El traje, que decidí poner para la reunión con el médico severo, tenía que confundirlo un poco y, en ese momento de su confusión, captar toda su atención. Un pantalón blanco de cintura alta, ajustada y ligeramente anchos abajo, una blusa roja con un lazo grande, que debería llamar la atención del médico, este traje se complementó con los clásicos zapatos rojos de tacón y un pequeño bolso de mano del mismo color. Nada provocativo y sexy. "Este truco no funcionará con él", - pensé por alguna razón.
A las ocho de la mañana entré en el centro de salud con la idea de conseguir una consulta para mi prima de esa eminencia de la medicina.
Se me olvidó, o mejor dicho, no sabía cómo concertar una cita. Por eso, en la recepción me mandaron muy lejos, deseándome suerte en Internet o por teléfono. Esto me indignó tanto que de hecho armé un escándalo allí, exigiendo ver al médico jefe, o el director, o el gerente, o Dios sabe quién más.
- Señora, deje de comportarse como en un bazar. Las reglas son para todos. Y con los chillidos no conseguirá nada. - Escuché una voz detrás de mí, que me llamó "chillona".
Ya estaba excitada y sus palabras me cabrearon aún más. Lentamente, con la gracia de una pantera, me di la vuelta sobre mis talones, preparando una magnífica tirada de las palabras necesarias en ese momento y ... me encontré con los ojos de color del cielo otoñal, que me tranquilizaron totalmente. Era alguien del servicio médico, porque llevaba una bata blanca, no vi su rostro, estaba oculto por una mascarilla quirúrgica, pero los ojos… Decidí ir por otro camino.
- Lo siento mucho, no es normal en mí, pero estoy muy preocupado por un familiar mío. Debido a esta enfermedad, yo ya perdí a mi madre, cuando era pequeña, y perder a otra persona cercana a mí, sería el colmo de la injusticia. ¿No le parece? —Dije con mi voz más dulce: una mezcla de miel y vainilla.
- Sí, pero las reglas son reglas para todos. Debe entrar en la página del centro o llamar por teléfono que esta anotado allí mismo, - repitió él lo mismo, que yo escuché en la recepción y no era lo que quería oír.
"Sí, Elvira, estás perdiendo tus habilidades. Antes, él no solo habría organizado una cita con el médico, te habría invitado a tomar una copa de vino en un restaurante", - pensé y suspiré. - "¡Debo hacer algo!".
- Está bien, perdóneme, - fingí ir hacia la puerta, pero me balanceé contra la pared y apoyé con una mano, con la otra cerré mis ojos y agaché la cabeza.
- ¿Qué sucede? ¿Usted se siente mal? - Preguntó el médico.
- No. No. No se preocupe. Todo pasara ahora. Es una migraña. Me pasa de vez en cuando, sobre todo, cuando estoy preocupada y nerviosa. – Balbuceé con la cara de lástima.
¡Qué bueno! que tomé unas clases de arte dramático con un director de cine, que no pudo pagar los servicios, que mi empresa le prestó. El irresponsable perdió todo su dinero en un casino de Las Vegas y me pidió un aplazo de pago. Él me gustaba, como persona, por eso acepté y él en agradecimiento me ofreció unas clases de interpretación.
-Helen, lleva a esta mujer a mi consulta, - ordenó a una enfermera.
“¡Por fin se despertó, de lo contrario pensaba que me iría de aquí sin nada!” - pensé, y dije en voz alta:
- Muchas gracias, pero no debería usted estar tan preocupado por mí, seguramente, tendrá cosas más importantes que hacer.
- Debería preocuparse usted primero por su salud. Una migraña a su edad es un síntoma peligroso, - dijo el doctor.
"¡Este no es un hombre de carne y hueso, sino una especie de robot, ahora me llamó anciana!"- pensé realmente ofendida, pero seguí humildemente a la enfermera. Me llevó hasta la puerta en la que estaba escrito: "Dr. Vasiliev D.N." No creí en mi suerte. Ese doctor-robot era el médico que necesitaba para mi prima.
- Disculpe, pero ¿el médico que ordenó que me trajeran por aquí era Vasiliev? - pregunté a la enfermera, para asegurarme.
- Sí, es Vasiliev Dimitri Nikolaevich, el mejor neurocirujano del país, pero da unas consultas en nuestro centro, - explicó ella con cierto argullo.
Entré en la consulta y me senté en una silla, frotándome las manos. Todo salió mejor de lo esperado. Diez minutos después apareció Dimitri Vasiliev, se sentó a la mesa, abrió una especie de cuaderno y me preguntó:
- ¿Su apellido, nombre, patronímico?
- Brown Elvira Vadimovna, - respondí y noté que él sonreía con los ojos de color del cielo otoñal, - sí, suena un poco extraño.
- Le conviene, - dijo bastante agradable y continuó. - ¿fecha de nacimiento y lugar?
- 3 de octubre de 1976, la ciudad de Nsk, - respondí con sinceridad.
- ¿El número de Snills? - preguntó.
- ¿Lo siento? No entiendo.
- El número de seguro de la cuenta personal individual, - repitió.
- Perdóneme honestamente, pero no lo tengo, tengo seguro privado de "Astamed". Acabo de llegar desde Estados Unidos y aun no descubrí qué documentos podría necesitar aquí. - Me disculpé y le entregué mi tarjeta de seguro médico.
- Entonces eso explica su comportamiento en la recepción, - sus ojos sonrieron de nuevo.
- Perdóneme, quería pedirle, que no desperdicie su precioso tiempo conmigo, será mejor que acepte a mi pariente. Ella realmente necesita su ayuda. Ya no me duele la cabeza, - comencé mi ataque.
- Puedo ver a su familiar mañana a las doce de la mañana en mi clínica, deje sus datos en la recepción, cuando le examine, y ahora mire aquí, - dijo y me ordenó mirar por un tubo raro con un punto rojo dentro.
Luego escribió algo durante mucho tiempo y me entregó varias hojas.
- Estas son los volantes para las pruebas y la resonancia magnética, y ahora baje al registro y deje los datos de su familiar y su número del seguro, - dijo seriamente.
- Muchas gracias, Dimitri Nikrolaevich, - respondí, estrechándole la mano.
"No es del todo un robot", - me pasó por la cabeza.
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Editado: 24.06.2021