Siempre he sido particular en mis gustos a diferencias del demás miembro de mi familia. Principalmente mi hermano.
El siempre sumergido en sus canciones, sus bandas.
El bobo debe estar en algunas ciudades recuperándose de una resaca, para luego presentarse pleno en el escenario.
A veces siento el tiempo pasar suave como ahora la brisa entre mis dedos. Algo que tampoco puedo sujetar, tomar y detener.
La arena sí, se puede ordenar en castillo, pueblos ¿Dónde está el príncipe? la princesa aburrida espera en su torre.
El sol empieza pintando las oscuras alas que golpean mis pies.
Altos picos de espuma rompen al estrellarse con las rocas, volviendo a unirse con el mar.
El ir y venir de los días, de las olas.
Los cangrejos salen de los huecos oscuros debajo de piedras, hojas muertos arrastrados de otros lados.
Cuando era pequeña amaba huir de las olas, jugando a salpicar con el agua salada a los demás.
Ahora, huyo de mis ideas pensamientos y siento que ellos son más rápidos.
Mi cabello juega con el viento por lo menos el se divierte.
Se supone que he venido a pasarla bien, divertirme. Según mis amigas y principalmente diversión es sexo y alcohol.
No me quejo si en encuentro a un apuesto tritón que me revuelve que como a ese tronco las olas del mar. Y no a otro idiota como el de a la otra noche.
Recordar solo me produce repulsión.
Regresare a mi cabaña, o terminare arrojándome a las rocas.
El hambre me despierta gritando lo irresponsable que soy al no cuidar mis horarios alimenticios, debe ser la costumbre por trabajar para el cretino ese recuerdo que solo para hacerme enojar solía hablar horas con sus amigos del hipódromo mientras debía hacer el trabajo de él y el mío.
Su olor a cigarrillo el cual como un pésimo perfume podía hacerte saber lo próximo que esta de tu espacio personal.
No respetaba modales y con su lujuriosa mirada hacia sentirte sucia, con deseos de darte una ducha con mil jabones, durante un millón de eones. Su pestilencia se asemejaba al de un cerdo muerto desde hace tres horas. Su pestilencia que se asemejabas al de un cerdo muerto desde hace tres días.
Amarillos dientes llevaban eso que los demás, tenemos por boca, pero en él solo era un basurero tanto por lo que entraba como por lo que salía durante sus conversaciones con sus socios, asco.
Levanto el teléfono para pedir comida, me arrepiento, es mejor buscar a alguien para conversar que empezar a aceptar que ya estoy perdiendo la cordura calor si le he tenidos el pasado.
Al entrar al restaurante que tenía una gran figura de una cangrejo en la puerta, se decidió pedir unas de las delicias de la casa, sopa de pulpo.
El camarero algo joven para llevar cargadas bandejas, toma mi pedido un hombre como de unos cuarenta y cinco me mira y con una inclinación de su sombrero me pregunto:
"¿Puedo comer contigo?
"Sí no veo una razón para negarme a tener compañía” respondi señalando el asiento que podía tomar el hombre.
Era el segundo piso del restaurante, tenía tres. En la parte alta aquellos que amaban estar encima de los demás, me senté en la segunda porque la primera estaba llena de chicos medio ebrios y había tenido demasiado de ello en la última fiesta.
Los bordes de las rejas estaban hechos de madera, lo mismo que la escalera. Me recuerdan a las cabañas que solía visitar con mi padre
cuando era pequeña, ahora, ellos no estaban tan pendiente de mis actividades. Una llamada a la semana los mantenía a raya de sus constantes preguntas sobre mi vida.
Es natural cuando los niños crecen alejarnos de nuestros padres, sin embargo, pensando lo bien. Es cuando más los necesitamos.
Ya no para que nos cuiden sino para que nos aconsejen como amigos que han pasado por mucho y aprenden de sus errores.
El camarero trae unos entremeses marinos, sopa de pulpo. Y una gran jarra de cerveza.
El sujeto delante de mí no me resulta desagradable, pero, tampoco me llama la atención habla algo sobre los robos de empleo de los extranjeros. Temas comunes en esta época. Me parece que es de esos tipos que prefieren hablar temas políticos para impresionar.
“Entonces estas sola de vacaciones?” pregunta terminando su última alita de pollo picante que pidió. Los dedos llenos de líquido le escurrían hasta el codo, el olor era como uno de esos químicos para dormir personas en operaciones incomodo al olfato.
Me limito a tratar de comer la última cucharada de langosta y tomar algo de cerveza.
La cerveza es buena debería llevarme un poco licor a mi cabaña, o pedirlo para ver si vuelvo a ver a ese chico que me atendió los primeros días.
“No, estoy con unas amigas, solo que ellas prefirieron dormir todo el día, ayer fue muy loco todo” le respondo, ya con la anterior experiencia no tengo ganas de toparme con otro atrevido.
Este hombre que esta delante de mi no es mal educado, pero, no me resulta fuera de lo común. No es feo, pero, sino fuera por su ansiedad por querer sorprenderme y su ridículo sombrero. Tal vez, hasta me acostaría con él.
Las olas del mar juegan con los niños, una vez más recuerdo mi infancia.