Cien días para volver a ti

Estrella 7: Palabras vacías

Cuando la chica de cabello oscuro llegó a su habitación, se encontró con una Margaret y una Clara que la miraban expectantes.

     ― ¿Dónde estuviste anoche? ―dudó Maggie.

     ― ¿Y qué es todo eso? ―añadió Clara, señalando la maraña de ropa que su amiga apretaba contra su pecho.

Kamille se echó en su cama con excesivo dramatismo y desde ahí, comenzó a relatar a sus amigas todo lo ocurrido la noche anterior. Les habló de la frialdad con la que él le había hablado, de cómo no tuvo otra alternativa que quedarse ahí, de cómo había acabado metida en la cama de Lucas Vayne y cómo había robado su ropa para escabullirse sin ser descubierta.

Se había prometido a sí misma tirarse por aquel barranco sin temor, y no pensaba retractarse. Ambas chicas escucharon con atención, lanzando preguntas de vez en cuando. Lo único que pudo parar el cotorreo, fue el largo timbre que señalaba el inicio de las clases. Por la mañana sonaba un timbre cada hora; se implementó al notarse que los alumnos perdían la noción del tiempo cuando estaban demasiado absortos en las clases.

Clara se apresuró al departamento de música, lo cual dejó a solas a Kamille con Margaret, mientras caminaban hacia el edificio de ciencias.

     ―Lamento haberle contado a Clara acerca de Lucas―dijo Maggie.

     ―Está bien, tarde o temprano se iba a enterar―Kamille le quitó importancia al asunto―. De todos modos, ya estaba cansada de guardar tantos secretos.

     ― ¿Sabes? Si dos personas se enfrentan a un naufragio, hay más posibilidades de que sobrevivan―declaró Margaret encogiéndose de hombros.

Kami se detuvo y la rodeó con los brazos, agradeciendo en silencio al mundo por darle una amiga como ella. Maggie la apretujó entre sus brazos por un segundo y luego la apartó. Revisó en sus bolsillos hasta encontrar una pequeña bolsita que había preparado la noche anterior junto a Clara. La tela traslúcida de la bolsa dejaba ver que había un fajo de billetes en su interior.

     ―La mitad es de Clara y la otra mitad es mía―dijo poniendo la bolsita en las manos de su amiga.

     ―Maggie, yo…

     ―No es caridad, ni compasión―aclaró rápidamente―. Es un préstamo, sin límite de tiempo para ser pagado.

     ―Iba a decir que estoy muy agradecida―replicó Kami, sonriendo muy conmovida.

Maggie le devolvió la sonrisa y no fueron necesarias más palabras, porque tácitamente, su amistad había superado todos los niveles posibles.

Y de eso se trataba, de poder hablar de las cosas que te pasaban sin filtros. De ser sinceras las unas con las otras sin importar lo hiriente o dolorosa que pudiera ser la verdad. De apoyarse cuando se necesitaban, de creer las unas en las otras. Kami había tardado un poco en comprenderlo, y aun le costaba, pero estaba dispuesta a volver a confiar en sus amigos con los ojos cerrados.

Al diablo con el miedo, tropezar y equivocarse es solo parte del camino.

 

 

Lucas

Al finalizar la clase de matemáticas, Susan me arrastró fuera, asegurando que tenía algo muy impresionante que mostrarme. Kat, por su parte, parecía haberse olvidado por completo de nosotros.  En solo cuatro días, ya parecía haber reunido un nuevo grupo de amigos.

     ― ¿A dónde vamos? ―inquirí.

     ―Ya vas a ver―respondió ella, apretando mi mano y tirando de mí con más ímpetu.

En ese instante no pude evitar comparar el tacto de Susan con el de Kamille. La noche anterior, cuando había tomado la mano de esa chica, había sentido como si encajasen perfectamente la una con la otra y nuestras palmas parecían enviar algún tipo de corriente eléctrica que me hizo apartar la mano rápidamente.

La mano de Susan sobre la mía era cálida, cómoda y familiar. Eran sus manos las que habían sostenido la mía la noche del bar. Eran sus dedos los que habían apretado los míos de camino al hospital, y mientras estuve inconsciente, y mientras me recuperaba.

     ― ¡Tarán! ―dijo ella interrumpiendo mis pensamientos.

Habíamos llegado a un lugar enorme, cubierto de pasto verde, rodeado de árboles que comenzaban a florecer con la llegada de la primavera. Había personas sentadas en las bancas de los alrededores, y otras que se acomodaban sobre mantas o directamente sobre el césped. Sentí un poco de nostalgia, sin saber por qué.

     ― ¿Qué es este lugar? ―dudé.

Mi amiga siguió tirando de mí, sin soltar mi mano, hasta que llegamos a un espacio vacío. Sacó una gran manta de su mochila y la extendió en el suelo sobre el césped.

     ―Este es el patio de recreación―dijo finalmente, tirando de mí para que me sentara junto a ella.

Yo solté su mano y me tendí de espaldas, con las manos debajo de mi cabeza. Cuando volví a mirarla sentí una especie de flashback borroso en mi cabeza. Estaba tendido sobre la hierba y veía su cabello oscuro entre las nubes, con pequeños rayitos de sol colándose entre los mechones.

     ― ¿Sue?

     ― ¿Hm? ―respondió ella girándose hacia mí.




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