Amor extranjero

27

Él seguía besándola con pasión, no tenía la mínima intención de soltarla y ella tampoco deseaba que lo hiciera, si él era un error, era el error más delicioso que probó en su vida.

Con su mano acarició su nuca con pequeñas y suaves caricias, el beso se hizo más tierno y ella se sentía volar en manos del inadaptado doctor.

Era como lo soñó aquel día del accidente, hasta ese momento no podía creer que el mundo fuera un pañuelo y que ya hubiera conocido a Alex desde antes. El problema con el doctor era que le encantaba, pero después de ese beso le fascinaba y sabía que era un error, ella no fue a Inglaterra a buscar sufrir de nuevo, sino a intentar superar su horrible pasado, trataba de caminar al frente con el conocimiento de la difícil decisión que le esperaba al volver a su país. Sus peores miedos se harían realidad, perderlo del todo.

Alexander ya no podía pegarla más a su cuerpo, parecía un sticker pegado a ella,; sentía su respiración, el latido de su corazón y aquellas cosquillas en la nuca que lo excitaban, lo bueno sería que por nada del mundo notaría que estaba por explotar, pues no deseada cortar el beso que tanta lucha le dio y resultaba satisfactorio sin importar estar en la lluvia.

—¡Tortolos! Se mojan —avisó un hombre que corría bajo la lluvia.

Milena se despertó de aquel sueño de besar a Alexander y lo miró antes de darle la espalda. La mirada que le dedicó era de completo desconcierto, no sabía cómo sucedió aquello.

Ella dio unos pasos hacia cualquier parte, puesto que estaba desorientada.

—Ana, ¿a dónde vas? —Colocó las manos en su cintura, luego tocó el mentón.

—¿No es obvio? —bufó—. Mis plumas de tortolita no son impermeables.

Él sonrió y le agarró la mano, la llevó hacia la cabina roja, había un perfecto lugar para dos.

—No querrás saber lo único que tengo seco —bromeó él.

—Me imagino qué debe ser. —Miró hacia sus piernas. ¡Gran error! 

Ella entró primero a la cabina y luego él. Milena no podía mirarlo a la cara, era imposible después del beso y luego de ver “aquello” queriendo escapar de ahí. ¡Oh, por Dios! Y lo peor era que no dejaba de pensar en eso, era una pervertida. Se recostó, esperó que su calor se le pasara y era imposible, él se acercaba, la acorralaba otra vez. Esperaba que no la torturara ahí.

Alex se dio cuenta que su acompañante lo pilló infraganti y estaba avergonzada. Él también, pero haría de tripas corazón, fingiría demencia sobre lo que se escondía en sus calzones, no podía controlarlo, era la naturaleza de sentir tan cerca a esa mujer que podía llevarlo a la locura.

—¿No me vas a contar más de ti, Milena? —investigó, colocó su mano en la cabina, casi recostó su cuerpo en ella—, hicimos una cita para conocernos.

¿Qué iba a responder? ¿Que su cercanía la estaba matando? ¿Que podía sentir su calor? Sobre todo eso. ¿Que tenía vergüenza y mucha que hasta se le desbordaba en forma de sudor? ¿Que tenía pensamientos tan llenos de...? ¡No! «¡Responde, Milena, no seas boba! Es solo el hombre más sensual y guapo que han visto tus cristianos ojos». Maldita pecadora. Su mente la traicionaba.

—Mmm, pero cabe la circunstancia que ya nos conocemos y nada más —excusó, evitó mirar a sus ojos azules, de lo contrario perdería el poco control que tenía y ella misma cometería una locura e iría presa por acoso o abuso.

—Siempre me haces reír. —Colocó su dedo bajo el mentón de Milena—. Eres muy divertida y me gusta —murmuró, continuó con su recorrido hacia los labios de ella.

«¡Por favor, no!», meditó ella mientras su respiración y su corazón cabalgaban hacia un precipicio de sensaciones gracias al doctor que le iba a dar un infarto. Los doctores deberían curar y no matar.

—¿Qué pretendes, Alexander? Yo no soy...

Ella no pudo terminar de decir lo que quería porque el dedo de él se colocó sobre su boca, la selló.

—Calla, Milena, solo siente —mandó y mordisqueó sus labios con suavidad.

No podía creer su mala fortuna, aquel hombre abusaba de ella, ¿dónde estaban su decencia y su cordura? Era seguro de que miraban desde la primera fila cómo dejaba que él se adueñara por completo de su fuerza.

—A-Alex.  —Estaba ida por el contacto, tanto tiempo sin sentir algo así. Sentir que podía caminar sobre las nubes, sentir que en cualquier momento tendría un pulmón súper desarrollado por intentar respirar de la fogosidad del instigador Alexander.

—Dime, peligrosa extranjera —pidió con una sonrisa sobre sus comisuras.

¿Por qué era tan lindo? Verlo sonreír y luego mirar a sus ojos azules, era una suculenta tortura, la muerte más dulce, la condena eterna y el tiempo más lento.

— Tú y yo —pronunció apenas seducida por sus labios, su sonrisa y su aliento agitado mientras la besaba—, esto es un error, no podemos.

—Tu negatividad es preocupante.

—No es negatividad, ¿sí? Es la verdad.

—Tienes veintisiete años, Milena, no eres una niña, somos adultos. Podríamos tú y yo...

Alexander fue interrumpido por su celular que sonó con insistencia, lo sacó del bolsillo y miró quién llamaba.




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