El humo de los cigarros danzaba con las luces bajas y rojizas del pequeño bar. Los pocos clientes, ya borrachos, vociferaban por encima de la música que llenaba el ambiente.
Ana, la dueña y la encargada del establecimiento, frunció el ceño ante la perspectiva de que esa sería una de las muchas noches que terminaban en una pelea que dejaría varios destrozos. De más era decir que ninguno se ofrecería a pagar por las molestias después.
Dejó su copa en la barra del bar y caminó con sensualidad hasta el barullo, mezclándose con el gentío.
Si bien la "Dama rosa" no podía clasificarse como un bar de dudosa reputación, Ana no tenía problemas en utilizar los pocos atributos que todavía poseía para sacarle el mayor provecho a su negocio. Sus chicas, también.
—Caballeros, ¿les puedo ayudar en algo? —preguntó con voz seductora, mirando fijamente al hombre que había identificado como el alborotador principal.
Él sonrió, una sonrisa torcida y sin dientes que hizo que se le revolvieran las entrañas, más ella no dio señales de malestar.
—Queremos un poco más de diversión. Ya sabes... —Hizo unas señas vulgares con la mano, pero Ana lo calló de un ademán.
—Andrés, sabes que aquí no podrás encontrar ese tipo de diversión. —Su voz siguió en calma, pero sus palabras cortaron el aire como cuchillas.
Una cosa era que apremiara conductas liberales, otra muy diferente arriesgar su carrera por cargos de prostitución.
—Vamos, cariño... —El hombre hizo ademán de acercarse, pero ella reculó unos pasos, poniéndose a una distancia prudente.
—Creo que lo mejor sería que te vayas. —Pidió con firmeza.
Andrés iba a replicar, lo sabía porque pasaba por un escenario similar cada pocas noches. Por eso también sabía que se encontraría alguien lo suficientemente cuerdo en su grupo de amigos para sacarlo antes de que las cosas vayan a peor.
Suspiró con fuerza cuando eso pasó, uno de los hombres casi lo sacó a rastras prometiéndole diversión en otro lugar. Se giró hacia el grupo que decidió quedarse, de vuelta con una sonrisa pintada en los labios.
—Espero disfruten el resto de la noche. —musitó y ellos respondieron con exclamaciones de júbilo y pedidos de nuevas rondas de alcohol.
Ana se retiró con rapidez y fue directa a los vestidores. Sus muchachas estaban todas listas, se dio cuenta con satisfacción.
—Leanna. —Llamó a la rubia que estaba sentada en un rincón, inmersa en algo que leía en su celular—. Hoy abres tú.
Leanna miró a su jefa con una mueca de desagrado, pero asintió. El mensaje en su celular todavía estaba abierto y la barra titilante la recordaba que todavía tenía una respuesta que escribir. Bloqueó el celular y se levantó, caminó hasta el espejo y procuró que todo estuviera perfecto.
Sintió varias miradas de desagrado a sus espaldas, pero hizo de tripas corazón y las ignoró. Ignorar a sus compañeras se había convertido en una parte de su rutina, tal como arreglarse para salir a cantar a un puñado de hombres borrachos que ni siquiera sabían valorar una buena canción.
Siguió a su jefa sin decir palabra, aunque las ganas de preguntar el porqué del cambio de planes estaban punzando en su interior.
—Andrés volvió a las andadas. —explicó Ana, presintiendo que la muchacha quería saber.
No acostumbraba darles explicaciones a sus empleadas, pero de vez en cuando se sentía indulgente. Además, Leanna era su gallina de huevos de oro, desde que había contratado a la muchacha varios meses atrás el negocio estaba en su auge y su cuenta bancaria más gorda que nunca.
—Entiendo. —musitó la otra, sin prestarle atención realmente.
Sus pensamientos seguían puestos en el mensaje que había recibido apenas minutos atrás. Sacudió la cabeza buscando tranquilizarse.
Para cuando piso el primer escalón que la llevaría al escenario, todos esos pensamientos se evaporaron y la adrenalina que sentía cada vez que se presentaba delante de un público se hizo presente.
Ni siquiera el hecho de saber que los vítores y las exclamaciones no estaban destinados a sus talentos como cantante sino a su vestido ceñido, pudo bajarle el humor.
Cantar era su sueño y aunque no estaba en la mejor situación, poder hacerlo calmaba un poco sus tristezas.
Durante los diez minutos que duraba su presentación en "Dama rosa", tres noches a la semana, todo desaparecía. Su familia, sus amigos y lo más importante, sus problemas. Era solo ella, un micrófono y las notas de sus canciones preferidas. Eran los diez minutos por los que vivía, su motor para seguir luchando en la vida que la había tocado.
Después pensaría en todo lo que se venía encima, en los mensajes perturbadores y madres exigentes. Sus diez minutos estaban por comenzar.
🎶🎶🎶
El aplauso duró poco más de un minuto y ella permaneció sobre el escenario hasta que el último choque de palmas se apagó y la gente empezó a prestarle atención de nuevo a sus cosas, olvidándose de la mujer que había cantado para ellos.
Con paso lento se bajó del escenario, le sonrió a la chica que estaba por sustituirla en el escenario y entró al camarín. Volvió a sentir sus miradas sobre ella y volvió a ignorarlas.
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Editado: 04.04.2022