A pesar de todo ©

Capítulo 29: Revelación

Las semanas pasaban, los exámenes llegaban y yo estaba de lo más aturdida, estudiando como loca, pero qué podía decir, debía hacerlo, era mi futuro del cual hablábamos. Sin embargo, todo mejoró cuando me entregaron mi auto, ya podía ir y venir cuando yo quisiera, iba a mi casa dos veces entre semana y los fines de semana que podía, asimismo, cuando los periodos de evaluaciones llegaban no salía del departamento a menos que tuviera clases. Estudiaba mucho, el año que había tenido sin hacerlo me estaba pasando factura, supongo que mi cerebro se había tomado ese año de descanso muy en serio. Pero diablos, cuando el fin de semana llegaba y lograba pasar con Kyan casi todo el tiempo, todo parecía volver a cobrar sentido y vida. Mi cuerpo reaccionaba ante su presencia, todo era mágico, cada momento a su lado, sin mencionar que nuestros encuentros amorosos cada vez eran más imprevistos, arrebatados. Cada uno en lugar de aplacar el deseo lo avivaba como gasolina vertiéndose en una llamarada, así de explosivo, así de extraordinario.  Y es que, llegábamos a tal punto que, tratábamos de pasar más tiempo en lugares públicos que privados pero qué podía decir, cuando el deseo se hacía presente no había manera de menguarlo de una forma que no fuera perdidos en toda aquella bruma. Después de ver que cada vez eran más seguidos decidimos que era tiempo que yo también me cuidara. Pues un bebé es ese entonces, hubiese complicado mucho más todo lo que estaba  por  venir.

Los meses comenzaron a transcurrir, hasta que las vacaciones de navidad llegaron un poco antes debido a una gran nevada que atenazaba la ciudad. Iba en mi auto de regreso a Campbell, la larga carretera se extendía frente a mis ojos, los arboles recubiertos de escarcha, el viento frio soplando y el cielo cambiando sus tonalidades, avisando que pronto la noche caería. Hacia un frio terrible. Aferré el volante, concentrándome en el camino mientras tarareaba una canción de The 1975, una banda que me encantaba. Sin embargo, al entrar a una curva, ya en la entrada a mi ciudad, una camioneta negra apareció de la nada, me hice a un lado, con la intensión de darle más espacio del que era permitido, pues mis intensiones eran evitar que me golpeara. Fue entonces cuando esta aumentó la velocidad, acelerando en mi dirección. Juro que el alma escapó de mi cuerpo, de inmediato giré el volante a toda velocidad, escuchando el rechinar de las llantas al bailar sobre la liza calle tan bruscamente que sin poderlo evitar choqué contra un árbol, provocando que mi cuerpo se moviera, dando latigazos amortiguados por el cinto de seguridad. Llamé a emergencias, demasiado asustada y a la vez furiosa porque ese maldito conductor temerario no había tenido ni siquiera la decencia de detenerse para saber si estaba bien.

Llegó la policía, la ambulancia y mis padres. Me revisaron, checaron si tenía alguna contusión pero solamente mi brazo izquierdo había sufrido una lesión leve pero que dolía como el infierno. Pues quien se había llevado la peor parte había sido mi pobre auto. Mi papá se hizo cargo de llamar a los del seguro para cobrarlo y reparar mi auto, otra vez estaría sin como movilizarme. Nada podía salir peor, creí.

—Debes descansar —alentó mi mamá. Iba protestar, pero entonces mi padre se asomó por el umbral de mi habitación.

—Kyan está allá abajo, quiere verte. —Giré a ver a mi madre, con ojos suplicantes.

—Por favor, te prometo que solamente será un momento… —Chasqueó la lengua y asintió con la cabeza.

—Pero luego a descansar y no quiero ninguna excusa, ¿bien? —determinó. Asentí con la cabeza feliz. Debía obedecer y aunque no estaba convaleciente, no del todo, creía demasiado  exageradas todas esas medidas.

Esperé ansiosa hasta que lo vi asomar su cabeza, solo entonces me sentí mejor. Rompió distancias y se acercó presuroso hasta mi cama, se sentó con cuidado a mi lado y me abrazó, mientras murmuraba una y otra vez que había temido lo peor, que se hubiese muerto si algo letal me pasaba, las lagrimas comenzaron a escocerse en mis ojos, había sido una suerte que mi accidente no hubiera sido peor, pude haber quedado inconsciente y el auto explotar, pude haber muerto.

—Estoy bien —susurré, queriendo llamar su atención. Se inclinó, hasta que su rostro quedó a escasos centímetros del mío, sonrió casi imperceptiblemente, deslizó sus dedos sobre mis mejillas, limpiando los rastros de agua.

—Lo sé… —Besó mi frente con aprensión y volvió a abrazarme—… eres mi Emily, mi Emily tan fuerte y valiente.

Una de las tres semanas de vacación que tenía la pase casi sin hacer nada, con una férula en mi brazo, convirtiéndome en alguien inútil. No podía hacer casi nada por mí misma, pues mover demasiado el brazo o recaer peso sobre él hacía que me doliera como el infierno. Mis músculos estaban agarrotados, tenía moretones por todos lados y uno bien marcado en la sien izquierda. Al parecer los latigazos que había dado mi cuerpo hicieron que todo mi costado izquierdo se llevara los golpes. ¿Y eso era bueno? Según los doctores si lo era. Para la segunda semana me removieron la férula, al parecer ya era momento de comenzar a usar ese brazo para que comenzara a acostumbrarse al movimiento y ya no dolía tanto como antes pero aun lo sentía un poco inútil pues no podía hacer esfuerzos muy pesados de un tirón, según el doctor recuperaría la movilidad de a poco.




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