A Través De Mis Sueños

Recuerdos Evan 5.0

ADVERTENCIA: CONTENIDO SENSIBLE. POR FAVOR, SI ESTÁS PASANDO POR UNA SITUACIÓN VULNERABLE NO SIGAS LEYENDO. 

Cuando noté que para matarme no servía, directamente no lo intenté más.

Me rendí hasta en eso. Hasta en hacerme daño.

Había cosas que no se podían explicar en palabras y el dolor que sentía al haber perdido a mamá era una de ellas. Pasaba minutos, horas, días, semanas, meses tratando de pensar en cómo podía salir adelante, llegaba a una conclusión: No podía. Realmente no podía o... no tenía ganas de poder. Todo mi tiempo era invertido en estar tristemente encerrado en la habitación, dándome la parte de atrás de la cabeza contra el respaldo de la cama, sumergido en mis pensamientos. 

En mis pensamientos completamente oscuros. 

Recuerdo que cada día era peor que el anterior, a pesar de no hacer ninguna actividad física me encontraba  cansado, las piernas, muchas de las veces, se rendían y volvía a terminar en la cama. En la mañana me encontraba durmiendo, la tarde se hacía presente y yo estaba en un sueño profundo con las luces apagadas, al llegar las ocho de la noche, me levantaba simplemente para ir al baño, sólo comer cereal y volver a acostarme. 

Cada persona que entraba en la habitación, se había acostumbrado a no prender la luz. Eso lastimaba a mis ojos hasta que un día... peleé con papá. 

Le grité, lo golpeé, y lo destruí todo a mi alrededor. Hasta hoy en día no me arrepentía porque lo volvería a hacer. No iba a permitir que él insultase de esa forma a mamá. No lo hacía con palabras sino con sus acciones. Todos teníamos derecho a dejar ir y ser feliz con otra persona pero... ¿a sólo 5 meses de que mamá haya muerto? ¿Alguna vez se te cruzó, por la cabeza, el dolor que podíamos sentir pedazo de infeliz? Claramente que no, ya que, cuando se lo dije; solamente me dijo: "Déjate de tonterías, Evan". 

Ver a otra persona queriendo reemplazar a mamá nunca fue fácil. 

La tristeza, el vacío y el odio no paraban de aumentar. Aquél día corrí hacia el baño, colocando mi cabeza casi dentro del inodoro y... comencé a vomitar. No paraba de hacerlo. Me sentía tan enfermo. Sentía, con tanta intensidad, cuando la fiebre subía y bajaba. Hacía meses que estaba así, ¿cómo lograría subir?

Simplemente... olvidé a Jenna. No porque quisiese sino porque no tenía otra opción. Sólo podía asegurarme que ella no esté lastimándose pero yo estaba allí apunto de rendirme en la vida.

Un jueves en la noche, decidí no seguir más de esta forma. Pero... no significaba que quisiera seguir en este mundo, entonces tomé una chaqueta, me coloqué las zapatillas, lavé mi rostro y me coloqué la capucha para salir en camino a quién sabe dónde. La decisión estaba tomada pero no había nada planeado. 

Cada paso que daba no sólo dolía sino que recordaba a mamá. Murmuré incontables veces que lo siento, lo siento, lo siento y lo siento mamá. Pero duele más no tenerte. 

Caminar lentamente hacia todo más doloroso, entonces comencé a correr. Cuanto más rápido llegaba hacia el puente, más rápido se solucionarían las cosas. 

No quería quedar parado en la baranda del puente como hacían todos sino que a esta velocidad que corría, sería la misma velocidad que me tiraría para simplemente caer del otro lado. 

No lloré hasta que vi que habían cerrado el puente. Todo estaba sumamente cercado de malla a su alrededor. Recuerdo haber gritado tanto. Recuerdo haber perdido el control de mí mismo en esa madrugada.

Metí mis dedos entre el cercado sacudiéndolo con mucha ira y con mucha fuerza.

—¡No puede ser! ¡No puede ser, maldita sea! ¡ME QUIERO MORIR! ¡ME QUIERO MORIR! ¿POR QUÉ NO PUEDO MATARME?! ¡¿POR QUÉ?! —grité llorando. Lo agité tanto que mis brazos se cansaron, comencé a propinarle golpes con puño cerrado al puente haciendo que me lastimara los puños. Ya estaba cubierto de sangre en mis manos y mi ropa.

Luego de unos segundos de pura locura, me acosté en medio del puente esperando por si algún auto, o lo que fuese, pasara por allí pero no... No pasó. Absolutamente nada. Así que sólo quedé sentado contra una pared.

Quedé dormido unos segundos hasta que una mujer de unos 70 años al parecer interrumpió tapó el rayo de luz que daba hacia mi rostro dormido. Su ternura al preguntarme si estaba bien sólo hizo que cerrara los ojos para desear desaparecer. 

Ese día me levanté del suelo. 

Llegué a casa...

Y volví, nuevamente, a dormir.




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