Como todos los miércoles, me desperté a las 9:00 a.m. para ir al doctor. Hacía mucho tiempo que tenía náuseas, mareos y mucho dolor de cabeza. Me bañé y me vestí, cepillé mi cabello castaño oscuro, me puse unas zapatillas del color de mi blusa. Iba cada semana al doctor desde hacía más o menos dos meses, me habían estado haciendo estudios, buscando algún tipo de infección o de migraña.
Cuando llegué con el doctor, me saludó como de costumbre.
-Hola, Christina, toma asiento, por favor - me dijo.
-Gracias- le contesté y me senté.
-El día de hoy tu madre y yo queremos informarte de algo; no queremos que te alarmes.
- ¡Claro que no!, dígame, doctor.
- Tú has estado viniendo conmigo muy seguido, aparte de que has estado visitando a varios doctores antes, ¿no? bueno, pues tú tienes una… ¿Cómo decirlo? Una enfermedad grave.
Empecé a sudar, me puse nerviosa, vi como el doctor estaba a punto decirme lo que cambiaría mi vida por completo, de alguna forma quería que lo dijera ya, pero, por otro lado, temía lo que pudiera ser.
-Tú tienes cáncer, y estás en fase terminal… Los resultados de los estudios dieron positivo. Mi corazón se detuvo por unos instantes, que se sintieron como horas. Ya había ido con mínimo tres doctores y todos me habían dicho que no era algo de importancia. Se me nubló la vista y podía escuchar que el doctor seguía hablando a lo lejos, pero no le puse atención.
Me levanté, dejé a mi mamá y al doctor hablando solos mientras caminaba casi en automático hacía el elevador. Cuando las puertas se empezaron a cerrar, mi madre impidió que lo hicieran poniendo su brazo en medio. Me abrazó y las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas.
- ¿Cuánto tiempo? - le pregunté
-Un año…- me dijo y también rompió en llanto.
-Mamá, no te preocupes, estaré bien, nos vemos en la casa, me iré caminando- le dije e intenté sonreír, ella solo asintió débilmente, dejó que las puertas se cerraran y regresó al consultorio del doctor.
Me quedé pensando… Tenía un año para completar mi vida… Pensaba en las mil cosas que podría hacer antes de morir…
Llegué a mi casa antes que mi madre, mucho antes… empecé a ver mensajes, vídeos, comencé a recordar muchas cosas que me habían ocurrido a lo largo de los años.
Entre mis mensajes encontré uno que había recibido hace un par de días, diciéndome que era la peor persona del mundo y que me muriera de una vez. No me afectó, para nada, las cosas solo te afectan cuando te importa quién las dice.
No iba a hacerme la víctima, no iba a publicar en todos lados “Tengo cáncer, me voy a morir”. ¿Por qué? Bueno, porque esto sacaría la parte más hipócrita de las personas, aunque también podría sacar la parte más noble y sincera de ellas.
El día fue deprimente, mi madre no paraba de llorar, cada vez que me veía se le salían lágrimas, jamás me ha gustado ver así a mi madre… Aunque no fuera culpa mía, así lo sentía, sentía como que todo lo que estaba ocurriendo era por mi culpa y no por esta enfermedad que desde que la conocí, hacía unas horas, no había hecho más que molestarme y arruinarme cada segundo del día.
Mi madre decidió decirle a Alexa, una de mis mejores amigas. Ella me llamó, me llamó llorando… Lloré junto con ella, lloramos juntas… La vida me estaba dando lecciones importantes: las verdaderas amigas se cuentan con los dedos de una sola mano.
Y ahí estaba yo, de nuevo, sola en mi habitación, deseando despertar, que todo quedara como un mal sueño y poder seguir una vida normal. Todo me daba vueltas, me sentía mal, cansada, decepcionada. En ese momento, nada tenía sentido. Me preguntaba una y otra vez ¿qué hice mal para merecer esto? De pronto, una voz me sacó de mis pensamientos:
-Chris…- dijo mi madre casi en un susurro-. ¿tienes hambre?
Me quedé callada sin siquiera mirarla.
-Podemos pedir pizza…- dijo e intentó sonreír. La miré de reojo, vi esa sonrisa cálida y amorosa que me hizo sentir que, si me quedaba un año de vida, debía vivirlo al máximo.
-Dame ese teléfono- le dije a mi madre mientras me levantaba de la cama e intentaba sonreír.
No quería que mi madre me recordara deprimida y tirada en la cama cuando yo ya no estuviera aquí, quería por lo menos dejarle un lindo recuerdo mío. Quería que, en vez de llorar cuando yo ya no estuviera, ella sonriera al recordar esos últimos meses conmigo.