Amor Inevitable

Capítulo - 2

Al doblar la esquina Ára divisa la ambulancia del centro de salud frente a su casa y a sus vecinos, apiñados en la entrada. Con un mal presentimiento corre el corto trayecto que le falta para llegar. Las personas se mueven dándole paso y la miran con lástima a medida que avanzaba. Nadie se anima a advertirle lo que está a punto de encontrar.

La expresión en el rostro de Felicita, cuando la ve llegar es una mezcla de asombro y tristeza. Entra justo cuando el médico del pueblo declara muerta a su madre. Siente el sonido de su corazón haciéndose añicos, y el temblor de su mundo que empieza a caerse a pedazos.

Se lanza sobre el cuerpo de la mujer y la abraza, pidiéndole, suplicándole, que abra los ojos, que no la abandone. Su llanto y sus lamentos pueden oírse en cada rincón de la casa y retumban como el eco en un lugar vacío.

Todo cambió de un momento a otro, hace unas horas charlaba divertida con su madre y ahora llora desconsolada su partida. El médico, para controlar los nervios de Ára le da unos calmantes suaves, y con ayuda de la enfermera y algunos vecinos, procede a trasladar el cuerpo de Pilar a la morgue.

Es así como la tormenta se convirtió en algo peor, la muerte de su madre es un huracán que arrasa con todo en su vida, con sus planes y sus sueños.

*****

De pie en el umbral de la habitación observa su interior sin animarse a entrar. Está en perfecto orden, al parecer no falta nada, pero en realidad carece de lo más importante. Con lentitud camina hasta el armario, pero no se atreve a tocar nada, con duda levanta las manos y, antes de coger el traje de su madre, las aprieta con fuerza contra el pecho. Su mirada se nubla y siente que sus piernas ya no pueden sostenerla, pero sabe que debe ser fuerte. Siempre fue una muchacha comedida y prudente, aunque, cuando la ocasión lo ameritó, supo mostrarse segura y juiciosa. A pesar del continuo desprecio de su hermano, ella sorteó aquellos inconvenientes, eludió cualquier tipo de enfrentamiento para cuidar la salud de su madre que, en los últimos meses no era la mejor.

Estira su mano derecha y la pasa con suavidad por la ropa contenida en el mueble. Todo sigue ahí como si ella no se hubiese ido. Le duele la garganta al intentar contener el llanto. Hasta ahora, no había tenido que hacer frente a una situación tan desesperante. Según la ley de la vida, los padres se adelantan a los hijos en ese viaje sin regreso que llamamos muerte, pero ella no esperaba que esto sucediera tan rápido. Creyó que tendría la oportunidad de ofrecer a su madre todo lo que se merecía, lo que recibió de ella. El corazón se le estruja del dolor, se siente la persona más desdichada del mundo. Observa con nostalgia la mantilla preferida de Pilar y la coge. La estrecha con fuerza y la lleva hasta su rostro, cierra los ojos y aspira su aroma, inundándose de ese dulce perfume que evoca a su infancia.

Se envuelve en ella y en su mente se materializan aquellos calurosos días de verano en el arroyo del pueblo, los domingos familiares en el patio bajo la sombra del parral, las risas, juegos infantiles y tanta alegría de su niñez... su primer día de escuela, su fiesta de egresados... Le angustia ver la soledad de su hogar. Antes, cuando se sentía triste, tenía a su madre para contenerla. Ahora está sola y cree que nadie tiene la capacidad de ayudarla. No encuentra consuelo en su hermano. Lo peor, no concibe seguir sin su mayor y único apoyo.

Hasta ahora, su vida ha sido tranquila. Sí, ha pasado por necesidades económicas, pero logró terminar el colegio. Pilar, su madre, se sacrificó para ofrecerles, a ella y su hermano, la oportunidad que nunca tuvo. Ára, todavía no acepta su nueva realidad, sola a los dieciocho años. Camina hasta la cama y se acuesta, se acomoda acurrucándose en la mullida almohada y se cubre con la mantilla. Su madre ha muerto, pero es ella la que se siente como un cuerpo sin alma. Un par de días antes de la tragedia había cumplido la mayoría de edad. Pero, ahora es que percibe que toda su infancia murió en el preciso momento que el corazón de Pilar dejó de latir.

—Ára, mi niña —la llama Felicita, su madrina.

Pero ella decide no responder. Se pone de espaldas a la puerta y se queda muy quieta esperando que la mujer desista y se marche. Aunque sabe que eso no sucederá, tienen que elegir que vestirá Pilar para su despedida.

—No te preocupes, voy a buscar algo, tú descansa. Te aviso cuando todo esté listo —le dice Felicita y se inclina para dejar un suave beso en su mejilla y acaricia el brazo de Ára—. No estás sola, yo siempre te acompañaré —susurra.

—Yo también quiero morir, Felicita, no voy a poder vivir sin ella. —La muchacha se aferra por unos segundos a la regordeta mano de la mujer y solloza.

—Sé que no hay palabras que te hagan sentir mejor, ni que, siquiera intenten llenar el inmenso vacío, pero pronto todo será más llevadero, mi niña, no te rindas, se fuerte —añade Felicita y se sienta al borde la cama. Acaricia la cabeza de la joven y despeja su frente de la negra cabellera para luego dejar un suave beso en ella —Voy a buscar ropa para Pilar —le dice y levanta.

Ára escucha como Felicita trajina en la habitación, abriendo y cerrando gavetas, hasta que todo vuelve a quedar en silencio.

«Tal vez todo sea una pesadilla y cuando despierte ya se haya acabado», piensa, y cierra los ojos, se acomoda y se abraza a sí misma. No sabe cuánto tiempo ha pasado cuando alguien entra al cuarto.




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