Azul

Invierno en las tinieblas

Invierno en las tinieblas

Insisto que hay días buenos y malos, pero desde nuestra perspectiva. Hoy es un día brillante, lleno de emociones encontradas. No sé si será cierto o no, sin embargo, mi corazón me lo dice.

Levantándome temprano me doy una ducha fría, dicen que la buena suerte empieza con madrugar. Dentro del agua, me siento aliviado, como si no tuviera problemas, y en realidad si los tengo, los estudios me sacan de crisis, pero no me va mal, hago los deberes de la casa y me porto mal de vez en cuando.

Salgo de la ducha y me dispongo a escoger lo que me pondré hoy. No debo estar muy elegante, porque me toca práctica y no vale la pena. Así que unos pantalones y una camisa sencilla es mejor que nada. No puedo ir desnudo a la escuela, aunque quisiese, me ahorraría mucho dinero.

—Mamá ¿dónde está mi camisa para entrenar?

—Siempre es lo mismo contigo, Robert —mi madre pega el grito matutino. Ya es costumbre que se vuelva loca cuando me tardo demasiado. Uno debe hacer las cosas con calma, no vale la pena ser apresurado porque las cosas pueden salir mal.

Ya listo, perfumado y comprometido con que daré lo mejor de mí, salgo de mi habitación. Salto las escaleras de dos en dos. Mi progenitora me tiene el desayuno servido en la mesa y me dispongo a comer en compañía de mis papás.

Cada uno me lanza una mirada extraña. ¿Qué estarán pensando? ¿Qué sucederá en sus pequeñas cabezas?

—Tenemos que hablar, Robert. ¡Ven a la sala!

—Ro, aquí está. Nos vemos en la parada —me observa sonriente—. Con razón te quieren mucho. —Me deja la camisa y se va y me deja solo con mis padres. A veces creo que me fastidian demasiado por sus inconvenientes y desean que uno sea el intermediario. Esto es lo peor que me pudo haber pasado en el mundo.

— No puedo comer si me miran de esa forma. ¿Qué sucede? —pregunto por si a las moscas me vayan a lanzar una bomba suicida y estoy listo para recibir malas noticias. Ambos se miran y asienten con la cabeza.

— ¿Cómo te va en la escuela?

—¿Es un chiste? ¿Qué tiene que ver esa pregunta con lo que, supuestamente, están tramando? Oigan, no sé si me están tomando el pelo, pero no me convence esa pregunta. ¿Qué hice de malo? ¡Sí, lo sé! Le dañé las flores a la gruñona ésa porque me escupió en la cara cuando fuí a entregarle la manguera. Y también usé la piscina del viejo para patinar. Está vacía y es perfecto. ¡Ya lo confesé!, Castíguenme, si lo desean.

— ¿Qué hiciste quééééé? Robert, te dijimos que no la molestaras. Ahora tendrás que ser jardinero por una semana y sin chistar. Ahora respondenos la pregunta, ¿cómo te va en la escuela?

—¡De acuerdo! Eso no es un castigo, es un chiste. Ni modo. Me entretengo un poco, así no me gane ni un centavo —digo no muy convencido—. En la escuela, bien —no se me da mentir y se que van a descubrir que ando relativamente sobreviviendo a todas las materias.

— ¿Hasta cuándo te vas a seguir portando mal? ¡A mi no me mientas! Nos ha llegado informenes que no te va bien como dices. ¡Ya no sé que hacer contigo!

—Es la adolescencia que me pone así, madre. ¡Lo siento! Al menos es viernes y el fin de semana estaré con ustedes y mis abuelos —digo no muy convencido, pero no me queda otra—. Y prometo mejorar mis notas.

Mis padres asienten los dos al mismo tiempo y me llevo el desayuno para la escuela.

Cancelar mis planes con Blaide costará un poco; sin embargo, va a comprender por qué lo hago. Él está en la parada sin su morral ni su uniforme -frunzo el ceño- es capaz que no tenga ganas de tomar apuntes ni de entrenar. Él es así, cambia constantemente de parecer.

—Tengo que ir a casa de mi tía, su esposo falleció y debemos ir cuanto antes —me dice en voz baja, como si se arrepintiera de sus palabras.

— ¡De acuerdo! ¡Eso es triste! —le digo visiblemente afectado por la noticia. Odio separarme de él, pero sé que es importante que vaya, ya que es su tía favorita. En realidad, es la única que está pendiente de él, del resto son gente rara y misteriosa, de otro continente extraño y frío. Jamás habla de ellos y yo tampoco le pregunto—. Yo pasaré una semana de diversión con mis padres.

—¡Te aviso cuando regrese! Ya advertí en la escuela.

—¡Sí!, está bien —sonríe.

Me voy a la escuela sintiendo un vacío tremendo, como si me quitaran el aliento. Es raro cuando te acostumbras demasiado a una persona y ésta se tiene que ir. Durante el camino me enfoco en otros pensamientos, para no perder los estribos. Pienso en los uniformes que nos darán, si es que llego a ser titular, y en el campo de juego.

Al llegar a la escuela, todo parece estar igual, excepto mi estado emocional. Unas cuantas chicas se sientan conmigo en clase y me distraen de mis pensamientos. La mayoría de ellas quieren invitarme a salir. Mi respuesta siempre será "no", porque no me gustan.

—Igual te queremos. Nos vemos en el estadio, Robert.

Sí, muy divertido. Ya quiero que el día se termine de una buena vez. Le escribo a Blaide para saber si ya llegó y no me responde. Quizás se le descargó el teléfono.

Aprovecho de hacer los ejercicios de Matemáticas y me doy cuenta que mi cerebro ya no puede más. No entiendo absolutamente nada de los números, de hecho, los detesto. Lo menos que estudiaría sería eso, ni nada que tenga relación.

—Muy bien, señor Harris —dice el profesor. Al fin presto atención. Sí, cuando Blaide no está (que es muy raro que pase) me concentro en clases. Generalmente es él quien escribe y resuelve los problemas por mí, mientras hago garabatos en el cuaderno, pensando en estupideces.

—Te puedo dar clases en privado, si quieres Robert. Sólo llámame —dice Melany intentando seducirme.

Me largo de allí antes de que empiece a insistir. ¿Acaso no entiende que no me interesa? No me gustará jamás.

Desayuno rápidamente sin tener chance de reposar. Voy hacia la clase de Física y soy el primero en llegar, me siento en los últimos puestos de atrás y me quedo esperando que todos lleguen.




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