Amaia limpió La sangre de Lucía que aún tenía en las manos en su pantalón negro lo mejor que pudo, y salió como si nada hubiera ocurrido del lugar, cubriendo parcialmente su rostro de las cámaras de seguridad con grandes lentes a juego con su atuendo.
Tomó un taxi que La llevó sin escalas al hotel en el que pasaría unos días, hasta poder conseguir que su tío libere suficiente dinero para un departamento propio. El camino fue silencioso, casi tenso, entre La paranoia que le generaba a La chica que su chófer momentáneo pudiera notar algo extraño y La incertidumbre del hombre que había notado lo peculiar de su actitud de su pasajera. Cuando le dió lo último de efectivo que tenía en los bolsillos, el hombre noto el ligero temblor y el peculiar color en sus manos que ante La improvisación no había podido quitar, y se quedó mirándola un instante fijamente.
–Joder.– Soltó junto con una risa nerviosa. –Esta pintura hasta parece sangre.– El hombre no dijo nada, solo le devolvió una mueca nada convencido de su extraña historia. –Podéis quedaros con el cambio.–
–Muchas gracias señorita.– Respondió con fingida cortesía, y luego La vió perderse entre La gente.
Amaia ingresó rápidamente al imponente edificio, evitando las miradas curiosas. Cerro La puerta detrás de si sonoramente, y aún con las manos temblorosas comenzó a quitarse La ropa sintiéndose sucia.
Dejo un rastro de prendas desde La entrada hasta el baño y luego Estuvo cerca de cuarenta minutos solo lavando sus manos para quitarse el olor a sangre (que según su percepción no se iba con nada) y otros cuarenta sumergida en La bañera. Sin importar cuanto lo intentará, no podía quitarse La escena de La cabeza. La imagen de Lucía agonizante, La sangre en impoluto piso blanco, su mano sobre su vientre abultado mientras La vida se le escapaba de los ojos poco a poco. Esta vez realmente había llegado lejos, pero era necesario.
–Alex... Mí Alex... Espero que con esto te puedas dar cuenta de lo que estoy dispuesta a hacer por ti... Por nosotros...– Soltó al viento. –Ahora al fin eres libre para amarme... Nadie se interpone para que me conviertas en tú todo...– Al final después de tanta conspiración, todas las piezas estaban en su lugar. Ahora solo le faltaba dar La estocada final, iría por todo, jugaría sus últimas cartas.
Se puso su vertido favorito, color negro y ajustado a las escandalosas curvas de su cuerpo. Se maquilló igual que solía hacerlo su prima, e incluso le copio el peinado, una trenza de lado que le daría buena visión a su escote y a su espalda desnuda. Se miró al espejo y sonrió orgullosa de si misma. Estaba segura de que Alex no podrá resistirse a sus encantos, de que no sería muy diferente a La primera vez que Alai lo dejó. Seguramente después de destrozar todo a su alrededor, estaría ahogándose en alcohol, tratando de apagar sus emociones para no enfrentarse a ellas. Estaría débil, necesitado de calor humano, y lo aprovecharía. Le enseñaría todo lo que había aprendido en estos años de lejanía, lo volvería adicto a su cuerpo, a sus besos y jamás querría volver a estar lejos de ser.
Tomó nuevamente un taxi en dirección a La casa de su adorada obsesión. Miles de imágenes se arremolinaba en su cabeza manteniéndola ausente, con La mirada perdida en La nada misma, mientras sus oídos se inundaban con La suave y melancólica música que el conductor escuchaba. En poco más de quince minutos estaba frente a su casa una vez más. Aquellas paredes encerraban demasiados recuerdo para ambos... Allí se había entregado a él por primera vez, allí había provocado indirectamente La muerte de su suegra, allí la había destruido con su rechazo y ella lo había destruido también...
–¡Alexander!– grito a todo pulmón al verlo fumando en el balcón de su habitación, arrancandolo de sus pensamientos. Él volteó a verla indiferente, casi molesto.
–No se para que viniste, pero vete. Eres La última persona a quien quiero ver en este momento...–
–Es por Alai... Alex créeme yo no le dije nada ¡y ahora me odia! Me hecho, estoy viviendo en un hotel... Ábreme, te lo suplico, entre los dos tenemos que encontrar La forma de explicar todo esto...– Dijo mintiendo descaradamente. –Necesito que me perdone, es lo único que tengo...– Alex se quedó en silencio un momento, pensativo, y luego sin muchas ganas camino por toda La casa atravesó el pequeño jardín delantero y le abrió La puerta.
Frente a frente, Amaia suspiro profundamente. Alex le regalaba una vista privilegiada de su torso desnudo, de sus abdominales esculpidos, y su cabello algo revuelto le otorgaba La imagen del chico malo del cual se había enamorado a primera vista tantos años atrás. Lo siguió en medio de su irritante indiferencia, y un vez que llegaron a La sala, se dejó caer en el sillón y comenzó a inundar su cuerpo con cerveza nuevamente ante sus ojos.
–¿Por que no le contaste a Ali todo desde el principio?– pregunto en tono despectivo, llendo directamente al Punto.
–Yo no podía... ¡No sabía cómo hacerlo! Si, habíais terminado, pero hay códigos. Jamás tendría que haberme metido contigo.– Alexander sonrió de lado y negó ligeramente con La cabeza, en un claro gesto que indicaba que no podía entender lo que pasaba por La cabeza de La psicópata que tenía en frente.
–Por un momento pensé que estabas avergonzada o arrepentida de todo lo que habías hecho, por eso preferiste quedarte callada.– soltó en tono neutro.
–No voy a mentirte. Por mucho tiempo sentí culpa. Se que lo que hice estuvo mal... Pero una parte de mí dice que lo haría todo otra vez.– Confesó. –Jamás pudiste entender que te amé más que cualquier otra cosa, y lo sigo haciendo muy a mí pesar. No sabes lo que daría para que te dieras cuenta que a diferencia de Alai, yo si te acepto con todo lo que eres, con todo lo bueno y lo retorcidamente oscuro de tú ser... porque por más que pase el tiempo, siempre vas a ser solo tú. Así funciona esto del amor, lo das todo por La otra persona, así lo único que recibas del otro lado sea desprecio.–