Cuando di a luz por medio de la cesárea que me realizaron, me encontraba en un estado de salud crítico, principios de preeclamsia, presión alta y baja en proteínas. Ese día me dijeron algo muy interesante, medicamente hablando, se previa como posibilidad que yo falleciera en el parto; lo cuál no sucedió por milagro y gracia de Dios, sin embargo, la doctora hizo énfasis en el hecho de que la retención de líquidos en mis piernas se provocó por una emoción fuerte que no fue canalizada correctamente, más me explicó que la razón por la que sobreviví, además de su debido reconocimiento a la obra de Dios, se debía a mi fortaleza interna; desde la perspectiva de la doctora, el que sea sensible y deje fluir mis emociones canalizándolas en alguna actividad que las exponga, me hace emocionalmente más fuerte, que esto también se le denomina, inteligencia emocional.
Humanamente hablando, he vivido muchas experiencias caóticas, tanto de rechazo, juicio, prejuicio, engaños y traiciones; como también situaciones cómicas, románticas, logros y romances.
La sensibilidad proviene de todo ello que me enseñó a tener empatía, a entender a las personas, sus emociones, sentimientos, ataduras, heridas y cicatrices. Muchas veces me encuentro llorando, sacando emociones negativas que voy adquiriendo en el día a día, ya fuesen mías causadas por una reacción o de alguien más por lo que persivo o trato de comprender.
El ser sensible no sólo significa sentir, sino que además es un don que se convierte en maldición, las personas que son opuestas, es decir, insensibles, generalmente causan juicios y además, engañan a otros con su palabrería, descalificando o minimizando esas emociones o sentimientos.
No es fácil ser sensible en un mundo cruel, egoísta, orgulloso e insensible.