A Segunda Vista

10. Intentar una vida normal

Narrado por Valentina

 

El silencio en la habitación es abrumador. Las paredes parecen cerrarse sobre mí, y el aire se vuelve denso. Mi bebé, mi pequeño tesoro, está durmiendo plácidamente en su cuna. Pero no puedo evitar sentir que algo falta, que un pedazo de mi corazón se ha ido con ella, porque la cuna no está aquí.

¿Cómo podía explicarle que no podía cuidarla y que por eso la di en adopción? ¿Sería importante que en algún momento supiera el asunto de que su madre estaba destrozada cuando quedó embarazada y consideró la idea de adoptarla? Que no tenía los recursos ni la fortaleza para ser su madre.

Sebastián me aseguró que estaría en buenas manos, que una familia amorosa lo recibiría con los brazos abiertos. Pero eso no alivia el dolor en mi pecho. Cierro los ojos y trato de imaginarla creciendo, sonriendo, llamándome “mamá”, pero sé que eso no será así. Le dirá de ese modo a otra desagradable mujer que asegura poder darle una mejor vida que yo a mi propia hija.

La computadora parpadea frente a mí, recordándome mis responsabilidades laborales, pese a que mi mente está en otro lugar.

Ayer Sebastián llamó a Luc quien me encontró en la calle tras haber pedido un Uber y me devolvió a mi apartamento.

Es Oscar, mi jefe. Está entrando una videollamada desde el sistema de la empresa, pero casi de manera intuitiva el dolor en mi abdomen se intensifica. Cada movimiento es una lucha contra mi propio cuerpo. Las puntadas de la cesárea parecen arder, como si alguien estuviera pasando una antorcha sobre mi piel. Mi respiración se vuelve entrecortada y el sudor empapa mi frente al tiempo que opto por atenderle.

—Ho-hola, Oscar—le digo.

—Valentina, buen día. ¿Qué haces aquí?

—Yo…trabajaba.

Las lágrimas se mezclan con el sudor mientras me aferro al borde de la silla. La pantalla de la computadora se vuelve borrosa, y las palabras en la pantalla se desdibujan. “Espera” me digo a mí misma “ya va a pasar, ya va a pasar”. Carajo, si algo faltaba era esta cosa ahora.

—Sabes que prefiero que estés descansando, no te voy a impedir que trabajes, pero es importante ahora que te recuperes.

Intento recordar las instrucciones del médico: descansar, tomar los analgésicos, no levantar objetos pesados. Pero el trabajo no espera. Los correos electrónicos se acumulan, las reuniones virtuales se multiplican. Mi mente está en dos mundos diferentes: el profesional y el personal. Y ambos están en guerra.

—Sí—le contesto a Oscar—, lo sé y lo agradezco mucho, pero…es un momento en que realmente necesito ser útil.

—Eres útil.

—Entonces…convencerme a mí misma de que lo soy.

Oscar suspira al otro lado y alguien parece indicarle de que debe salir a lo que indica que ya va y regresa conmigo:

—Valentina, sabes que la psicóloga de la empresa se estuvo intentando contactar contigo, ¿no? Deben pactar una visita, irá a verte.

—No—murmuro—. No es necesario, yo…

—Eso no es una opción. ¿Quieres hacer tu trabajo? Entonces atiende a la psicóloga.

Trago grueso, dolida.

Creo que la sensación de congoja que me provoca escucharle hablar en ese tono provoca que los calambres físicos en mi cirugía cedan lugar.

—Bien—murmuro—. Entiendo, lo siento.

—No lo sientas, comprendo que ha de ser difícil. Todo el mundo pasa por tiempos difíciles. Atiende a Gabi, pacta una cita, está a tu disposición. Si no te sientes bien, también puedes pactar cita con Luis, el psicólogo que trabaja para nosotros, pero solo trabaja de manera online, creo que tu caso requiere de alguien a tu disposición, siempre cerca. No digo que sea grave, solo quiero estar tranquilo de que estarás acompañada. ¿Okay?

Dios, es tan generoso que hasta me siento incómoda y dolida de haberle causado algún desdén.

—No… No hay problema. Prometo devolverle ahora mismo la llamada a Gabi…

—Bien, Valentina. Recupérate pronto, te vemos por la oficina cuando te sientas mejor.

—Mu-muchas gracias, Oscar.

Y cuelga.

Justo cuando la pantalla que antes parpadeaba, ahora me enseña un chat dentro del mismo sistema de la empresa. Es Luc. Me ha enviado un emoji. La situación me presenta un pequeño déja vu así que voy al chat de WhatsApp de mi contacto personal con él.

Sí, me ha escrito.

“El jefe te retó por cabezota, buuuu”.

Me quedo pensando en ese texto, en realidad lo que oculta es un ¿estás bien? pero conociendo a Luc esa es su manera de ser.

“Sospecho que tuviste que ver” le escribo.

“Los malos siempre nos salimos con la nuestra. ¿Así que te meterán en un loquero?”

“Vaya, eres la persona con el mejor tacto del mundo, por eso eres mi amigo.”

“Lo sé. Entonces Gabi La Atiende Locas ¿te pasará a ver? Escríbele, está preocupada.”

“Ahora lo hago. Cuando termine las métricas de los días que estuve pariendo a la bebé más hermosa del mundo.”

Me sangran los dedos por poco al escribir esas últimas palabras.

“Iré a verte cuando salga de la oficina, ¿okay? Esta vez espero que no me saques a patadas, la vez pasada fue culpa de Sebastián por bocota. Siempre todo es culpa de Sebastián, recuérdalo.”

“Ustedes siguen siendo dos niños en plena riña”.

Me contesta, pero no veo el mensaje.

Porque aparece una llamada en la parte superior de mi celular de un número que desconozco, no estoy segura de si será Gabi porque no agendé su número cuando me llamó ayer, pero sospecho que sí se puede tratar de ella dada la coincidencia de que acabo de colgar con oscar.

—Lo siento, lo siento, lo siento, Gabi. Creí que podría sola con esto, no sabía que sería tan urgente nuestra cita, necesito una psicóloga aunque me lo estuve negando.

—Está claro que necesitas asistencia psicológica, eres una tipa desquiciada, tendrían que medicarte de una vez.

Mi cabeza hace un corte en cuanto escucho esas palabras. Porque se trata de una voz conocida que no me cae muy en gracia en absoluto.




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