reconociendo los pasos que se aligeraron conforme se acercó a nosotras. No me atreví a verle y, en su lugar, me adelanté para dejarlos atrás.
—¿Cómo te fue? —Esther aprovechó para iniciar la conversación—. Ya no me respondiste los mensajes.
—Sí, perdón. —Escuché su voz y apreté los ojos. ¿Cómo iba a enfrentarlo después de todo?—. Tuve una tarde ocupada, así que lo olvidé. Pero me fue bien.
—¿En serio? ¿Qué tanto hiciste?
Por favor, no se lo digas. Me mordí el labio y tensé los músculos.
—Jugamos UNO —respondió con total naturalidad—. Y como iba con apuesta, ni siquiera vi el teléfono.
—Ah, ya.
Dejé escapar toda la tensión en una exhalación. Fue el momento perfecto para que el autobús llegase y aquellos que estábamos esperando, avanzáramos al interior. Era muy consciente de las miraditas que él me otorgó cada tanto, mas yo opté por centrarme en buscar un lugar. Encontré dos asientos casi al final del pasillo y se los cedí, mientras que yo me quedé atrás, también con ambos libres. No me importaba si Esther tenía más interacción con él o no, lo único que esperaba era no tener que aguantar su aguda mirada durante el viaje.
—Nosotros tampoco hicimos gran cosa —seguía diciendo ella, ya recostada en el lugar junto a la ventana—, fue una comida chiquita, pero igual traje un poco para ti. Espero que te guste. —De la mochila, sacó dos tóperes de litro—. Ah, perdón que sean de crema, pero es que mi abu no confía mucho en mí y cree que no le voy a regresar los buenos...
Abel se rio.
—No te preocupes.
Me puse cómoda y decidí ignorarlos abiertamente. Con la mirada puesta en la ventana me fijé en el paisaje que dejábamos atrás, con las casas coloridas pasando a gran velocidad. Incluso si una parte de mí se deprimía por rendirme con Esther, tal vez era lo mejor. Quizá mi forma de amar era el de ser una mera espectadora, adorándola desde la distancia.
De cualquier forma, el lado egoísta seguía entrometiéndose, aquel que no deseaba que nadie se le acercara para ser la única que tuviera acceso a sus sonrisas, y que los ojos redondos no se apartaran de mí. Un deseo que, con cada día transcurrido, se hacía más y más fuerte. Una chispa que amenazaba con crear un incendio.
Apreté el tabique de mi nariz y resoplé. No tengo derecho.
—Oye —El susurro me obligó a levantar la mirada para encontrarme con Abel, asomado desde su asiento para verme. El traqueteo del autobús lo hizo perder el equilibrio por un momento y casi me reí—, ¿cómo sigues?