Isa conocía bien las consecuencias terribles que se sufrían en manos de personas celosas.
Ella misma se había considerado una mujer celosa en su juventud, pero pensaba que ya había aprendido la lección del poder destructor de los celos. Y es que uno se da cuenta de ese padecimiento sólo cuando lo vive en carne propia.
Isa era una mujer bonita, entrando en sus 45 años, siempre independiente, desde su niñez había sabido abrirse paso para conseguir lo que quería. Había pasado por dos divorcios, de los cuales tenía dos hijas a las que pretendía dejar su legado.
Sabía muy bien que no era fácil demostrar ser una mujer fuerte en esta sociedad machista, y ser tenida en cuenta como tal. Sabía también los celos que esa condición despertaba en los demás, tanto en hombres como en mujeres.
Incluso había padecido los celos de su propia madre, celos terriblemente destructivos, que dolían más que los de cualquier otra persona. Siempre se cuestionaba qué había hecho para despertar celos en ella, y es que siempre había querido complacerla, hacer todo lo que ella quería para agradarla, y ese tal vez fue su más grande error; entre esos temas estaba obtener las mejores notas en el colegio, seguir una carrera universitaria, ayudarla en la casa, tener buenas amistades, en fin, ser una buena hija. Pero al parecer, todo eso no había alcanzado para su madre. Ya no sabía qué más hacer para agradarla, ya no la entendía como antes.
Todo había comenzado a ir mal una tarde en que le había comentado que estaba saliendo con el vecino.
“¿El fulano ese que es albañil y mucho menos que vos?” había sido la pregunta de su madre, como si le hubiese molestado que no fuera alguien más influyente, seguramente esperaba un futuro mejor para su hija, la futura doctora, alguien con mayor prestigio.
Pero el amor es ciego y ese era el hombre que Isa había elegido para casarse. Fue en ese momento que sintió el peso de los celos de su madre. Cuando percibió que estaba perdiendo el control sobre los actos de su hija, no tuvo mejor idea que comenzar con un chantaje emocional para tratar de recuperarla. Cuando vio que esto tampoco le daba resultado, probó a jugar el papel de víctima, pobre madre que quedaría sola (aunque vivía con el padre de Isa), qué haría ella sin su única hija. Esto hizo dudar un poco a Isa que ya estaba con sus preparativos de casamiento, pero a pesar de sentirse un poco culpable, sabía bien que todos los hijos deben abandonar el nido algún día para seguir adelante con sus propias vidas.
Finalmente cuando esta estrategia tampoco dio resultado para retenerla a su lado, la madre de Isa no tuvo mejor idea que enojarse con ella, enojarse al punto de no hablarle más, de esconderle sus cosas, ¡hasta de cambiar la cerradura!
Pasados los años, Isa pudo comprender lo que su madre trataba de advertirle sobre su matrimonio con aquel hombre y con el que todo concluyó en un divorcio escandaloso.
“¿Por qué simplemente no me lo dijiste?” fue la pregunta de Isa a su madre.
“Pensé que no me escucharías; todo lo que hice fue porque quería lo mejor para vos.” fue su respuesta.
A Isa le hubiese gustado contestarle todo lo que sufrió, todos los momentos que la hizo llorar con su actitud, pero prefirió callarse la boca para no herirla.
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violencia de genero, superacion personal, manipulacion afectiva
Editado: 21.02.2020