Calienta mi Corazón

Capítulo Veintisiete

            En ciertas novelas románticas, el héroe se porta mal con la heroína y al final, él enmienda sus errores, le pide perdón a la chica y viven todos felices por siempre.

            Sin embargo, yo no soy una chica normal, y en esta historia yo tomo el rol masculino. Quizás sea algo tonto para algunos, pero para mí no lo es. Porque en una relación, la confianza debe ser esencial y me duele no haberle creído a Alex cuando él me pidió que lo hiciera.

            Por fortuna, existe algo tan importante como lo es el perdón. Me he disculpado y él ha asegurado que no tenía nada que perdonarme; Alex comprende por qué opté por la salida más fácil, la del miedo, ya que él lo hizo una vez.

            —¿Cuándo? —busco indagar mientras observamos la luna en la terraza de la habitación en la casa de Alex, desnudos y acurrucados bajo las mantas en el sofá, después de haber hecho el amor por horas.

            —¿Cuándo, qué?

            —¿Cuando optaste por la salida más fácil?

            Alex me besa el cabello y sonríe.

            —¿Recuerdas nuestro primer beso?

            —¡Cómo olvidar! —respondo entre risas—. Estuve a punto de patearte el trasero.

            —Me porté como un verdadero cretino esa noche. Tú me perdonaste a pesar de lo que hice.

            —¿Por eso me has perdonado? —levanto la cabeza y lo miro a los ojos, que hoy se ven del color de la plata.

            —Te dije que no tenía nada que perdonar, Mer.

            Dios. ¡Amo cuando él me llama así!

            —¿Vas a decirme qué sucedió esa noche?

            —Sí —él suspira sin apartar los ojos de los míos —. Aquella noche me descolocó. Nunca había sentido algo tan... intenso como lo que sentí cuando nos besamos.

            —Te asustaste —interpreto.

            —Aterrado lo describiría mejor —él se ríe por unos segundos y pasa a la seriedad de inmediato—. Para colmo, tuve aquella pesadilla de la que recuerdo que me abrazaste.

            —Creía que estabas dormido.

            —Lo estaba —confirma. Cuando se percata de mi confusión, agrega—: Aún dormido, te sentí. Y al despertar, tu olor estaba en mis sábanas. Fue el momento en el que decidí huir.

            —Te fuiste a la cabaña.

            —Sí. No sabía ni podía lidiar entonces con lo que siento por tí. No había experimentado algo como eso con ninguna otra mujer.

            —¿Ni siquiera con Nikki?

            —Mucho menos con Nikki —aclara—. Hasta que te volví a ver, creía que amaba a Nikki y que yo no merecía volver a ser feliz. Ella y yo éramos iguales en todos los sentidos. Y me deslumbré con la bailarina. Fue al concebir a Katie que conocí lo que había detrás del glamour. Su corazón estaba rodeado de oscuridad, y lo peor de todo es que nunca quiso salir del hoyo en el que estaba metida.

            Mientras lo escucho hablar, noto cierta tristeza por el final que tuvo la madre de su hija. Igual que la primera vez que me habló de ella. También, hay paz en su semblante y en su voz.

            —La perdonaste —afirmo, comprendiéndolo al fin.




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