—Grazie, Sofía. —Aurora le sonrió a la mujer que le sirvió el café, luego se giró hacia Gina—. Escuché que las cosas en el consultorio van bien. —comentó.
—Sí. —respondió esta escuetamente, con los pensamientos a miles de kilómetros de ahí—. ¿Sabes algo de la reunión con los Bianchi? —preguntó con desenfado, dándole un sorbo a su café. Aurora se encogió de hombros.
—Sé que los gritos de Elisa se escucharon por toda la casa cuando se lo dijeron. —Sonrió con tristeza—. Está lastimada por su hermano y no se da cuenta de que está lastimando a todo su alrededor.
—Más bien se está olvidando de la jerarquía. —No pudo evitar decir, Aurora la miró sin comprender. Suspirando, se dispuso a responder, pero la llegada de Edoardo y Carlo la interrumpió. El menor se sentó a su lado, dejándole un beso en la mejilla, mientras el capo se sentaba en un sillón individual.
—La reunión será en dos días. —informó Carlo, Edoardo se tensó al lado de Gina; la mujer lo miró de reojo, negando con la cabeza. Sabía que estaba discutiendo con su padre constantemente y temía lo que esas tensiones podrían significar para la familia—. Esta vez, no quiero ninguna tontería aquí. —Miró a Aurora significativamente, esta puso cara de inocente.
—No sé de qué me estás hablando. —musitó.
—¡Aurora! —Advirtió el padre—. No me tientes.
La muchacha tuvo el buen tino de no responder.
—Tranquilo, zio. —le sonrió Gina. Sofía volvió a entrar en el salón, trayéndoles los cafés a los recién llegados—. Solo iré hasta el mercado. —mencionó—. Necesito algunas cosas para el consultorio.
—Podemos encargarnos de ello. —ofreció Edoardo. Sofía posó la taza delante de él, tomando la de Gina, ya vacía.
—Grazie, Sofía. —Agradeció de nuevo, con una sonrisa—. No, quiero buscar algo para amenizar el ambiente. —explicó—. Quiero que las mujeres que vienen se sientan más a gusto. Y tú, amore, no sabes nada del gusto de las mujeres. —bromeó.
—¿Estás segura de ello? —Edoardo alzó una ceja, retándola a contradecirle.
Gina recordó su cita de dos noches atrás en la terraza. La había sorprendido, dejándola maravillada. Todo había sido decorado con esmero, con flores y música a su gusto. Habían pasado una velada amena, llena de risas y complicidad, llena de besos y pasión. Si pudiera vivir siempre así con él, Gina no pediría nada más al universo. Pero, la vida seguía interponiéndose a su cachito del cielo y estaba cansada de verlo desde las gradas.
—Tú ocúpate de tus cosas, que yo me ocuparé de mi negocio. —zanjó el tema, Edoardo asintió—. ¿Van a ir con seguridad? —preguntó a su zio.
—Hasta una locación neutral. —explicó—. Después, estaremos solos. Ellos y nosotros.
—¿Eso no es arriesgado? —La voz de Aurora denotó pánico—. ¿Y sí es una trampa?
—Todo en este mundo es arriesgado, piccola. —Su padre se levantó para depositar un beso sobre su frente—. Hay que tomar riesgos. Y este es un riesgo bien calculado.
—Estás dando por hecho que se rigen por el mismo código de honor que nosotros. —protestó Edoardo. Gina apretó su mano, buscando calmarlo, pero sin éxito—. Si tuvieran honor, no estarían emboscándonos sin declararnos la guerra.
—Y tú estás dando por hecho que son ellos. Sin ninguna prueba. —le recordó su padre.
—Entonces, ¿Qué razón tuvo Alessandro de romper las tratativas de esa manera tan abrupta?
—Espera, ¿Qué? —Las palabras escaparon de la boca de Gina sin que pudiera controlarse. Tres pares de ojos se posaron en ella, trató de sonreír con naturalidad—. Perdón, nadie me explicó como rompieron con las tratativas. —se excusó.
—Alessandro decidió que no quiere trabajar con una persona como yo. —le explicó Edoardo—. Sea lo que sea que eso signifique.
—Habrá tenido sus razones. —Contraatacó Carlo—. Y estamos yendo a esa reunión precisamente para hablar sobre esas razones. Y no se habla más del tema. —zanjó al ver que su hijo tenía algo más para decir. Se levantó, dejando su café a medio beber y se retiró del salón. Aurora lo siguió sin siquiera despedirse.
—¿Por qué habrá dicho eso de ti? —Una vez más, los nervios pudieron a Gina. Edoardo se encogió de hombros.
—Eso deberías preguntárselo a él. —Aunque él no estaba hablando en serio, Gina se planteó seriamente esa posibilidad.
🖤🖤🖤
El mercado estaba lleno de gente ese día. Enzo caminaba detrás de ella, malhumorado y atento a todo lo que sucedía a su alrededor.
—Deberías cambiar esa cara. —le dijo mientras examinaba unas cortinas que irían bien con el consultorio que quería crear—. Te saqué de tu miseria. —Bromeó; Enzo gruñó a su espalda.
Desde que los patrones se fueron, Elisa se había creído ser la dueña de la villa. Iba dando órdenes a todo el mundo, descargando su enojo y frustración con los empleados. Por alguna extraña razón, Enzo siempre estaba el primero en la lista. Y. aunque Gina sabía que el hombre tenía mucho más poder que ella —a pesar de ostentar un cargo menor—, este nunca le plantó cara. Respetaba su duelo, repetía una y otra vez. Por el cariño a Luccio, todos soportaban a la insoportable de su hermana.
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Editado: 05.05.2022