Café a media tarde

CAPITULO XII

Por qué Joseph había borrado su pasado era un misterio que Amaro, como el buen aventurero que era, deseaba resolver. Pero para poder hacerlo necesitaba aliados, su primera opción fue Aricia.

      ― ¿Lista para una aventura princesa?

Ella alzó una ceja de manera interrogante y el niño dejó salir un suspiro.

      ― Vamos a conocer a nuestra familia, ¿no te emociona?

       ― Amaro, son extraños, no familia ― le recordó con paciencia.

Él se encogió de hombros y empezó a abrir más los puños de su sudadera.

       ― Aricia, todas las personas que conocemos fueron extraños antes de conocerlos ― dijo imitando el tono que ella había usado. Ella bufó y avanzó hasta el portón en el que estaban sus padres.

Su mamá tocó la puerta blanca y la misma chica pelirroja del día anterior salió a recibirlos.

      ― Pasen ― dijo con una sonrisa discreta y abriendo la puerta ampliamente.

Edelyne le dio una sonrisa antes de pasar seguida de su esposo y sus dos hijos.

       ― Débora ― llamó la atención la pelirroja, la chica la regresó a ver y la mayor le ofreció una sonrisa perezosa antes de seguir ― estos bufones son muy diferentes a tu bufón privado.

Los ojos grises de la chica se abrieron de par en par y su hermano empezó a carcajearse. Ella lo regresó a ver ofendida, y recordó la plática que habían compartido con Teo, al parecer en ese lugar no se podía guardar un chiste interno.

Ella sacudió la cabeza, rodó los ojos y entró a la casa con cautela, paseando sus ojos por las paredes pintadas de un suave color crema.

      ― Estamos en la sala.

Todos entraron a la sala y se encontraron con una escena un tanto diferente a lo esperado. Todas las personas del lugar estaban riéndose.

      ― ¡Ya llegaron!

Toda la risa se detuvo después de la exclamación de Rebecca.

Un chico de cabello castaño claro dejó salir un silbido.

      ― Vaya que sí parece modelo de pijamas infantiles.

Amaro frunció el ceño e hizo un puchero antes de sacarle la lengua.

      ― Por lo menos a mí una revista me contrataría ― dijo enojado.

      ― ¡Amaro! ― exclamaron sus tres acompañantes.

Él los vio de forma inocente a lo que sus padres respondieron con una mirada severa y su hermana con una pequeña sonrisa.

       ― ¡Uff! ¡Pero qué genio el del niño! ― soltó un chico de cabello negro y con sus manos en los bolsillos de su sudadera gris.

      ― Es mejor que el tuyo Hugo ― dijo la chica pelirroja rodando los ojos.

      ― Con hermanas así para que enemigos ― refunfuñó.

Débora paso de uno al otro con sus ojos grises llenos de incredulidad.

      ― Sabemos que no nos parecemos demasiado, pero tenemos algo similar, aquí el que parece verdaderamente adoptado es nuestro pequeño Lisandro ― aseguró Rebecca.

Un niño surgió de atrás del sillón indignado.

En verdad que esos tres no tenían ninguna similitud el uno con el otro.

      ― No parecen hermanos ― concluyó confundida.

Todos se empezaron a reír.

       ― Pero, por desgracia, lo somos ― se encogió de hombros Rebecca sentándose a lado de su hermano.

       ― Pasa que yo saqué los mejores genes de la familia ― presumió Lisandro.

Rebecca empezó a reír junto con Hugo y el chico rubio que la había acompañado a visitarlos.

Débora vio por el rabillo del ojo a su padre sonreír levemente antes de aclararse la garganta interrumpiendo la risa de Rebecca y Alejo.

       ― Les quiero presentar a mi familia ― empezó un tanto nervioso ―. Ella es Edelyne, mi esposa.

Presentó señalando a la mujer de los rizos rubios y ojos azules

      ― Un gusto ― dijo sonriendo cálidamente.

Débora sabía que tan solo con eso ya los tenía a todos en la palma de su mano, siempre había sido así, su madre tenía ese don de agradar a cualquier persona, a menos que fuese alguien muy amargado y desagradable, pero parecía que hasta a la pelirroja, Rebecca, le había agradado.

      ― Ella es Débora Aricia, mi hija ― continuó rodeando sus hombros con su brazo.

Débora no tuvo ninguna reacción más que mirar a todos los que estaban en la sala.

      ― Es el clon de la abuela ― susurró impresionado un chico castaño casi rubio de nariz griega y ojos avellana.

      ― No, no lo soy ― respondió ya molesta con la comparación.

No iba a llenar el vacío que alguien había dejado, no iba a permitir que la viesen con añoranza, esperando de ella algo que no podía ofrecer, no podían poner ese peso sobre sus hombros, sobre todo cuando ella no había conocido a la mujer que veían cada que la veían a ella.




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