—Toma un poco de agua. —Marín se sentó a su lado, entregándole una botella. Valentina se lo agradeció con una sonrisa, tratando de evitar al otro ocupante de la oficina con esmero. Él, no parecía querer ponérselo tan fácil.
—¿Estás segura de que no quieres que te lleve al hospital? —insistió Jonathan, poniéndose a cuclillas delante de ella. La chica negó.
—No comí nada hoy. —repitió—. Debe ser por eso. —aseguró.
—Te traeré algo para que comas. —decidió Marín, levantándose.
—No es necesario. —protestó, pero la mujer ya estaba saliendo por la puerta sin hacerle caso.
Valentina bebió un poco de agua, echando la cabeza hacia atrás. El mundo seguía fuera de su eje, pero al menos las náuseas habían remitido.
—Yo… —Jonathan se levantó también, de repente nervioso—. Revisaremos el proyecto más tarde. —decidió—. Come algo y ve a casa. —ordenó, saliendo él también.
—Claro. —musitó Valentina, dolida por su indiferencia. No tuvo mucho tiempo para lamentarse, ya que Marín pronto volvió trayéndole una bolsa con comida.
—Aquí tienes. —espetó, sentándose en su silla—. ¿Jonathan se fue? —quiso saber. Valentina asintió, rebuscando en la bolsa. No tenía hambre, pero tenía que comer algo, llevaba días sin hacerlo—. Te voy a llevar a tu casa después. —decidió Marín, la chica negó.
—Una amiga pasará a buscarme. —mintió, pero su jefa aceptó esas palabras.
—Muy bien. Y, si no te sientes mejor, no vengas mañana. —le dijo.
Valentina salió de la empresa con prisas, no quería encontrarse a nadie. Tomó un taxi hasta el hospital, sintiéndose pésimo por el movimiento del coche.
—Hola. —saludó a la recepcionista, la mujer le sonrió cálidamente.
—Hola. Tus resultados ya llegaron. —le avisó, indicándole que podía pasar a la oficina de la doctora.
No se lo había mencionado a nadie, pero había ido al hospital cuando los malestares fueron demasiado. Estaba segura de que era el estrés, tal y como se lo dijo a su madre, pero una persona con su historia familiar no podía dejar las cosas en su simple supuesto.
—Valentina. —La doctora que la había recibido días atrás la saludó con una sonrisa, indicándole que se sentará.
—¿Ya llegaron los resultados? —preguntó, de repente asustada. Todo lo que tenía que ver con ese lugar le producía escalofríos.
—Sí. Y espero no te moleste, invité a un colega mío para que se nos una.
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—¿Qué te puedo servir? —La muchacha detrás del mostrador la miró, sonriente, entregándole el menú.
—Las de siempre. —señaló con la cabeza las galletas saladas; cuando comenzó a trabajar en la empresa las compró una vez para Valeria y desde entonces su hermana solo las comía a ellas. Ahora, Valentina seguía con la tradición—. Y un jugo. —añadió.
—Finalmente decidiste que tanta cafeína te hace mal. —bromeó la chica, Valentina asintió, sin comentar nada. Ella bebía el café con toneladas de azúcar y el azúcar estaba cayéndole mal últimamente.
Sharon se sentó a su lado mientras esperaba.
—Me voy por un día y aquí suceden tantas cosas. —suspiró, mirándola con interés.
—Supongo que Carla se encargó a decírselo a todo el mundo. —sonrió.
—¿Qué te desmayaste en los brazos de Jonathan? —dramatizó Sharon, pidiendo un jugo para sí misma—. También está diciendo que no es la primera vez que te sientes mal y… —Valentina dejó su jugo de lado.
—Sí, sí. Ayer mencionó algo sobre eso también.
—No me dijiste que estás enferma. —Valentina se encogió de hombros.
—No estoy enferma. —aseguró.
—¿Entonces? —se interesó su amiga. Valentina tomó sus galletas y bebió lo que restaba de su bebida.
—Acabo de enterrar a mi hermana. —dijo—. Eso es todo.
—¿Qué…? —Sharon se quedó pasmada—. ¿Qué tiene que ver eso? Sé que estás mal por… —empezó a caminar detrás de ella, llamando la atención de todos—. Valentina, ¿qué pasa? —la detuvo del brazo, frustrada.
—Nada. —espetó—. Es solo un mal día. —se excusó—. Discúlpame, Sharon.
—Pero, no me dejaste contarte… —escucho que su amiga decía detrás de ella, pero no tenía ganas de seguir hablando.
Empezaba a derrumbarse bajo la presión de todos; no tenía más fuerzas para luchar contra el mundo. Subió al ascensor, fingiendo no darse cuenta de las miradas posadas en ella. Sabía que Carla estaba hablando sobre ella a todos en la empresa; pero tampoco le importaba eso. Solo deseaba terminar su contrato, devolver el préstamo y olvidarse de ese lugar también. Había pensado que aguantaría trabajando en el mismo lugar que Jonathan, más, con cada segundo que pasaba cerca de él y sin poder hablarle, tocarlo, besarlo, su estancia se estaba convirtiendo en un infierno. Le dolía su desconfianza, su indiferencia, pero a la vez sentía tanta necesidad de estar con él. Todo lo que sucedió no consiguió menguar el amor que se había apoderado de su corazón.
—Hola. —saludó a Marín al entrar a la oficina; ahí estaban también Jonathan y su hermana.
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Editado: 20.05.2022