Miércoles 1 de julio.
Llega un mes nuevo y la graduación está próxima en mi futuro, pronto dejaré la secundaria y su tediosa monotonía, por fin llegaré a un lugar nuevo sin los remordimientos de mi pubertad. Estoy emocionado por iniciar esta nueva etapa donde conoceré personas nuevas y dejaré mi pasado. Aunque lo único que me inquieta es mi vínculo con el par de chicas que aparecieron en mi vida hace poco, no tengo planeado lo que haré, ni si escogeré estar con una, así que por el momento dejaré que todo fluya para que Marisol me acompañe a la preparatoria mientras que Diana, de primero, se quedará en secundaria. Puedo manejarlo.
Es raro, me di cuenta que ambas son chicas sentimentales, tienen buenos sentimientos, pero no puedo corresponderlos, es como si mi corazón hubiera quedado en un estado de coma al saber que no era prioridad en la vida de quien era mi todo. Las cursilerías que digo para mantenerlas atraídas no tienen que ser rebuscadas o muy complejas, ni siquiera salen de mí… Son de un viejo libro de poemas que encontré sucio, descuidado y un algo roto en la biblioteca pública de la ciudad. He empezado a ir por las tardes para no estar encerrado en casa, a mi madre no le molesta que vaya a leer un par de horas y así volar la mente.
Hablo sin sentir, no puedo expresarme, ya que si ellas escuchasen la realidad de cómo me siento no lo tomarían bien, seguro quedarían molestas conmigo y no quiero eso, no estoy de humor para aguantar temperamentos fuertes. Sí, las chicas sentimentales son muy tiernas mientras te quieren, pero al dejar de hacerlo, la intensidad de su cariño puede convertirse en odio puro que te harán arrepentirte de haberte involucrado. De todas maneras, no me interesa, ya estoy en esto y lo único que puedo hacer es seguir con la falacia, al final de cuentas se molestarán conmigo, así que si no puedo evitarlo lo disfrutaré mientras dure.
Una tarde del tres de julio a las cuatro con veintiséis, luego de acompañar a Marisol por el parque e ir a dejarla a casa, me encontré a Vanesa, la chica que estuvo en mi salón anteriormente, la saludé sin pena y comenzó a entablar una conversación.
—Hola, Leonardo.
—Hola, Vanessa, ¿qué tal?
—Bien, aquí perdiendo un poco el tiempo —dice sonriéndome.
—Mira qué bien…— digo para irme y dejar la conversación, aunque cuando estoy a punto de decirle adiós me interrumpe.
—¿Quieres ir a un lugar divertido?
—¿Dónde? —pregunto intrigado por la inusual sugerencia tan repentina.
—Un lugar por aquí. ¿Quieres acompañarme? —dice expresando ansias.
—Está bien. Sólo no tardemos mucho, debo hacer algunas tareas después.
Caminamos cerca de la secundaria, pero antes de llegar nos desviamos por una calle desconocida hasta un centro social abandonado. En la acera brotan matas de hierba, varias ventanas están rotas, pintadas o mejor dicho vandalizadas. El sol se detiene sobre el edificio, iluminándolo por partes, mientras su luz se refleja por los cristales.
—¡Qué lugar! —digo intentando ser gracioso.
—No lo juzgues hasta entrar.
Entramos por una puerta de metal que parece estar cerrada, pasamos por un pasillo largo donde a los lados sólo hay cuartos, donde seguramente se llevaban a cabo cursos. Llegamos a un área abierta, sin tejado, con las paredes pintadas. La hierba está por todas partes, es un lugar muy especial y atrayente, aunque no sepa el porqué.
—Está genial —nunca lo hubiera imaginado.
—Lo sé, por eso te traje.
—¿Por qué a mí?
—Es que tenemos tiempo de ser amigos, y casi no hablábamos… Además, fue coincidencia encontrarte.
—En eso tienes razón.
Se sienta recargada en una pared con la vista hacia la puerta. El pantalón de mezclilla azul obscuro se le ve muy bien, tiene una figura atrayente sin dudas. Hace un gesto con la mano para que me siente junto a ella. Empezamos a platicar de cosas que nos han pasado durante el tiempo en el que nos distanciamos, pero excluyo por completo a Alicia del tema, ella no existe en mis anécdotas por contar. Vanesa comienza con juegos, sobre todo de los que se tratan de pellizcos y cosas por el estilo, es un poco ruda. No quiero parecer un delicado cerca de ella, es una chica genial, así que me aguanto la sensación de dolor y continúo su jugarreta.
Entre tanto juego llega a una pregunta muy extraña.
—¿Te puedo morder? — pregunta con una mirada que no había visto en su rostro.
—¡¿Qué?!