Él esperaba la respuesta de la mujer desde el otro lado del mundo, ella era capaz de sacarle una sonrisa.
—Escribiendo... escribiendo.... ¡Qué demonios escribe! —Sonrió ansioso.
Milena miró su pantalla. Dejó el cursor como para escribir algo, pero aún seguía pensando en qué decirle. Hacía demasiado tiempo no usaba su lengua malvada para decir nada, siempre estaba callada y tranquila, no le hacía falta, pero ese hombre ameritaba un correctivo especial, digno de una maldad.
—Bien, Alexander.
Milena: ¿Quién lo dice? ¿Tú? A tu edad creo que es mejor congelar a tus soldaditos antes de que desaparezcan.
Su sonrisa era maliciosa, hacía tiempo que no se la pasaba bien por el chat. Su demonio interior bailaba en un pie.
Alexander escuchó la notificación, leyó el mensaje, tiró el cuerpo por completo hacia atrás, reía a carcajadas. No se esperaba algo así de una amargada.
—¡Esa boca! —rio mientras pensaba en la respuesta.
Alexander: Muy graciosa... ¿sabes que también puedes congelar tus óvulos si no tienes quién los fecunde?
Milena se comía con tranquilidad su yogur con cereal cuando leyó la respuesta. Tuvo que escupirlo todo porque casi se atragantó.
Sus ojos se desorbitaron con su contestación, vaya atrevido.
—¿Como eres tan cruel para contestar así?
A ese le siguió otro mensaje.
Alexander: Además, las mujeres tienen un tiempo límite, que no se te acabe... (Emoticón con cuernos).
Con eso quedarían a mano, no sabía en qué momento empezaron a hablar de sus ciclos reproductivos, eso era lo raro de chatear con alguien, una cosa llevaba a la otra y así.
—¡No puedo creerlo! Esto... —Quedó muda. No tenía palabras para terminar de describir aquello, él no sabía nada, nada de ella. Sabía que el tiempo para tener hijos era limitado para una mujer, pero sin un espécimen apto mejor lo olvidaba, no estaba en búsqueda de relaciones solo para tener hijos. Los hijos hacían sufrir al igual que daban una felicidad inimaginable.
Milena: Ganaste la puja, Alex. (Emoticones tristes).
Ella se levantó de la silla y fue a prender el televisor para escuchar lo que había. Además, tenía el sorteo del bingo.
—¿No me digas que te enojaste? —preguntó incrédulo.
Alexander: ¿Te enojaste Milena?
No recibió contestación, su estado se había puesto ausente.
Ella puso el canal donde estaría el sorteo y se distrajo unos minutos con la programación.
—¡Alexander! —recordó y corrió hacia su computadora, aún estaba en línea.
Su corazón pareció haberse calmado al ver que decía en línea.
—¿Enojarme? ¿Yo? —se dijo—. ¡Estoy que hiervo del enojo! Pero...
Milena: ¡Claro que no! Solo estábamos jugando, ¿verdad? (Emoticón con sonrisa).
—¡Ja! Tiene el orgullo herido.
Alexander: Claro que estábamos jugando.
—Eres falso como una moneda de dos caras, pero eres... simpático.
Milena: ¿Crees en la suerte?
—Es una pregunta un poco extraña —se dijo Alex, miró con ceño fruncido la pregunta.
Alexander: Soy un hombre de ciencia, solo creo lo que puedo ver o tocar, la suerte no existe, todo es resultado de alguna cosa que hacemos bien o mal y eso se cataloga como buena suerte o mala suerte.
Milena leyó atenta la respuesta, era un punto de vista excelente, concordaba en cada palabra que colocó, ni más, ni menos.
—Siento que nos llevaremos bien.
Milena: Es un excelente punto y lo apoyo totalmente.
—No creo que solo hayas querido escuchar mi opinión.
Alexander: ¿Por qué lo preguntaste?
—¡No puedo decirle que compré el bingo!
Milena: Simple curiosidad.
El tono de llamada de su celular tocó, se preguntó «¿quién podía ser?». Miró en la pantalla y era José. Demasiado raro en ese horario.
—¡Hola, José! —contestó Milena.
—No soy José, soy Susana, su esposa.
—¡Susana! ¿Cómo estás? ¿Le sucedió algo a José? —preguntó extrañada por la llamada de la esposa de su amigo, no tenía mucho contacto con ella, pero la conocía.
—Él está bien, soy yo quien tiene un problema y es contigo, Milena. Quiero que te alejes de mi esposo.
—¿Qué? —inquirió, sorprendida.
—¡Que quiero que lo dejes en paz, no eres más que una mosquita muerta ofrecida! ¡Quieres que él sienta lástima por ti para robarme a mi marido! ¡Eres una ramera y ofrecida, Milena! Aprovechaste tu situación para entenderte con mi marido, no soy idiota, hoy estuviste con él, encerrados en el consultorio, ¡quién sabe para qué!