A Segunda Vista

4. Amor inmediato

Ver a Sebastián con mi bebé y con esa mujer me rompe el corazón en dos. Ya viene siendo lo suficientemente confuso entender qué clase de vínculo tengo con él mientras he pasado noches enteras a su lado bajo su cuidado mientras la nena crecía en mi barriga, pero lo que más me ha dolido es que no sabía hasta qué punto se quedaba por mí y hasta qué punto por la niña.

La relación de afecto que teníamos entre los dos se metió en una heladera en el instante que cedí a firmar el contrato. Una parte de mí sabía que eso no estaba bien, pero la otra entendía que era lo necesario para subsistir sin proceder a hacer algo de lo que probablemente me iba a arrepentir no porque estuviera “mal” en los términos morales que se lo podría juzgar sino porque todo el mundo a mi alrededor me estaba ya asignando una mirada de “tú eres la que está preñada y lo piensa matar”, pero ahora todo es distinto.

Parece haber dado un vuelco profundo mi vida desde que la niña comenzó a anunciar su llegada a este mundo, pero más aún ahora que la tengo frente a mí y el corazón lo traigo arrastrado por los pasillos.

—¿Puedo…verla?—pregunto con apenas un hilo de voz contemplando la escena, sintiéndome una intrusa.

La mujer se pone tensa y se cruza de brazos, puedo notar que incluso le gruñe a Sebastián tras escucharme a mí.

Él cede:

—Sí, Valentina, acércate. Por favor.

Eso hago. Bah, Luc lo hace, me acerca hasta Sebastián y Pascal quienes están rodeando a la bebé mientras la arpía retrocede. No la odio, sino que su gesto de pocos amigos ante mi presencia me hace pensar que desde ahora somos enemigas. Probablemente nunca le caí bien y ahora recién me vengo enterando.

—¿Viste que es bonita mi hermanita, Valen?—me dice Pascal. Sí, lo conozco mediante Sebastián y debo admitir que nos hemos vuelto buenos amigos desde entonces. O algo así. Él se ha alejado de mí tanto como la relación medio romántica que tenía con su padre a la vez.

—Sí, Pascal, tienes…a la hermanita más…bonita de todo el mundo.

¿Sabrá que fui yo quien la traje al mundo? ¿Sabrá que ella nació de mí? Que cuando andaba con esa panzota era porque la tenía en mi vientre a la bebé.

—¿Quieres sostenerla, Valentina?—me pregunta Sebastián.

—No creo que sea buena idea—añade la tipa detrás—. Sebastián, ya lo hablamos, como doctora considero que lo mejor para la bebé…

—Es una bebé. ¿Okay?

Sí, claro, doña sabionda que debe sacar a relucir sus títulos de médica para hacerse ahora la gran profesional pretende apartarme porque fui yo quien le…le hizo daño a ella…o pretendió.

Dios, esto me tiene con muchas emociones revueltas, pensamientos cruzados y posiciones encontradas. Si mi vida fuese una novela, los lectores estarían entre la disyuntiva de juzgarme por las cosas que hice o que pretendí hacer y comprenderme quizá si me tienen un poquito de compasión.

En cuanto la nena está en mis brazos, el corazón se me hace una pasa de lo mucho que se frunce en mi pecho.

No puedo parar de llorar.

—Nos pueden dejar un momento a solas—le pide a todos Sebastián.

Hay reticencias, pero consigue que doña profesional se lleve a Pascal. Luc también sale a esperar en el pasillo.

Sostengo a la nena. Es hermosa. Tiene…tiene los mismos ojos azules que el padre, pero su nariz y su boca son míos. El padre, quien desapareció de la faz de la tierra cuando se enteró. No importa. Ella es mucho más bonita, no le hace justicia la comparación.

—Es bellísima, ¿no?—dice Sebastián, sentado frente a mí.

—S-sí—le digo con mocos chorreando y él me ayuda con una servilletita para que me los pueda sorber ya que tengo los brazos ocupados con la nena encima—. Dios, esto es tan vergonzoso.

—Te he acompañado en momentos más íntimos que en sorbete los mocos, Valentina—dice sonriendo.

—Sebas… Yo… Siento tanto haber hecho lo que…

La fiesta, el alcohol, las drogas. Y aún así ella vino al mundo hermosa y en excelente estado.

No la merezco.

Definitivamente no la merezco, pero…me muero por ser su mamá.

—¿Cómo se llama?

—Dana.

—Dana—repito su nombre—. ¿Algo más?

—Solo Dana Vélez.

—Dios… Es perfecta. Es perfecta así.

Tengo un nudo en la garganta que se vuelve aún más grande cuando golpean la puerta anunciando que ya ha sido suficiente. Es el abogado de Sebastián.

—Valentina—dice él—. Me temo que hay términos que respetar. Ha sido suficiente, por favor, debes retirarte de la sala ahora.

 




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