Los días pasaban con una lentitud agonizante. Las fiestas que le siguieron a la noche de Año Nuevo fueron agotadoras, pero Leanna agradecía al menos tener algo en lo que ocupar su mente.
El silencio por parte de su familia seguía vigente y aunque a veces se moría de ganas de llamarles y pedir perdón —aun cuando no tenía nada por lo que disculparse— siempre se convencía de que así estaba mejor. Sí, el dolor seguía arañándole el pecho, pero al menos faltaba ese estado de ansiedad permanente como cuando hablaba con ellos.
Sus noches las ocupaba otra persona. No lograba irse a dormir sin antes darle mil vueltas a la propuesta de Sean, ojeando la tarjeta que le había entregado y que la invitaba a cometer una imprudencia.
Los días pasaban con una lentitud agonizante y a la vez con una rapidez abrumante. Tanto, que pronto se encontró con apenas un par de días para tomar una decisión que podría o no cambiar el rumbo de su vida.
Recién cuando se encontró delante de la puerta de la oficina de Ana, se dio cuenta de que esa decisión fue tomada la misma noche que Sean se lo propuso, solo estaba demasiado atemorizada por aceptarlo.
Tocó la madera y esperó la respuesta de su jefa. Esa vino en forma de un murmullo suave del otro lado y cuando cruzó el umbral algo dentro de ella gritó que Ana ya sabía a qué estaba viniendo.
—Cariño, ¿cómo estás? —La intención detrás de la pregunta no le pasó desapercibida, pero agradeció que no fuera directa.
Después de su derrumbe la noche de la fiesta, nadie volvió a hablar del estado en el que la habían encontrado. Ana la evitaba, aunque muchas veces notó su mirada preocupada sobre sí misma. Mariana, por otra parte, no se despegaba de ella y había logrado convencerla de mudarse juntas.
Según su amiga —y nueva compañera de piso— su antigua compañera la había dejado colgada en medio del contrato de arrendamiento y estaba desesperada por encontrar a alguien más. Aunque esa historia a veces le parecía improbable a Leanna, lo dejaba pasar y aceptó mudarse con ella en un apartamento en uno de los barrios centrales de la ciudad.
—Estoy bien. —respondió a su jefa, se sentó delante de ella sin esperar una invitación. Ana sonrió—. Quería hablar contigo sobre algo. —empezó, dubitativa, pero esta solamente negó con la cabeza.
—El señor Greyson habló conmigo. —Ofreció a modo de explicación y Leanna volvió a sentir esa irritación que la asaltaba cada que el tipo hacía de las suyas—. ¿Debo asumir que decidiste aceptar su propuesta?
Leanna asintió. No se encontraba en condiciones de ofrecer otra respuesta, de repente se sentía como si estuviera traicionando a Ana.
—Es una oportunidad excelente, cariño. —empezó—. Siempre supe que ibas a llegar más lejos del escenario de mi bar, pero eso no significa que no me duela perderte.
—Yo... Fui muy feliz en este lugar, Ana. —Se sinceró—. Quiero que sepas que siempre estaré agradecida por todo lo que hiciste por mí...
—Ya tuvimos está conversación, cariño. —La interrumpió Ana con una sonrisa—. No me debes nada y un día, cuando seas una estrella en la cima de su carrera, seré la persona más orgullosa del mundo porque en un momento cantaste sobre mi escenario.
Una lágrima se deslizó sobre la mejilla de Ana y ella no hizo nada para detenerla en esa ocasión.
—Solo voy a... Ni siquiera sé lo que voy a hacer ahí, la verdad. —Confesó con una risita—. Pero, me estoy ahogando aquí, Ana. Siento que me estoy perdiendo y necesito un cambio.
Ana se levantó de la silla donde estaba sentada y se puso acuclillas frente a ella. Con una caricia suave limpió las lágrimas que ahora caían sin control alguno.
—Temo que no vas a encontrar esa paz que buscas aunque te fueras al fin del mundo, cariño. —Musitó, con pesar en su voz—. Un día vas a tener que enfrentarte a eso que te lastima tanto, no puedes seguir escapando.
Las palabras de Ana calaron hondo en su ser, pero no pudo darle completamente la razón. Si ella rompiera la distancia que la separaba de su familia volvería al mismo círculo vicioso que estaba absorbiéndola.
Ana no esperó la respuesta porque supo que no iba a llegar, así que se limitó a abrazarla y volver a ser su roca en uno de sus momentos más difíciles.
Cuando salió de la oficina, con la promesa de cantar una última vez en son de despedida, se sentía más ligera y más agobiada a partes iguales. La tarjeta de Sean quemaba en sus bolsillos, reclamando su atención.
🎶🎶🎶
Se las ingenió para resistir ese impulso de llamarlo hasta que estuvo en la seguridad de su apartamento. Mariana no estaba, ahora que la conocía mejor sabía que la muchacha estudiaba en la universidad y que probablemente estuviera en clases a esa hora.
Sentándose en el sillón mullido que abrazo su figura de una manera reconfortante, escribió el número que se burlaba de ella y trató de calmar su corazón frenético.
La línea se descolgó del otro lado y antes de que él pudiera pronunciar palabra y antes de acobardarse, espetó:
—¿La propuesta sigue en pie?
La risa de Sean al otro lado de la línea le pareció extraña, pero como estaba al borde de los nervios, la ignoró.
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Editado: 04.04.2022