A pesar de todo ©

Capítulo 19: Consentimiento pt. 2

A la mañana siguiente les conté a mis padres que Keith me había invitado a cenar con ellos, me dieron permiso, dándome consejos, como era de esperar, que lleváramos todo con calma. Y estuve de acuerdo con ellos. Pero algo dentro de mí me dijo que eso no estaba en mis manos.

Pase todo el día en el trabajo un tanto nerviosa, pues la noche anterior cuando Kyan me llamó, intenté saber el motivo de esa cena. Pero se limitó a decir que no había nada especial de por medio, solamente una cena a la cual su madre quería que estuviera presente. No le creí ni un poquito, pero siempre cambiaba ágilmente el tema de conversación cuando trataba de inquirir más. Y me arrepentí enormemente en no haberlo cuestionado cuando me lo dijo en persona, pero estaba tan sumida en las sensaciones que me hacía sentir que simplemente no pensé en nada.

Kyan llegó puntual a la hora de mi salida. Y mientras nos dirigíamos a casa aproveche para intentar sacarle un poco más de información. Me fue inútil. Así que me limité a pretender creerle. Casi íbamos llegando a casa y durante la mayor parte del trayecto a penas y habíamos cruzado un par de palabras, la verdad era que estaba molesta; él sabía que yo sabía que me ocultaba algo, entonces mi última carta fue el silencio.

—Emily, deja de darle tantas vueltas al asunto… solo es una cena y pues, luego hablaremos con mi padre. —Giré mi cabeza con tanta rapidez que sentí como mi cerebro se tardaba un segundo en obedecer mi petición, me mareé un poco.

— ¡Sabía que había algo más! —Sacudió la cabeza y una sonrisa de diversión se formó en sus labios.

—Lo que pasaba era que: no quería ponerte nerviosa. Pero ya que tus padres lo saben… ¿por qué no decirle de una vez por todas al mío?

—Tenías razón… Creo que hubiera sido mejor no saberlo —dije. Lo escuché suspirar. Se orilló frente a mi casa, a continuación escuché como se desabrochaba el cinturón de seguridad y por el rabillo del ojo, vi como se giraba para verme de frente.

—Ey, no te pongas así. Todo saldrá bien… —Me armé de valor para verlo, sabía que mi cara delataba todas las emociones que cruzaban por mi pecho. La ansiedad comenzaba a hacer destrozos en mí ser, sospesando que quizá había sido mejor llegar a esa cena en completa ignorancia. Me hubiese ahorrado tanto nerviosismo. Pero no, eso me pasaba por curiosa—… te veo en una hora, ¿está bien?

Alcé mis ojos para ver los suyos, necesitaba con locura armarme de valor para lo que pronto pasaría. Necesitaba con urgencia percibir era seguridad que solo Kyan podía trasmitirme hasta llenarme y borrar toda duda. Sus ojos brillaban y su sonrisa ladeada me demostraba que él iba a todas por mí, entonces comprendí que yo también debía de hacer lo mismo.

—Está bien, en una hora te veo… —Abrí la puerta con la disposición de entrar a casa y no perder más tiempo que sería valioso para arreglarme. Pero antes de sacar un pie, giré de nuevo y Kyan me observaba. Y sin darle tiempo a que dijera nada me estiré lo más que pude y rocé sus labios—… te quiero.

Y dejándolo un tanto abrumado bajé y corrí hasta entrar a mi hogar.

Sin embargo, el tiempo pasó volando y a duras penas había logrado arreglar mi cabello. Iba vestida con un jean oscuro, una blusa carmesí con detalles de pedrería muy discreta que yacía en la zona del pecho, me calcé unas sandalias a juego un poco altas. Estaba terminando de maquillarme cuando mi madre apareció en el umbral de mi habitación. Me observó de pies a cabeza.

—Te ves preciosa. —Le sonreí en respuesta, al menos no iba tan funesta exteriormente aunque por dentro era totalmente diferente; un huracán estaba comenzando a hacer destrozos—. Por cierto Kyan está abajo, hablando con tu padre.

Me erguí de inmediato.

— ¿Qué hora es? —cuestioné al tiempo que revisaba la misma en mi celular: eran las ocho menos diez minutos—, ya bajo.

—Okay, no tardes —apuntó, al verme que tomaba un labial y luego otro sin decidirme.

Minutos después, bajé. Y en efecto mi padre y mi novio estaban hablando de futbol. Me acerqué hasta ellos, el primero en verme fue mi papá, quien me sonrió, después fue Kyan quien sonrió de una forma que hizo temblar mis piernas.

—Con todo respeto, Robert, pero tienes una hija preciosa —dijo Kyan. El aludido asintió con la cabeza.

—Lo sé, solo espero que la cuides. —Kyan volvió a verlo y asintió con la cabeza serio, firme.

Mi madre hizo su aparición e hizo que nos fuéramos, alegando a que no era momento para amenazas y que se nos iba a hacer tarde. Se lo agradecí infinitamente. Y con el corazón desbocado y mientras suplicaba al cielo en que todo fuera bien, nos dirigimos a la casa de los Lancaster, en donde me llevaría una gran sorpresa.

—Espero que estés preparada para pedir permiso por mí… —dijo bromista, Kyan. Entorné los ojos en un gesto amenazador, pero los nervios no me permitieron más allá de una mueca de pánico. Soltó una corta risa y luego rosó mis labios—… todo saldrá bien.




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