Gran ilusión
No estoy preparado para verlo de nuevo. Soy pesimista, siempre pensé que no lo volvería a ver y ahora estoy en una crisis mental porque no sé cómo reaccionar, tampoco qué decirle. Siento miedo, fatiga, rencor, muchas cosas a la vez.
Admito que me vuelvo loco por él, no tengo que dar muchas explicaciones: Blaide es perfecto, es la persona que siempre ha estado allí conmigo. Sólo que esta vez todo es diferente, él está con esa chica y yo estoy solo, la cuestión es que todo se me enreda. No sé cómo puedo controlar mi ira cuando los vea juntos.
Me visto con algo moderno y elegante, no me gusta ir mal arreglado a un funeral. Los fallecidos merecen respeto y más cuando éstos formaron parte de mi infancia. Trey me espera afuera y al verme está feliz. Ella sabe que estoy preocupado por esta situación y me ha dicho que lo enfrentaremos juntos. Si algo sale mal, pues así es el destino.
Voy caminando hacia la casa de Blaide, donde afuera, todo luce oscuro y frío. Hay muchísimas personas y todos giran para verme. Al entrar, siento nervios, muchos más de los que he tenido en toda mi vida. Son gente rara y algunos los estoy viendo por primera vez. Eso me asusta demasiado. Hay varias personas, como las tías de Blaide, que me agradan demasiado, me saludan y preguntan cómo estoy. Hablamos por varios minutos y, después, me dicen que debo ir a su habitación porque allí está él.
El funeral será en su casa, a petición suya. No quiere que mucha gente venga y, según su tía, la decisión ha sido aceptada por los demás miembros de la familia.
Subo las escaleras con las piernas temblando, mis manos están sudando y mi corazón está palpitando aceleradamente. Dios mío, no sé qué pensar, ni qué voy a decir. Es tan extraño que nuestro encuentro sea en un evento tan triste, donde todos están llorando. Me detengo en el último escalón, siento su perfume en mi nariz, lo puedo oler desde aquí.
—Adelante, no te va a morder —me anima Trey—. ¿Entro contigo o espero afuera?
—Ve con los demás, estaré bien —digo confiado. Ella asiente y se va con los chicos. Por mi parte, estoy entre los nervios de punta y la indecisión de entrar de golpe.
Toco la puerta de su habitación y aparece la chica de la foto. Ella me mira con el ceño fruncido, luego abre más la puerta y me deja pasar. No me gusta esto de que esté con él, es algo que no esperaba.
—Amor, aquí está un chico —dice con voz extraña.
¡Ya la detesto! «¿Cómo que amor?». Hay que respirar profundo, lentamente, pacíficamente. No matarla. No vale la pena.
Blaide viene hacia mí y mi corazón explota de la emoción. Está igual que siempre, alto, delgado, vestido con buen gusto y con su perfume peculiar que me enloquece. Al mirarlo a los ojos, noto su tez más apagada, pero no veo lágrimas. Entonces, la ha pasado mal, pero es firme en su postura. Al menos, es una buena señal.
—¡Lo lamento! —le digo con la voz quebrantada.
—¿Quién es él? ¿Por qué lo miras así? —pregunta ella.
Blaide no responde porque me está mirando a mí. Es como si se quedara sin habla. Esta tensión no me gusta, en serio es horrible.
—¡Respóndeme!, ¡Respóndeme amor! ¿Quién es este sujeto?
Si lo saca de quicio, será su muerte. Yo conozco muchísimo a Blaide y la hará trizas si sigue insistiendo como lo hace. A él no le gusta eso.
—Necesito saberlo, soy tu novia.
—Sólo soy un amigo —le respondo, antes que Blaide diga algo y esto termine en sangre—. Su mejor amigo.
En estos momentos me gustaría no decir esto, pero no tengo otra alternativa. Es como tener una cadena en el cuello y cada vez que dices la verdad te da corriente eléctrica.
—Ro —me dice sin dejar de mirarme—. Eres muchísimo más que eso —murmura en voz tan baja que sólo yo puedo oír.
—Me tengo que ir.
Al salir de su cuarto, siento que mi rostro está lleno de gotas lagrimosas. Me salgo de la casa y me siento en la acera de la calle. Mis pulsaciones están desgastándose, mi ritmo cardíaco pierde su fuerza.
—Ro, no te vayas por favor —me suplica Blaide y yo sólo veo una sombra de su rostro. Estoy mareado, perdiendo la visión. Veo en blanco y negro.
—Azúcar, dulce —alcanzo a decir, antes de perder el conocimiento. No sé quién me pasa un caramelo y me lo trago enseguida.
—Ya está tomando color.
—¡Sí! Su visión mejora. Mírale los ojos.
—¡Esto es absurdo!
—Cállate Roin —grita Blaide—. ¿Estás bien Ro?
Asiento con la cabeza.
—No vuelvas a hacerlo jamás en la vida. Odio que te pase algo y lo sabes.
—No me siento bien —le confieso.
—¡Sí!, eso ya lo sé.
—Tienes que ir al hospital —sugiere su tía favorita.
Trato de levantarme y no puedo. No quiero hacer una escena aquí, es un funeral y me siento culpable.
—Ve con tu familia Blaide. Yo estaré bien, lo prometo.
—Tú eres importante. Mamá y papá estarían orgullosos de mí si te acompaño al hospital.
Estando en el hospital, me hacen varios exámenes de sangre. Aún me siento terrible, tengo fiebre, dolor muscular y desearía quedarme dormido porque el malestar no termina. Ya en la cama de emergencias, veo que Blaide se acerca hacia mí con paso firme. Se sienta a mi lado y toma mi mano.
—Te extrañé muchísimo Ro.
—¿Por qué te fuiste?
—Eso no importa. Te extrañé tanto Ro...