A Segunda Vista

9. La otra campana

Narrado por Sebastián

 

En cuanto termino de decirle esas palabras, me siento un monstruo, por todos los cielos, no quiero que sienta que la he traicionado o estafado. Su rostro se vuelve al dolor más grande y desgarrador que jamás he podido ver en nadie y el corazón se me estruja por ver que le estoy provocando eso en el mágico momento que le está terminando de dar el alimento a mi hija.

—Valentina—murmuro, tenso ante su silencio, solo viendo la manera en la que las lágrimas fluyen a mares por sus mejillas—. Valentina, por favor, no lo interpretes mal, no me dejes como un ogro. ¿Puedes ponerte un poquito en mi lugar? Tú no querías a la niña, yo sí. Hicimos los trámites de traspaso de responsabilidad parental como debíamos, eso acordamos, la psicóloga acuerda en que el rechazo materno puede ser dañino para el psiquismo de la nena, los médicos aseguran que debe incorporarme a mí como la figura paternal que necesita, mis abogados y contadores sugieren que te mantengas lejos porque el trámite comercial ya se hizo.

—No—suelta por fin una palabra y parece luchar contra un ahogo terrible mientras habla—. No es…así… Mi hija jamás sería un trámite comercial. Yo no la vendí, te devuelvo todo el dinero que quieras, yo no la vendí. Lo que se contempló fue…trabajo y alimento. Nada más.

—De por vida. Dinero.

—No quiero dinero sucio, por todos los cielos, Sebastián. ¡No la vendería jamás, te lo devuelvo, es mí hija!

Todas mis señales de alarma se encienden en cuanto le escucho decirme eso y me cuadran cada una de las advertencias que recibí en el pasado de parte de tantas voces, pero sobre todo de Lorna.

Ella me lo advirtió.

“A la primera que le des lugar, te va a querer arrancar la niña sino extorsionar por más dinero”.

—Cuánto quieres—le digo por fin, dejándome llevar por esa idea.

Parpadea con expresión de sorpresa.

—¿Cuánto qué? ¿De qué hablas?

—Para que desaparezcas definitivamente de…la vida de Dana. ¿Cuánto quieres, Valentina?

—P-pero…

—Te firmo un cheque ahora. Dime el número, por favor.

—¿En serio crees que vine a pedirte dinero?

—Yo…

—¿No me conoces, acaso?

—¿Entonces a qué viniste?

—Vine por ella, nada más. ¿Qué clase de persona eres, Sebastián?

—Es que… Rayos, lo siento, son tantas personas y tantas voces a las que escuchar que me cuesta centrarme en algo específico, me cuesta formular mi propia opinión, es difícil.

—Dímelo a mí si es difícil que estoy totalmente devastada con todo. De qué me sirve ese dinero si no tengo a mi hija y me siento terrible por el pasado por las decisiones que tomamos alguna vez.

—Entonces creo que será mejor que debas irte. 

Mis palabras son suficiente para que ella termine por decidirse a hacer silencio. Con el rostro devastado en lágrimas me entrega a la bebé y la dejo descansando en su cuna. Al mirarle la carita me hace sentir fatal pensar en el hecho de que le estoy arrancando a la mamá, pero si así es como van a ser las cosas, entonces será mejor que se críe solo con su papá y probablemente con Lorna aunque ella nunca será una madre para Dana. O quizá sí, no lo sé.

Ayudo a Valentina a ponerse de pie.

—Avísale a Luc—le recuerdo.

Niega con la cabeza.

—No. Nada de eso. Puedo sola.

Se suelta y se afirma de un mueble para llegar a la pared y luego a la puerta.

—Valentina…—murmuro.

—Tienes razón en el punto que quizá debería dejar de complicarle la vida a los demás. Déjalo que haga sus cosas, yo puedo con las mías.

Llegamos hasta la puerta y acabo de tomar la decisión de que seré yo con quien ponga aviso a Luc de la situación.

—Por cierto. Hoy mismo te giraré de regreso el dinero.

—No puedes. Hay una traba inhibitoria que no te lo va a permitir.

—Entonces lo haré con…con la cuenta de algún tercero.

—Es un delito. Puede ser considerado lavado de dinero, lo nuestro pasó como una contratación de servicios, ¿recuerdas?

—¿Qué? Como sea, no tocaré un centavo de eso. Será de Dana entonces.

—Bueno. Te sugiero colocarlo en un reservorio de intereses, pero no creo que sea buena alternativa… Ella no necesitará nada de eso, te lo aseguro.

—Sebastián, ¿qué pasó contigo? 

—Valentina, a mí también me está costando todo esto y solo te pido que colabores como yo te he ayudado a ti.

—A ti te llenaron la cabeza estos meses. No fue lo que quedamos antes, te han lavado el cerebro con que soy una persona terrible y no lo soy. Ojalá te pusieras tú en mis zapatos.

Hago silencio.

—Voy…¿voy a poder volver a alimentar a Dana?—me pregunta.

Y sostengo un silencio que se me clava con cuchillas en el pecho.

Sin otra palabra, asiente sin más y se va.

Carajo… Qué difícil es todo esto. ¡A mí también me duele!

 




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