Ema
Reviso los informes que el presidente me ha dejado encargados sobre el escritorio. Ayer no pude hablar con él, ya que salió a una reunión y no volvió, para aclarar el tema de su marca y así además esclarecer si su conversación con aquella mujer se refería a mí. No he podido dormir pensando en eso.
Ya es casi la hora de almuerzo y aún sigue sin aparecer. Creo que ayer volvió de noche para dejarme estos documentos encima junto a una nota en dónde me indicaba que revisara ciertos puntos de esas carpetas y las corrigiera.
Mi teléfono sonó y lo tomé pensando que podría tratarse de él.
—Buenas tardes, presidencia —saludé con seriedad.
—¿Ema? Soy Aurora ¿Bajas a almorzar? Nosotras vamos ahora —me habló en tono cordial.
Sonreí con suavidad conteniendo mi emoción. En mi trabajo anterior nunca hubo alguien que me invitará a acompañarlos en la hora de almuerzo.
—Sí, voy enseguida —colgué y anoté en un papel que salí a almorzar por si llegaba el presidente y no me encontraba en mi lugar de trabajo.
Tomé mi cartera y estaba a punto de salir cuando las puertas del ascensor se abrieron y apareció un individuo justo frente a mis ojos. Tan de improviso que no logré evitar su mirada. Sus ojos turquesa me contemplaron con altanería arrugando el ceño. Y su molestia no pasó desapercibido, es seguro que ha considerado mi actitud más como un atrevimiento que como un accidente.
—No podría contar a cuántos humanos atrevidos no he destrozado con mis manos por hacer algo menos que eso —y sin esperar una respuesta me tomó del cuello de la blusa acercándome a su rostro—. No solo debo tolerar el asco que me da verlos trabajar en nuestra empresa sino además comprobar que el imbécil de mi hermano ha contratado a una criatura inferior como su asistente, una mujer ordinaria y que se le subieron tantos los humos a la cabeza que cree que puede mirarnos a los ojos.
Apreté los dientes ante el injusto trato, jamás hubiera querido que eso pasara, sino hubiera aparecido de improviso es obvio que lo hubiese evitado. La frialdad de su mirada y la leve sonrisa de satisfacción, al parecer al darse cuenta del miedo que me provoca, es escalofriante, hay odio en ellos, y aunque no quiero seguir mirándolo por la posición en que nos encontramos se hace más difícil.
Sin soltarme del cuello de mi blusa me levantó más logrando que yo apenas pueda tocar el suelo con la punta de mis pies. Trago saliva cuando me doy cuenta de mi indefensión frente a este individuo, no solo por la desventaja de su contextura mucho más corpulenta que la mía sino por esa crianza que bloquea mi mente ante cualquier intento de oponerme a él. Me muerdo los labios hasta sentir el sabor de mi propia sangre, como si inconscientemente intento que mi cuerpo reaccione y haga algo.
—¿Qué mierda crees que haces? —se escuchó de repente una voz estruendosa que se repitió por todo el piso apenas el ascensor había vuelto a abrir sus puertas.
El individuo que sigue agarrado al cuello de mi blusa solo bufó al sentir la presencia del presidente.
—Castigando a esta atrevida —respondió indiferente.
—Te doy un solo segundo para que la sueltes antes que seas tú quien termine con su cuello entre mis manos —lo amenazó el presidente apretando los dientes.
Refunfuñó. Me liberó de golpe y caí al suelo respirando aliviada de sentirme libre de aquel tipo.
El presidente se colocó entre los dos, para luego dirigirse hacia mí endureciendo su expresión. Sin decir palabras se inclinó y me tomó de la barbilla sin que entendiera sus intenciones. Y luego pasó la yema de su dedo pulgar sobre mis labios por la sangre causada por mi propia mordida, presa del pánico al creer que moriría en manos de aquel hombre.
Chasqueó la lengua con fastidio, antes de ponerse de enderezarse.
—No vuelvas a ponerle las manos encima —señaló en tono severo.
—¿Debo pedirte permiso a ti entonces cada vez que un miserable humano de esta empresa se sienta con el atrevimiento de mirarme a la cara? —preguntó con ironía.
—Sí, y siento compasión por quienes han tenido que ver por accidente tu fea cara, pero son mis domésticos y no tienes permiso de tocarles un pelo —le respondió con sequedad.
El desconocido bufó con fastidio.
—Entonces lo que me contó nuestra hermana es cierto…
—Ya te fue con el chisme, típico de Marta —arrugó el ceño—. ¿No me digas que alguien tan importante como tú condujo dos horas solo para comprobar un rumor de la boca floja de nuestra hermana? Vaya me… sorprendes, con eso me demuestras que la verdad es que en tu trabajo solo te rascas el ombligo, como para tener el tiempo de recorrer media ciudad y venir acá solo para ver si mi asistente es una inferior o un Akuni.
Movió la cabeza y su hermano sonrió con ironía.
—Nuestro padre va a saber esto —le dijo en tono amenazador.
En eso el presidente sin razón alguna me alzó entre sus brazos no solo ante mi sorpresa sino también ante la del otro Akuni, quien carraspeó disconforme. Asustada me afirmé de su cuello sin pensarlo, sus manos tibias me sostienen, eso provocó que me sintiera mucho más nerviosa que antes. Siento su respiración agitada y los latidos de su pecho, y aquel perfume varonil, al estar tan cerca de él.
—Ve y cuéntaselo, durante años has soñado tener una razón para hacerlo, ¿Crees que así te dará atención? Vaya hermanito, estas tan necesitado que nuestro padre se acuerde de tu existencia, te compadezco —y sin más le dio la espalda entrando a su oficina dando un fuerte portazo al cerrar.
Me siento tan desconcertada por su actitud, por la cercanía que no reaccionó hasta que me baja de sus brazos sentándome sobre su escritorio.
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Editado: 05.03.2022