- ¡Cobra! ¡Espera!
- Déjame en paz, Al. Te conviene estar lejos de mí en estos momentos.
Ambos aprendices han caminado tan rápido y por tanto tiempo, que ya ni siquiera están en el bosque dónde comenzaron. El paisaje se había transformado en una especie de bahía rocosa, el mar picado se puede escuchar no muy lejos y la temperatura ha descendido tanto que el aliento tanto de Al como de Cobra se pueden ver al hablar o al exhalar.
Cobra sigue caminando hasta que llega a una playa fría, rocosa y accidentada, cada paso pone a prueba el equilibrio de la mujer, así como de la criatura que la sigue de cerca.
- Te dije que me dejarás de seguir. - dice Cobra mientras camina sin voltear atrás.
Las olas que rompen en la orilla de las rocas por donde pasan los aprendices, los mojan hasta el alma, así que las ropas se pegan a sus cuerpos y el cabello de ambos se ha vuelto una maraña pesada, mientras los chorros de agua se les escurren por piel.
- ¿Por qué continuas siguiéndome? - espeta Cobra, dándose la vuelta finalmente para tener a Al de frente.
- Porque eres mi amiga… - la camisa del aprendiz prácticamente se transparenta por la cantidad de agua que le ha caído. - ...y me necesitas en estos momentos.
- Claro que no.
- Claro que sí. Cobra…
La mujer está tan cansada que no retrocede cuando Al la sujeta de los hombros y la mira directamente a los ojos, para luego abrazarla.
- ¿No vas a regañarme o a decirme que me debo controlar o que reaccioné mal?
- No estoy aquí para eso.
- ¿Entonces?
- Estoy aquí para escucharte, solo eso. - Al apoya la barbilla sobre el hombro de Cobra.
Al sentirse completamente envuelta por el cuerpo de su colega aprendiz, Cobra corresponde el abrazo y se deja ahogar en el aroma de Al así como en el sonido del océano.
- Es evidente que no estás bien. Solo quiero abrazarte, y si quieres golpearme o morderme, que espero que no, adelante; lo soportaré.
Cobra suelta una risa sorda, mientras talla la cara en el pecho de Al, imitando el gesto y el ronronear de un gato casero.
- ¿Y si mejor nos sentamos en la roquita de allá en lugar de quedarnos en este mortal puente de piedra? - sugiere Al señalando con los ojos una enorme roca que está en un punto elevado sobre la playa.
Cobra asiente, desganada.
Ambos aprendices están sentados sobre la parte lisa de la roca, con los pies parcialmente sumergidos en el agua, ya que solo hacen contacto con ella cuando la ola rompe demasiado cerca de la montañita de piedras al pie de la gran roca.
- Al… ¿qué me sucede?
- Lo mismo pensaba preguntarte. - dice sarcásticamente el/la aprendiz.
- No sé porque, pero estoy como… explosiva.
La criatura se concentra en Cobra, ignorando por completo el paisaje que se abre frente a ellos y memorizando cada gesto que hace la mujer.
- Todo el tiempo siento tanta ira, molestia, enojo, furia… tengo tantos sentimientos encontrados que quieren salir… y salen involuntariamente, pero no precisamente de la mejor manera. No sé qué hacer, qué decir, qué pensar, me siento perdida.
Al, que ahora tiene las manos apoyadas en la roca detrás de su espalda en una posición más que despreocupada, comienza a moverse despacio, de manera que se acomoda alrededor de Cobra; deslizándose desde atrás, con las piernas abiertas y dejando a la mujer en el centro del compás abierto, está pendiente si la humana es receptiva a los movimientos.
Aunque, al principio, Cobra se aparta de Al cuando siente que éste comienza a envolverla con los brazos, se deja vencer por el peso de sus pensamientos y se acomoda en el pecho de la criatura.
- Cobra, escucha…
Cobra le dedica una mirada de cansancio, tratando de convencer para que no le diera un sermón como el de Peter o como el que, seguramente, Dragul le daría cuando regresaran. Al entiende la indirecta, así que piensa rápidamente en otra manera de abordar a la mujer.
- Cierra los ojos. - pide finalmente Al, tomando las manos de Cobra entre las suyas para luego abrirlas, descubriendo las palmas y las levanta al cielo.
- ¿Puedes ahorrarte la función de magia, por favor?
- Cobra…
La mujer cierra los ojos y confía sus manos a los movimientos de su compañero.
- ¿Qué sientes?
- La brisa del mar.
- Exacto. ¿Qué más?
- El viento, el agua salada, la arena impregnada en el aire…
- Muy bien. Ahora, abre los ojos. - dice el aprendiz después de colocar las manos sobre los hombros de la mujer, lo que hace que ella gire la cabeza antes que él/ella antes de abrir los ojos. - Dime… ¿qué ves?
- A tí.
- Me refiero allá. - delicadamente, Al gira la cabeza de Cobra hacia el frente, de manera que le sea imposible distraerse del horizonte.
- El mar.
- ¿Sólo un mar es lo que ves?
- Un picado, alebrestado, inquieto y amenazante mar.
- ¿Y siempre es así?
- No.
- ¿Por qué crees que esté así?
- No sé, sinceramente.
- En mi mundo, hay una leyenda. - comienza a decir Al mientras abraza a Cobra, descansando su barbilla en el hombro de ella. - Se dice que en el fondo del océano, hay una civilización de seres que se encargan de la salud del enorme manto acuífero que cubre todo mi planeta. Estos seres, cada cierto tiempo, producen tormentas, tsunamis, huracanes y cuánto caos puedas imaginar para remover todas las impurezas estancadas en el fondo. A través del caos, el mar se purifica y, mientras más fuerte es la tormenta, más limpio queda el mar.