Fernanda era una mujer como cualquier otra, si todas las mujeres tuvieran millones en la cuenta de banco y la fama que da una vida de excesos. Tenía amigos por montones por supuesto. La casa de la familia siempre estaba llena de personas tomando, drogándose, o teniendo sexo o las tres cosas.
Sus padres murieron en un accidente de avión mientras viajaban a Inglaterra por negocios. Ella heredó todo pero nada lleno el vacío que sus padres dejaron. Ni siquiera su abuelo que la cuidaba como a una hija y que siempre velaba por que tuviera lo mejor en cualquier aspecto. Durante una de esas fiestas donde todo valía, en medio de una orgía en la que ella no participaba, tuvo una sobredosis y estuvo a punto de morir.
Sus sirvientes, que en ese momento estaban intentando no perder la cabeza en medio de esa alocada fiesta corrieron a todo el mundo y llamaron a emergencias. Lograron salvarla por muy poco pero para ese entonces ya era una adicta y la historia casi se repitió. Lo único que la salvó fue que avisaron a su abuelo y él la llevó a rehabilitación. Costó mucho y hubo varias recaídas pero al final ella se repuso. El ejercicio ayudó pero lo que de verdad la sacó del hoyo fue el airsoft. Iba al campo hasta cuatro veces por semana y aunque conoció a muchas personas gracias a su habilidad, no lograba congeniar con nadie, no realmente.
Cuando cumplió los treinta y tres y la empresa que fundaron sus padres estaba en su mejor momento bajo la administración del abuelo, alguien la contacto. No dijo su nombre, solo que conocía a sus padres y que no habían muerto en un accidente como todos creían. Eso la intrigó pero lo dejo pasar por que no tenía ningún sentido y, honestamente, tampoco confiaba mucho en la gente. Siguió haciendo su vida, o mejor dicho, lo intento pero el gusanito de lo que había dicho el extraño se convirtió en una duda de tanto darle vueltas.
Se puso a investigar por su cuenta y encontró que había muchas irregularidades en el accidente de avión. Para empezar el vuelo no había seguido la ruta trazada originalmente. Además entre el resto de pasajeros encontró personas que murieron semanas, incluso años atrás. Como si fuera poco, unos de los muertos era un tal Jaime Cadena. Eso no hubiera sido raro para nadie y de hecho ella casi lo dejo pasar, de no ser por que al leerlo pensó que un 007 de nombre James cadena no hubiera servido para la franquicia.
Las cosas empezaban a embonar en su mente pero ella se negaba a aceptarlo. Un día que la idea parecía más real que nunca, la persona misteriosa vivió a contactarla. Esta ves le pidió que se vieran en persona y el contacto aceptó. Se quedaron de ver en una cafetería en la condesa.
Ella se sentó en una mesa del fondo, desde donde podía ver la entrada del lugar. Mientras se tomaba un mocha que había pedido como pretexto para esperar, vio a varias personas entrar y con cada una se imaginaba que era su contacto. Se imaginaba que caminaba hacia ella para decirle, de alguna manera críptica, que sus padres eran espías y que ella debía continuar su trabajo para salvar el mundo. Al final siempre daban la vuelta o pasaban de largo.
Cuando se terminó el café y estaba por pedir la cuenta para irse, diciéndose que estaba fantaseando a lo grande, una mesera le llevó un expresso, cuando quiso decirle quien se lo había mandado le encontró.
Ella acepto el café que llevaba una servilleta. La dejó a un lado pero justo entonces vio que tenía algo escrito. Era un número de teléfono y un nombre. El nombre era: James Crown. Lo pensó durante un buen rato, si debía llamar o no. Quizá solo era un tipo con ganas de hacer una conquista, aunque no muy extrovertido.
Salió de la cafetería y se puso a pasear por los alrededores hasta llegar a un parque. Mientras seguía pensando contemplaba los arboles que la rodeaban. Algunas personas caminaban apresuradas pero la mayoría paseaban despreocupadas. Vio algunas parejas que caminaban de la mano perdidas en su propio mundo. A lo lejos vio los chorros de una fuente y a un par de mujeres que se salpicaban con la mano de manera juguetona. Entonces un sentimiento de frustración que conocía demasiado bien la invadió. Empezó a recordar los fracasos de su vida y los ojos se le pusieron cristalinos por las lagrimas.
Miró el papel en su mano y se preguntó: ¿Por qué no? Después de todo no tenía nada que perder, así que hizo la llamada.