Estoy hambriento por degustarte
puedo sentir tu presencia en mi corazón
aunque pertenezcas a otro mundo.
Nicholas se encontraba en el bar frente al hotel, vio a Audrey subir al taxi y marcharse, tenía ganas de salir corriendo y suplicarle que no se fuera, que no se casara, sobre todo, tenía unas ganas inmensas de llorar. Las cuales ahogó con un trago de brandi, rescatando la entereza de su orgullo, le dio otro sorbo a la bebida sintiendo como le quemaba la garganta y en su estómago se revolvía con el desayuno.
Estaba por pedir otro trago, cuando desistió. No quería y no iba a emborracharse, Audrey Davis no lo merecía, no merecía que se desboronara por ella, que no era más que una perra mentirosa. Por lo que regresó al hotel, entró a la habitación, encontrándose con el libro que ella le había prometido, fijó su mirada en la portada.
—Tantra de la Gran Liberación, de Sir John Woodroffe. — Leyó en voz alta, para después dejarlo caer sin ningún cuidado sobre la cama.
Agarró la caja de cigarrillos de la mesa de noche, junto al encendedor y se dirigió a la pequeña terraza, dejándose caer sentado en una de las sillas de ratán y se fumó dos, tal vez tres cigarros, mientras sentía el tiempo pasar lentamente, y más de una vez el subconsciente lo traicionó al mostrarle en ocasiones la sombra de la pelirroja, por lo que volvía la cabeza a la habitación y en pensamientos se decía que el lugar no era lo mismo sin ella y sin su desorden.
La hora del almuerzo había pasado y él no tenía apetito, por lo que no bajó al restaurante, entrada las cuatro de la tarde llamaron a su puerta, sin mucho ánimo se puso de pie y se encaminó, al abrir se encontró con uno de los botones.
—Señor, el auto de alquiler está en el estacionamiento. —Le dijo entregándole las llaves.
—Gracias. —Apenas esbozó el actor y después de la reverencia del chico cerró la puerta.
Lanzó las llaves en una de las mesas, sabía que no tenía ningún caso salir del lugar, pero después de meditarlo por varios minutos, decidió hacerlo y distraerse un poco, expulsar a Audrey de sus pensamientos y superar el error que había cometido, al permitir dejarle que se apoderara de sus sentimientos.
Como tenía planeado, se fue hasta la playa para observar el atardecer, y por más que intentaba pasar el nudo en su garganta, no podía, no pudo luchar y unas lágrimas le ganaron la partida, sintiendo rabia en contra de sí mismo, pero había decidido no dejarse vencer.
Al día siguiente partieron a Nevada, ninguno de sus compañeros preguntó por la pelirroja, y cuando alguno quería acercarse a Nicholas, él sencillamente se alejaba.
En cada función Nicholas daba lo mejor de sí, se decía que lo único que no le fallaba, ni lo decepcionaba era su pasión por el teatro, por lo cual dejaba todo de sí sobre las tablas.
Estaba en la habitación del hotel en Nevada, mientras todos celebraban en el salón de fiesta como era costumbre, después de un rotundo éxito en la ciudad, dentro de dos días viajarían a Washington. Un llamado a la puerta a la una de la madrugada lo desconcertó, dejó de lado el libreto que estaba estudiando y se encaminó a abrir, encontrándose a Karen.
—¿Puedo pasar? —preguntó la chica con media sonrisa, y él le hizo un ademán para que entrase—. ¿Qué pasó Nicholas? —inquirió tomando asiento en la cama.
—Esta vez no me equivoqué en las líneas, lo hice perfecto… y no tengo ganas de asistir a la reunión. —Le dijo con sarcasmo, retomando el asiento que ocupaba.
—No me refiero a eso… Bueno las veces que… exactamente no te equivocaste; por el contrario, agregaste unas líneas y no fueron para mí, porque ni me miraste… sabes que no me cae bien la chica Davis, pero a ti sí y es lo que importa. —No sabía cómo hablar con el chico, intuía que algo había pasado entre ellos, sobre todo por la actitud taciturna de su compañero durante los ocho días que habían pasado.
—Se acabó… era una aventura y terminó, ¿sabes que se va a casar? —inquirió queriendo parecer tranquilo y demostrarle a Karen que no le afectaba hablar de Audrey con ella.
—Sí, pero tú parecías no saberlo, digo por cómo te comportabas con ella.
—De hecho, no lo sabía —dijo soltando media carcajada, disfrazando la decepción—. Ella me lo dijo cuándo le propuse que me acompañase a Nevada.
—¿Entonces te engañó todo ese tiempo?
—No lo llamaría un engaño exactamente, solo que nos prometimos no hacer preguntas… aunque nunca le vi ningún anillo de compromiso… pero eso es otro asunto. ¿A qué se debe tu visita? —espetó, queriendo desviar el tema.
—No sé… la verdad, no sé de qué hablar, ni qué decirte… solo quiero darte un consejo… Nicholas. ¿Por qué no dejas de lado el orgullo? Y te arriesgar a ser feliz, a luchar por tu felicidad sin importar la de los demás, ¿qué importancia tiene Susana? Si no eres feliz con ella, solo te hace amargado, sé que eres caballeroso y que quieres cumplir promesas y responsabilidades, pero Susana no es tu responsabilidad, ni es tu deber cumplir promesas que otros te impongan. Eres tú quien decide con quién ser feliz, eres tú, no los demás, nadie puede elegir por ti y si tu felicidad está al lado de la Davis, deberías luchar, porque estoy segura de que esa mujer te miraba con amor. —Terminó por decir y se puso de pie—. Por una vez, lucha, pelea con uñas y dientes por lo que quieres y no solo lo hagas por conseguir un papel dentro del teatro, hazlo también por tus sentimientos. —Se encaminó y salió de la habitación.