Amor y guerra

Capítulo 5. Decisión

«Me levanto en tu fotografía. Me levanto y siempre ahí estás tú. En el mismo sitio y cada día. La misma mirada, el mismo rayo de luz»

Tu fotografía-Gloria Estefan

Capítulo 5.

Decisión

(Escrito por Charlize Clarke)

Maderin yacía en su cama, sumida en el dolor y la depresión. Desde el funeral no tiene ganas para nada, han pasado apenas cinco días y extraña terriblemente a su hermano. Jamás volverá a escuchar su voz o ir a verlo a sus partidos de fútbol, no habrá más discusiones por quien usa primero el baño en las mañanas. Ver a sus padres destrozados y las miradas de reproche de algunas personas. Hace que desee ser ella la que haya muerto y, aunque no lo admitan, sabe que en el fondo la culpan. No lo cuidó, era su responsabilidad en ese momento, ella no supo ver el peligro que se cernía sobre él, aquel fatídico día. Nunca se olvidará del momento en que lo sostuvo en sus brazos por última vez, con la sangre escurriéndose fuera de su pequeño cuerpo, escapándose como la vida que le arrebataron. Es injusto, pero ella está decidida, dará revancha. Se vengará de aquel desgraciado, hará justicia por manos propias. La cárcel no es suficiente, ella quiere verlo muerto.

—Maderin, baja a comer con nosotros —Su madre golpea suavemente la puerta y se queda en el umbral, seca sus manos con un trapo y camina hacia la cama de la joven.

—No tengo hambre —responde sin levantar la cabeza. No se siente capaz de mirarla. No quiere ver la tristeza en los ojos de su progenitora.

—Hija…—Camina adentrándose más en la habitación. Se ve cansada, un poco desaliñada y ojerosa—. Siento haber perdido a dos hijos. Tu padre y yo también estamos sufriendo, pero te tenemos a ti. Necesitamos seguir luchando y sobrellevar juntos esta pena, como familia.

—No puedo y lo siento por ustedes, sé que soy la culpable. Si hubiera estado más atenta, si en lugar de dejarlo ver a ese estúpido payaso… —solloza y aprieta con más fuerza su almohada—. Lo hubiese llevado conmigo al puesto de palomitas…

—Mi niña, no fue tu culpa, lastimosamente en el mundo hay gente mala que hacen este tipo de cosas —Se sienta en la cama y acaricia las piernas de la joven que sigue sin dirigirle la mirada—. Estoy destruida, no voy a mentirte, con Hery enterré un pedazo de mi corazón. Es lo más doloroso que le puede suceder a una madre, pero estás tú. Por ti soy capaz de seguir, no me saques eso, por favor —suplica.

—Mamá… lo siento mucho, en serio. Me supongo que estoy haciendo el duelo a mi manera y no puedo olvidar a Hery. Su imagen se repite una y otra vez en mi mente, como un disco rayado, no puedo cerrar los ojos porque ahí está —Maderin se sienta, y por primera vez en todo ese tiempo, mira los ojos de su madre y empieza a llorar.

—No te pido que lo olvides, todo lo contrario —Su mamá la abraza—. Te pido que lo recuerdes, pero como al chico bueno, amable y cariñoso que era. Es eso lo que te estoy pidiendo, no pierdas el tiempo pensado en el hubiera, eso es malo, porque no cambiará nada de lo sucedido, solamente te envenenará más —Acaricia y besa la cabeza de su hija con ternura—. Te quiero mucho, eres mi vida entera.

—Yo también te quiero y a papá.

—Entonces deja que te ayudemos, no nos alejes —suplica con la voz temblorosa, conteniendo el llanto.

—Está bien, lo intentaré —dice la joven y vuelve a echarse en la cama dando la espalda a su madre. La mujer mayor se levanta y camina hasta la puerta, se queda ahí un momento sin girarse.

—Hice tu comida preferida —añade antes de salir al pasillo.

***

Maderin camina dubitativa por el pasillo de la estación de policía, la han citado para recocer a un sospechoso, en realidad ella no recuerda mucho del asesino. Lo vio parado con las manos temblorosas y el arma en el suelo, al lado de sus pies. Pero cuando volvió a levantar la vista no estaba, se perdió entre la muchedumbre que corría despavorida. Lo único que quedó grabado a fuego en su memoria son sus ojos grises como el acero. Es la mirada que la despierta en mitad de la noche desde aquel fatídico día.

—¿Ellos no pueden verme? ¿Verdad? —articula preocupada.

—No, solamente nosotros. Ahora, observa muy bien, no hay apuro. Si crees reconocer a alguno me dices —apunta el detective Rivera. Se quedan en silencio mientras ella recorre con la mirada a todos y cada uno de los cinco hombres que están ahí.

—El número dos —balbucea y frota sus manos unas con otras.




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