No podía ser ella, pero coincidía por completo. ¿Qué haría Ana en el Big ben a las diez con una blusa floreada y jeans? Alexander se agarró de los cabellos. Todo el tiempo estuvo chateando con Ana o Milena. ¡Oh, Dios! Lo odiaría por siempre.
Él se alejó de la cabina roja, no quería que lo viera, sería terriblemente problemático, armaría un escándalo de proporciones inimaginables en la vía pública y lo que él más odiaba era hacer su vida privada, pública.
¿Qué haría? No podía dejarla colgada en su cita, no quería dejarla botada de esa forma. A Alex no se le ocurrió una mejor idea que agarrar el aparato demoníaco, llamó al celular de Ana.
Su celular vibró en su bolsillo. Pensó que era Travis, pero era Doctor llorón. Ella miró al cielo y se preguntó: «¿Qué había hecho mal?».
—¿Qué quieres? —preguntó enojada.
—Buen día, Ana, ¿te han dicho que estás hermosa hoy? —expresó burlón—. ¿Dónde estás?
Ella volteó los ojos.
— Estoy con Edmund tomando un café —mintió.
—¿Por qué creo que me mientes, Ana?
Convirtió su linda mano en un asesino puño que no dudaría en usar si hacía falta contra él. La observó y sonrió, cada gesto que hacía era hermoso.
—¿Ahora eres un detector de mentiras? Tienes demasiadas fijaciones que no conozco, doctor —dijo con sequedad.
—No seas perversa, solo quería decirte que tu blusa floreada es bellísima.
Se quedó muda, él no pudo haberla visto salvo que... ¡la estuviera siguiendo!
—Dime que no me seguiste.
—¿Hasta el Big ben? ¡Por supuesto que no!
Milena miró a todas partes, no podía ser que estuviera tan loco, ¿o sí? No le sorprendería que la respuesta fuera que sí.
Ella alejó el celular y miró la hora, las 10:05 horas. Alexander llevaba cinco minutos de retraso.
—¿Cómo sabes que estoy en el Big ben? —examinó dudosa.
¿Qué le diría? Al mal paso darle prisa, se confesaría.
Caminó con parsimonia hacia ella mientras la gente pasaba alrededor. Milena tenía el teléfono en el oído, miraba hacia sus costados esperando que él respondiera y estaba tardando.
—¿Sabes qué? Estoy esperando a alguien y tú me estás molestando.
—¿A quién esperas? Ojalá no te hayan dejado plantada.
—Espero a alguien agradable, no como tú, ahora voy a colgar —se enfadó.
—Espera. —Agarró valor con los ojos cerrados casi detrás de ella—. ¿Por qué no volteas y miras detrás de ti?
Aquellas palabras no indicaban nada bueno, ella volteó y ahí estaba Alex con el teléfono en la oreja y un paraguas en la mano.
—¿Me seguiste?, ¿qué no tienes consideración o algo bueno por hacer? —gruñó, se le acercó.
—Esto es una extraña coincidencia —acusó, observó lo enojada que estaba. Al parecer eso no la dejaba ver la remera azul y los jeans, aquella mujer era un toro y él un torero con la tela roja.
—¿Coincidencia? Estoy esperando a alguien, puedes irte.
—Creo que esto es la vía pública, Ana. Además, si vas a encontrarte con un extraño deberías verificar si no es un proxeneta, eres muy bonita y fácil de vender en un mercado de trata de blancas —bromeó.
—No estoy para tus bromas, me espantarás al hombre.
—Creo que ya te dejaron plantada.
Ella se dio media vuelta para irse, pero él caminó con rapidez hasta ella y le agarró la mano después de arrojar su paraguas al suelo. Con el teléfono aún en la oreja, los dos se miraron.
—¿Qué no lo ves? —Quiso que ella lol entendiera.
—¿Qué no veo? Lo único que veo es que estás aquí y me seguiste, no lo niegues, ¿a dónde quieres llegar? Te declaro ganador de la guerra, ¿sí? Ahora vete.
Él le sonrió, estaba demasiado enfadada para mirar su ropa y darse cuenta que era él, tendría que abrirle los ojos a la cruda realidad.
—Lo que te voy a decir sonará un poco extraño, pero es la verdad.
Miró al cielo nublado londinense, negó con la cabeza, le encantaba ese hombre, pero estaba loco.
—¿Puedes decírmelo después? —pidió e intentó calmarse.
—Debe ser ahora porque tu cita ha llegado —discrepó con tranquilidad.
Ella echó un vistazo a todas partes esperando ver aún a otro Alexander que no fuera el que tenía enfrente y no lo encontró, no había un joven con remera azul y jeans.
—¡Eres un mentiroso! Además, no sabes cómo vendrá vestido.
—Remera azul y jeans —respondió.
—¡¿Cómo lo sabes?! Esto es más grave de lo que pensé. Estás espiándome. ¿Eres un hacker? —indagó exaltada.
«¿Era bruta o se hacía? ¿Cuántos Alexander doctores había en Londres? Bueno, puede que unos cuantos».
—Te creí más inteligente, Milena.