Las grandes puertas del edificio azul marino, se abría ante el auto que me fue a buscar al aeropuerto. No me gusta viajar mucho en auto, prefiero los vuelos.
Los diseños coloridos como un arco iris que para nada resulta incomoda a la vista; le daban aire lujoso al hotel, corales y animales. Por todas partes.
Cierto, tiene un acuario.
Me gustaría ver los delfines, espero, que no hayan cerrado aún.
Choza de duende se ven desde la carretera. Las cabañas del hotel. En el pasado esta zona les pertenecía a los pescadores, creo que los trasladaron a otro sitio.
Menos potencialmente costosas.
El mar se ve trasparente como si pudiera ver su fondo, una inmensa piscina libre de la basura que la contaminaba. Por lo menos cuidaban mantener limpio.
deben velar por la salud de su materia bruta.
La creación de esta área ha beneficiado la economía de la región, brindando trabajo a extranjeros que trabajaban feliz mente por todo el lugar.
No solo cuidan el mar y lo limpian, sino que obtiene dinero para proyectos de vida.
Vida, esa palabra que me reclaman mis amigas, no tenía vida en ese trabajo.
Las políticas lastimaron a las otras regiones, muchos de los amigos de mis padres eran políticos. Me aburro de tan solo recordar las cenas familiares.
El personal de recepción me recibe con los brazos abiertos, un hombre mayor y dos jóvenes, muy bien vestido me piden los datos.
Elegí una cabaña así que debo espera que llegue mi guía, que me llevara a la chañaba asignada.
Un letrero decía que el acuario estaba cerrado hasta mañana, así que no puedo entrar.
“Hola, soy Sebastián, seré su guía”
Un joven alto y musculoso, con sonrisa pícara, esta delante de mí.
“Hola me llamo Helena”
“La acompañare a su cabaña, para que se instale”
Caminamos en dirección a un auto todo terreno, en su brazo tenía un tato tribal de círculos.
“¿De vacaciones?” me pregunta mirando me con sus ojos azul profundo.
“Divertírmele” respondo sonriendo.
“Estas en el lugar indicado” me responde, sacando una propagan de un festival de disfraces que se celebraría esta noche.
Llegamos a la cabaña que era amplia, en el portal tenia adornos hermosos. Por dentro nevera, una amplia cama, un teléfono para contactar con recepción.
Un diseño tropical. El mar besaba con sus labios energéticamente las rocas de la playa, y la brisa entraba a la cabaña refrescándola.
“Por el disfraz no te preocupes vendemos en la recepción” me dice, saliendo de la cabaña.
“Solo llame y vendré a buscarla”
Esta bien. Luego de comer un poco, me acosté a dormir.
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Editado: 14.09.2019